La mediocracia editorial
De un tiempo a esta parte las declaraciones y las realidades en torno al mundo editorial espa?ol se?alan rumores de cat¨¢strofe, incertidumbres en la zona sagrada de los ejecutivos del ramo y reticencias en las redes comerciales y libreros. Las inadecuadas, obsoletas y catastr¨®ficas l¨ªneas de edici¨®n que algunas casas han marcado durante a?os han empezado a producir sus frutos malditos: regulaciones de empleo, crisis en todos los rincones, quiebras, cierres y ventas a todo correr de accionariado mayoritario.Aquellos fangos, como se dice en refr¨¢n pol¨ªtico, trajeron estos temporales: el deterioro de un universo que fue se?or hace quince a?os y que sentaba sus reales en una ciudad espa?ola, cabecera de la resistencia intelectual antifranquista: Barcelona.
Pero hace a¨²n m¨¢s tiempo que el mundo editorial espa?ol, en su conjunto y salvando las muchas actitudes que confirman la tendencia, adolece de falta de profesionalidad y de la m¨¢s m¨ªnima epistemolog¨ªa. Ahora se dice, con el mismo desparpajo que antes se inventaba y proclamaba el prestigio elitista y balad¨ª de ciertas tribus intelectuales, que la mediana empresa editorial acabar¨¢ por desaparecer. Como el Titanic. Como el Andrea Doria. Lo que hace recordar tambi¨¦n la frase de Valle-Incl¨¢n al regresar de Barcelona: "Es una ciudad llamada a desaparecer", dijo a quien le pregunt¨®. Al escritor, empero, se le puede consentir la ret¨®rica y la boutade como f¨®rmula de expresi¨®n: la respuesta como esperpento.
El ejecutivo del mundo editorial -que ha llegado a serio por herencia o matrimonio o por las dos cosas, por todo menos por trayectoria y probada profesionalidad- argumenta ahora que la mediana empresa morir¨¢ por la tendencia a la concentraci¨®n de capital y la creaci¨®n de la gran empresa editorial. La tendencia no es, de todos modos, una norma infalible para hacer profec¨ªas.
Un wishful thinking demasiado evidente recorre el torcido espinazo de muchos ejecutivos que poco o nada saben del mundo editorial y que -con tales declaraciones- tratan de traspasar su ineficacia y su frivolidad a quienes a¨²n se arriesgan la piel en la resistencia cultural y creativa que representa la mediana empresa editorial espa?ola.
El ejecutivo afirma lo que afirma porque quiere creer en ello a toda costa. Su pensamiento desiderativo lo absolver¨¢ de sus culpas de incompetencia y de ineficacia. De este modo, inicuo y embustero, ahuyentar¨¢ para siempre de s¨ª los malos ag¨¹eros de su propia cat¨¢strofe.
Pero no se trata de seguir huyendo hacia arriba, eludiendo responsabilidades y delegando los errores en quienes quedan por debajo de la l¨ªnea de flotaci¨®n y encerrados con un solo juguete en los camarotes del naufragio. El mundo editorial espa?ol -como no pod¨ªa ser menos- es tambi¨¦n el fiel reflejo de la sociedad en la que desenvuelve sus funciones profesionales. Un territorio confuso en el que rige en demasiadas ocasiones el principio de Peter, seg¨²n el cual el poder ejecutivo deber¨¢ estar en las manos de quienes precisamente hayan probado con creces su ineficacia y su incapacidad para la funci¨®n que ejercen. Huir hacia arriba. Esa es la cuesti¨®n. Ese es el truco.
Quieren ser Carlos Barral
No se trata, pues, de terminar con la mediana empresa editorial espa?ola a golpe de crisis, a golpe de rumor, a golpe de wishful thinking, Se trata de todo lo contrario: de apoyar estatalmente a esas medianas empresas editoriales. Empresas en las que la capacidad de decisi¨®n y de imaginaci¨®n est¨¢ en manos de personas de probada eficacia, que siguen revolviendo y apostando entre los cientos de nombres de j¨®venes escritores de la lengua espa?ola y arriesgando en el descubrimiento de caminos nuevos y distintos, editores que evitan el gigantismo exasperante y equivocado de tantas casas editoriales que ya no poseen siquiera la verg¨¹enza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Se trata, entonces, de lo mismo que se trata en todas las facetas de la vida empresarial y pol¨ªtica espa?ola: acabar con la probada mediocracia y el oportunismo que se deleita impunemente en el principio de Peter. En el mundo ejecutivo de la empresa espa?ola -y el campo editorial no es una excepci¨®n- hay demasiados casos de aventurerismo y diletantismo elemental, demasiados esperpentos y demasiados comisarios pol¨ªticos tomando determinaciones que ata?en a muchas personas. Gentes que, fracaso tras fracaso -intento tras intento-, llegan a la querencia final de pretender ser Carlos Barral, exceso repentino que debe pagarse en la, consulta ¨ªntima de cualquier psicoanalista argentino. Pero de esas enfermedades no debe culparse a quienes no han alcanzado semejantes niveles de locura personal y de mediocridad profesional probada en demasiados casos, cosas y ocasiones.
El hecho demostrado de la crisis de una mediana empresa editorial, sea cual sea, no indica que todas las medianas empresas editoriales terminen envueltas en la met¨¢fora del famoso refr¨¢n castellano, aunque casi siempre el pez grande se come al chico. Porque el chico -la mediana empresa editorial- posee casi siempre un cat¨¢logo importante y prestigioso y eso deber¨¢ achacarse, por hacer un ligero ejercicio de memoria justiciera, a quienes a?o tras a?o -en a?os de perros y censuras- lo procuraron con riesgo, intuici¨®n, esfuerzo e inteligencia.
Que, finalmente, la gran empresa haya visto en sus manos un cat¨¢logo de esas caracter¨ªsticas es un hecho que califica positivamente la eficacia -probada- de los empresarios de la gran editorial. Entendieron que lo m¨¢s importante de una editorial, junto con el capital humano que de ella pueda salvarse, es el cat¨¢logo.
Es importante, pues, comprar un gran cat¨¢logo que, bien administrado, dar¨¢ larga vida a la empresa. Pero es mucho m¨¢s importante, y terminantemente necesario, acabar entre todos -peque?os, medianos y grandes- con la mediocracia empresarial en la vida espa?ola de ahora mismo.
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