El pasajero de tren
Un grupo de seres que hasta entonces se desconocen se ven obligados a permanecer en un recinto cerrado que adem¨¢s se desplaza, multiplicando as¨ª la aventura exterior y la interior. Era un ambiente perfecto para montar historias dram¨¢ticas, que tanto utiliz¨® claramente P. A. de Alarc¨®n con El clavo, como John Ford con La diligencia. Cuando los caballos de sangre fueron reemplazados por los de vapor, las posibilidades se mantuvieron y aun aumentaron. Se trataba tanto de lo que pasaba como lo que pod¨ªa haber pasado, y ah¨ª est¨¢ el poema famoso de Campoamor para testificarlo. (Hace a?os descubr¨ª que el arranque de El tren expreso estaba sacado de una de las Cartas desde mi celda, de Gustavo Adolfo B¨¦cquer; encuentro y gran impresi¨®n ante la desconocida timidez del hombre en el mismo ambiente de un vag¨®n de ferrocarril. Por cierto, que este descubrimiento no produjo el menor esc¨¢ndalo literario, con gran desencanto m¨ªo.)Fern¨¢ndez Fl¨®rez, Baroja, Palacio Vald¨¦s, Zamacois... han utilizado a menudo el departamento de un ferrocarril para iniciar un episodio amoroso o divertido. La verdad es que seis personas mir¨¢ndose sin mirar, observ¨¢ndose sin observar, compartiendo polvo y holl¨ªn, comida y bebida, dan motivo para historias de todas clases, tanto de amor a primera vista como del odio a la primera palabra. En el primer caso el viajero de ferrocarril, como el de la diligencia, ten¨ªa a su alcance verbal (y con suerte, f¨ªsico) a una mujer a la que, dadas las costumbres y hasta bien entrado el segundo tercio del siglo XX, no pod¨ªa haber conocido m¨¢s que a trav¨¦s de amigos comunes y "debidamente presentado". Un viaje de doce horas, tiempo muy normal para desplazarse a cualquier punto alejado de Madrid, permit¨ªa obtener m¨¢s datos sobre la persona situada en frente que en tres meses de trato en la capital. Tanto rato inm¨®vil produce dejadez, y la dejadez delata formas de ser que una joven o un hombre no mostrar¨¢n jam¨¢s cuando s¨®lo dedican a la vida social parte del d¨ªa (nadie ronca en una visita, pero s¨ª quien da la cabezada con el traqueteo del viaje ferroviario). Hay que viajar para conocer el mundo, dec¨ªan entonces, y era doblemente cierto; para conocer al mundo paisaj¨ªstico y al humano que con nosotros compart¨ªa el asiento, m¨¢s o menos mullido, de un vag¨®n de ferrocarril.
Todo eso termin¨® cuando los asientos de primera y segunda dejaron de mirarse unos a otros para colocarse en filas disciplinadas, dos a dos, todos en direcci¨®n del frente. La figura del vecino, que en los trenes antiguos pod¨ªa ser m¨¢s o menos agradable, pero siempre interesante, se ha transformado en una hilera de nucas y cogotes que apenas se distinguen entre s¨ª. Uno puede ir cuatro horas detr¨¢s de una dama bell¨ªsima o de Quasimodo. Da lo mismo, porque s¨®lo le ve la parte posterior de la cabeza y a veces un leve escorzo de perfil cuando se inclina a hablar con su compa?ero de asiento. La nueva disposici¨®n de butacas ha reducido asimismo la capacidad para la aventura. Un presunto donju¨¢n -la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles- ten¨ªa antes dos posibilidades, a derecha e izquierda, y otras tres enfrente para iniciar lo que luego contar¨ªa a los contertulios del casino. Hoy las posibilidades que tiene ese donju¨¢n de que le toque al lado una belleza solitaria son ¨ªnfimas, y cuando eso ocurre puede estar seguro de que al llegar a la estaci¨®n la dama se precipitar¨¢ entre gritos de alegr¨ªa en los brazos de un mocet¨®n que acostumbra a ser el novio o el marido.
Se ha acabado tambi¨¦n el compartir la tortilla de patatas o el trago de vino. Unas bandejas tipo avi¨®n se colocan, se llenan, se vac¨ªan y se retiran con aire de m¨¢quina de las que contaba Charlot en Tiempos modernos. (La ¨²nica oportunidad que tienen los impersonales viajeros de hoy para suscitar el encuentro es el vag¨®n-restaurante cuando se trata de los expresos.)
El sistema de viajar sobre ra¨ªles ha cambiado, y el viajero tambi¨¦n, pero le queda algo en com¨²n con el que iba en trenes antiguos: que tiene tal deseo de abandonarlo que diez minutos antes de llegar a la estaci¨®n ya est¨¢ poni¨¦ndose de pie y abrig¨¢ndose..., con lo que el frenazo final le coge de sorpresa y se agarra desesperadamente a cualquier sitio para evitar caerse sobre cinco cuerpos asustados -trenes de antes- o sobre cuatro aristas aceradas de los asientos paralelos -trenes de ahora-. En ambos casos lo que quiere es terminar cuanto antes.
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