Un mexicano fuera de juego
No me pregunten ustedes qui¨¦n es Porta y qui¨¦n es Saporta. Yo s¨®lo s¨¦ que son unos se?ores que tienen mucho que ver con el Mundial y que se han llevado muy mal en prosa pudiendo haberlo hecho, mucho mejor, en verso. Pero preg¨²ntenme qui¨¦n es Pel¨¦ y cu¨¢ntos goles meti¨® en su vida, qui¨¦n es el autor de la frase "Durante los pr¨®ximos tres a?os, mientras est¨¦ en Espa?a no voy a ser ni un hombre ni un jugador de f¨²tbol: voy a ser una industria" o por cu¨¢ntos goles venci¨® Brasil al Reino Unido en Vi?a del Mar en el Mundial de 1962, y yo les contestar¨¦ con una exactitud que no dejar¨¢ de asombrarme.La explicaci¨®n de por qu¨¦ cuento ahora con este modesto acervo de cultura balomp¨¦dica es muy sencilla. Y es1a misma que me permit¨ªa, cuando estaba m¨¢s joven, derrotar a mis t¨ªas. Resulta que todas ellas son -o fueron, mejor dicho-, muy cat¨®licas. Y yo, que dej¨¦ de creer cuando era un ni?o, ten¨ªa que sufrir los sermones que me espetaban por hereje incorregible.
Pero pas¨® el tiempo, y la vida y un poco de cultura me colocaron en una situaci¨®n ventajosa. "Yo no creo en Dios", les dec¨ªa a mis azoradas y compungidas t¨ªas, "pero en cambio yo s¨ª he le¨ªdo varias veces, y ustedes no, la Biblia entera". Y les citaba yo trozos del Eclesiast¨¦s, del Libro de Job y del Apocalipsis. Y despu¨¦s, pobrecillas mis t¨ªas, las molestaba -aunque en el fondo creo que gozaban habl¨¢ndoles de lo sensual que es el Cantar de los Cantares y de c¨®mo las hijas de Lot le emborracharon para acos tarse con ¨¦l.
De manera que ahora, dedicado como estoy a escribir sobre los aspectos sociol¨®gicos, pol¨ªticos, etc¨¦tera, del Mundial, al hincha que me reclame el que no asista yo a los estadios -como lo hac¨ªan mis t¨ªas porque no iba a misa- les contestar¨¦ que es muy sencillo: no soy creyente y no comulgo con esf¨¦ricos. Pero a cambio le dir¨¦ que yo he le¨ªdo, y ¨¦l no, todo o casi todo lo que han dicho sobre el f¨²tbol y el deporte Desmond Morris, Caillois, Teodoro W. Adorno -un fil¨®sofo que tiene nombre de gato, como lo saben los lectores de Cort¨¢zar-, Marcuse, Ayer, Don Atyeo, Mara?¨®n, Verd¨² y tantos otros. Y, para molestarle todav¨ªa m¨¢s, le contar¨¦ c¨®mo Gerhard Vinnai, en su an¨¢lisis marxista del f¨²tbol, se refiere a aquellos psiquiatras que han observado c¨®mo en los ni?os y las ni?as sus preferencias por ciertos deportes comienzan a ser distintas a medida que crecen. As¨ª, los ni?os tienden a jugar con los pies, para penetrar al enemigo, y las ni?as a cachar pelotas, para dejarse penetrar.
Y le dir¨ªa a¨²n m¨¢s, le dir¨ªa: "A que no sabe usted que gracias- a los mexicanos existen hoy pelotas de f¨²tbol, porque M¨¦xico no s¨®lo le dio al mundo el chocolate, el aguacate, el tabaco, el tomate, el LSD, la marihuana, el chicle y los estr¨®genos, sino tambi¨¦n el hule, que en M¨¦xico se llama as¨ª porque viene del n¨¢huatl hulli, y en otros pa¨ªses caucho, porque despu¨¦s se le, trasplant¨® de Am¨¦rica a Indonesia, y all¨ª se le llam¨® caoutchouc. ?A que no lo sab¨ªa usted?
El deportista ideal
Admito -pero eso no se lo voy a decir al hincha- que esas cosas sobre el sexo y el deporte que encontr¨¦ en el libro de Vinnai me desconcertaron mucho, porque sucede que, cuando ni?o, yo era un fan¨¢tico del b¨¦isbol, un deporte en el que uno de los grandes placeres es el que dan las grandes atrapadas de la pelota, y que yo jam¨¢s interpret¨¦ como penetraciones.
Y es que a esto quer¨ªa llegar: s¨ª, yo tambi¨¦n fui deportista. Yo iba, cuando ten¨ªa dinero para pagar la entrada -o si no me saltaba la barda- al Parque Delta de la ciudad de M¨¦xico para ver c¨®mo mi ¨ªdolo, un jonronero cubano que se llamaba Roberto Ortiz, mandaba las pelotas fuera del campo ya veces hasta el vecino Pante¨®n Franc¨¦s de La Piedad, donde estaban enterrados mis abuelos. Y, al igual que George Best, que dorm¨ªa con su bal¨®n, yo, lo hac¨ªa con mi manopla.
La tragedia fue que, en realidad, yo corno beisbolista era muy malo, pero no lo quer¨ªa reconocer. Me sobraba coraz¨®n, pero me faltaba la habilidad. Quer¨ªa ser tan grande como Baby Rutho como Joe di Maggio, imag¨ªnense, o m¨¢s si era posible, de la misma manera que, antes de dejar de creer, yo pensaba en ser. sacerdote no nada m¨¢s por serlo, sino porque era indispensable para llegar a Papa. Al fin, un d¨ªa, con grandes trabajos, logr¨¦ ser aceptado en un equipo juvenil de liga menor. Era la rimera vez que me pon¨ªa el uniforme de beisbolista. Estaba yo solo en la casa y faltaba media hora para el partido y mi deb¨². Me puse la manopla, cog¨ª la pelota de b¨¦isbol y, me coloqu¨¦ frente al espejo del tocador de mi madre, que era una luna veneciana heredada de m¨ª bisabuela. Y entonces imit¨¦ los movimientos que hace un pitcher para lanzar la pelota..., y la pelota se me escap¨® de la mano y el espejo se hizo trizas. Asustado, me sent¨¦ en la cama a llorar, y ya no fui al partido, y nunca ingres¨¦ en la liga. A?os despu¨¦s me di cuenta que no llor¨¦ por el espejo o por la rega?ada que me iba a dar mi madre, sino por otra cosa. Algo m¨¢s que un espejo se rompi¨® ese d¨ªa: la imagen que ten¨ªa yo de m¨ª como el deportista ideal. Nunca tampoco volv¨ª a asistir a un juego de b¨¦isbol, y desde ese d¨ªa dej¨¦ de confesarme.
'Souvenir' de 'souvenirs', todo es 'souvenir'
La palabra souvenir, que como todo el mundo sabe, o deb¨ªa saber, es francesa y significa recuerdo, quiere decir eso y nada m¨¢s que eso: un recuerdo. As¨ª era, al menos, en tiempos inmemoriales, cuando se viajaba a El Cairo, Guanajuato o Par¨ªs y de recuerdo del viaje, y como prueba de que se hab¨ªa estado all¨ª, uno se tra¨ªa un producto de la artesan¨ªa t¨ªpica de esos lugares. De all¨ª su valor sentimental y, en ¨²ltima instancia, econ¨®mico. Eran tiempos felices en que s¨®lo era posible comprar camafeos florentinos en Florencia, o alacranes de vainilla papantlecos en Papantla, como era obvio.
Por supuesto, ya hace muchos a?os que los indios de las reservaciones de Arkansas venden mocasines pielrojas aut¨¦nticos fabricados en M¨¦xico, y que en las comunidades amanitas de lowa se consiguen bordados hechos a mano por los amanitas fabricados con m¨¢quina en Hong Kong. All¨ª es adonde me gustar¨ªa ir, a Hong Kong, para llenarme de souvenirs: estoy seguro que all¨ª s¨ª todo, absolutamente todo lo que se produce en el mundo, est¨¢ hecho en Hong Kong.
Pero si la idea del souvenir estaba ya desvirtuada hace tiempo, ahora, con el Mundial-82, ha perdido lo poco de encanto que le quedaba. Desde que comenc¨¦ a ilustrarme para venir al Mundial y me enter¨¦ del monopolio, del marketing, de Naranjito y dem¨¢s s¨ªmbolos, lemas y esl¨®oganes de la competencia, lament¨¦ dos cosas: una, que se le haya quitado al peque?o artesano y fabricante espa?ol la oportunidad de lucir un poco su talento y ganar unos centavos, y sobre todo, en un pa¨ªs que tiene ahora dos millones de desempleados; la segunda fue que, seg¨²n me dijeron, el mercadeo de los s¨ªmbolos se ha planeado para todo el mundo, as¨ª que el hincha, de regreso de Espa?a, no podr¨¢ ni siquiera presumir sus souvenirs con los amigos: ellos tambi¨¦n los tendr¨¢n, o ya los tienen.
Para terminar, quisiera a?adir que, a fuerza de ver tantos partidos en las ¨²ltimas semanas, algo he aprendido de f¨²tbol. Despu¨¦s de todo, ?qu¨¦ es el f¨²tbol? La cosa m¨¢s sencilla del Mundo. Y no lo digo yo: lo han dicho autoridades tanto futbol¨ªsticas como eclesi¨¢sticas, y en ellas me apoyo. Ron Greenwood lo describi¨® as¨ª: "Existen dos situaciones b¨¢sicas en el f¨²tbol: o se tiene la bola, o no se la tiene". Y el papa Paulo VI: "El juego del f¨²tbol no es m¨¢s que eso: o se gana, o se pierde".
Aunque hay algo, algo s¨ª, que todav¨ªa escapa a mi comprensi¨®n, y es el off-side, o fuera de juego. Me lo han explicado en el estadio, en la televisi¨®n y en los caf¨¦s, con jugadores de verdad, con diagramas, flechas, botones y soldaditos de plomo, y nada. Ser¨¢ porque a pesar de todas mis buenas intenciones y todas mis lecturas, yo soy el que est¨¢ fuera de juego, o mejor dicho, fuera del juego.
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