La cig¨¹e?a y el zorro
El otro d¨ªa record¨¢bamos en esta columna un cuento, ni siquiera demasiado ingenioso, que ha andado siempre por mi Castilla la Vieja (el admirable Emilio Salcedo acaba de hacer una n¨®mina de escritores castellanos, libro que a¨²n no conozco), y que incluso Cela recoge en Jud¨ªos, moros y cristianos. Se trata del zorro que se acerca todos los d¨ªas a la torre de la cig¨¹e?a y desde abajo le pide que le env¨ªe un cigo?ino, para com¨¦rselo, pues, si no, derribar¨¢ la torre con la cola. El d¨ªa en que el gavil¨¢n, enterado del trapicheo, le explica a la cig¨¹e?a que los zorros no derriban torres de piedra con la cola, el zorro se come al gavil¨¢n. As¨ª va el rollo espa?ol. Hay que quedarse por los pasillos de las Cortes fum¨¢ndose hasta las colillas, convertido uno en el pordiosero de s¨ª mismo, como fumador y como pol¨ªtico, porque si entra y vota en justicia, se carga el Gobierno que no existe. Felipe lo ha reconocido sin que le enrojeciese de verg¨¹enza hasta la escayola esa que lleva ahora:-Si derribamos el Gobierno, nos pueden poner otro de militares y pol¨ªticos que se dicen independientes.
O sea, el triunfo del golpe sin golpistas. El golpe natural, tra¨ªdo democr¨¢ticamente por la fuerza de las cosas. En cuanto a los intelectuales cr¨ªticos que pudieran advertir a Felipe de que el zorro no derriba torres con la cola, en principio se equivocar¨ªan, porque resulta que en Espa?a s¨ª, y, por otra parte, ser¨ªan devorados, como el gavil¨¢n, por el lobo amargo de las consejas, pesimistas.
Entonces es cuando los intelectuales as¨ª llamados son reunidos con Felipe para hablar de la cultura esa de la cosa, como si estuvi¨¦ramos en el mejor de los Tercermundos posibles, y ellos no escriben nada de zorros y cig¨¹e?as, que el labruyerismo ya no se lleva y lo que importa, de repente, es tener un socialismo ilustrado.
Al borde del abismo, pero ilustrado. Hay unos socialistas, una izquierda y una oposici¨®n, ya digo, que est¨¢n perplejos, fum¨¢ndose hasta el tique de aparcamiento, por los pasillos, y pidiendo en la biblioteca de las Cortes todas las f¨¢bulas de animales: La Bruyere, La Fontalne, Samaniego y otros. Felipe Gonz¨¢lez da como raz¨®n de Estado que si derriba el Gobierno es peor. ?Y en esta situaci¨®n moral, psicol¨®gica, pol¨ªtica, se va a ir a la guerra de los treinta a?os de unas elecciones generales? Incluso se le ha dicho al personal esa ingenuidad de que Calvo Sotelo cambiaba a Ruiz-Gim¨¦nez (admitido como defensor del pueblo, y a quien el pueblo tendr¨¢ que defender en seguida) por Robles Piquer. Don Leopoldo y don Felipe se est¨¢n intercambiando cigo?inos. El invento no serv¨ªa ni como fabulilla p¨¢rvula, y se vio al d¨ªa siguiente que era fabulario, s¨ª, cuando los socialistas del Parlamento iniciaron el ¨¦xodo y el llanto hacia los mundiales dom¨¦sticos, a trav¨¦s de un Madrid vac¨ªo y bradburiano, por no votar la cosa universitaria contra el Gabinete. Yo, en estos casos, cuando oigo la palabra cultura, s¨¦ que alguien, en alg¨²n sitio, est¨¢ sacando la pistola.
Los intelectuales as¨ª llamados, que son los gavilanes de esta fabulilla, ni siquiera dan el aviso testimonial, que se los puede comer el zorro domesticado de Icona, que lo tienen a r¨¦gimen de estricnina como especie protegida, para cuando viene alg¨²n naturalista extranjero o cuando hay que asustar a la izquierda divina, que en tales trances se nos queda -ay- en humana, demasi¨¦ humana.
Si usted se deja arrebatar el cigo?ino Robles, se?or Gonz¨¢lez, ?con qu¨¦ moral va a defender y defendemos los miles de cigo?inos que ilustran ya, bajo la maternidad esbelta de la cig¨¹e?a, los miles de campanarios rom¨¢nicos de Espa?a, en unas generales?
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