Palomar manda, despu¨¦s del Rey
Este Jos¨¦ Lu¨ªs Palomar es hoy quien manda en Espa?a; se entiende, despu¨¦s del Rey. Ya lo dijo La Chata de Vicente Pastor, faltar¨ªa m¨¢s, seg¨²n Rafael Duyos en versos entra?ables. Y s¨ª, mucho de Pastor, "el soldado romano", hijo de Madrid, tuvo ayer Palomar, hijo de Soria, durante su triunfal actuaci¨®n en la corrida de Beneficencia.
Mandaba en la plaza, y manda en Espa?a, se entiende, despu¨¦s del Rey. Don Juan Carlos, que con habilidad de disc¨®bolo lanz¨® la montera desde el palco al devolver un brindis, fue ovacionado al llegar, al marcharse, cuando le dedicaron toros. Le acompa?aba en el palco de honor su madre, la Infanta Do?a Mar¨ªa de las Mercedes. La plaza estaba abarrotada de un p¨²blico apasionado que so?¨® bravura de Victorinos, arte de Anto?etes, entrega de Ruiz Migueles.S¨ª, claro, y ese chico, Jos¨¦ Lu¨ªs Palomar, que completa la terna; tambi¨¦n es valiente ?verdad?. Alguno tuvo pesadillas porque los Victorinos manseaban, los Anto?etes se disfrazaban de niebla, los Ruiz Migueles pegaban regates a las embestidas, y despert¨® con sobresalto al comprobar que la realidad y la verdad torera eran Jos¨¦ Lu¨ªs Palomar, ese chico, valiente, dominador, torerazo en todos los tercios; torerazo con montera, para cuajarle al ¨²ltimo toro una faena enjundiosa, en la que embeb¨ªa la noble embestida, y no le import¨® ser soriano de honda ra¨ªz para adornarse con gracia.
Pelea a muerte
Pero antes, la lidia al tercer victorino, encastado y fiero; lidia de poder a poder, oblig¨¢ndole a humillar, hasta que el c¨¢rdeno se fue arriba, peg¨® arreones y hubo de someterle en una pelea a muerte Hacia los medios le gan¨® terreno, le cuadr¨®, y all¨ª mismo, donde el toro tiene m¨¢s pujanza, lo tir¨® patas arriba de un volapi¨¦ neto. Las estocadas de Palomar eran otro gran espect¨¢culo en la tarde; baja la mano como mandan c¨¢nones, volcado sobre el morrillo, el acero hundido por el hoyo. de las agujas. Oreja en cada toro, triunfo, aclamaciones. Manda en Espa?a el nuevo soldado romano -se entiende, despu¨¦s del rey-, y naturalment¨¦, si le dejan los intereses y el inmovilismo del monopolio taurino, que existe y ejerce.Anto?ete utiliz¨® lo que m¨¢s le cantan, para dar el cante, con perd¨®n: la distancia. En feria pon¨ªa distancia para citar; en Beneficencia, para no torear. Raros toros los de Anto?ete, que reculaban y miraban al tendido como lelos, como si estuvieran fumados. Y el maestro, cuya torer¨ªa siempre estar¨¢ por encima de cualquier rev¨¦s, reviv¨ªa aquella regla de "enernigo que huye, puente de plata". Pero, a¨²n as¨ª, un victorino le tir¨® un ga?af¨®n terrible. Las facultades de Anto?ete no est¨¢n para semejantes trotes. Distinto es Ruiz Miguel, que sabe hurtar el cuerpo lo mismo si el toro es noble, como el segundo, que si es "alima?a", como el quinto. Unos a?os los distancian. Una calidad tambi¨¦n.
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