La recuperaci¨®n de la ciudad
EL PROGRAMA que acaba de poner en marcha el Ayuntamiento de Madrid para la salvaguarda de los actuales bulevares no es ya una decisi¨®n aislada en la pol¨ªtica de muchos municipios, especialmente de mayor¨ªa soc¨ªalista. La sensibilidad hacia el entorno urbano ha cundido, aunque todav¨ªa no con la intensidad y extensi¨®n necesarias, entre los nuevos ayuntamientos democr¨¢ticos. Podr¨ªa incluso decirse que el m¨ªnimo para la aceptaci¨®n de una pol¨ªtica municipal, del signo pol¨ªtico que sea, pasa ya, por el respeto al urbanismo y a las se?as de identidad urbana en general que definen a las ciudades. En apenas unos a?os, coincidentes a la vez con la venida de la democracia y el creciente descubrimiento de las devastaciones a que llev¨® la especulaci¨®n del suelo durante el franquismo, la conciencia ciudadana ha acrecentado su sensibilidad ante los atropellos inmobiliarios y reacciona, cuando se atenta contra el espacio p¨²blico, con parecida fiereza y prontitud a cuando ha de defender lo propio.La defensa de la ciudad, de su habitabilidad entendida a la vez como la pr¨¢ctica vivencial de su espacio pero tambi¨¦n como lugar de referencia hist¨®rica, de una historia marcada y compartida, es actualmente algo m¨¢s que un enunciado. Desde Estados Unidos y Europa hasta parte del Tercer Mundo cruza una corriente que estima, respeta y rescata el patrimonio urbano. Y no s¨®lo ya el patrimonio de un pasado ennoblecido por los siglos, sino de un pasado relativamente pr¨®ximo, aunado en los edificios a la memo?a de no muy remotos antecesores. Ciudades como Cincinnatti, Pittsburgh y Seattle, en Estados Unidos, han dado nueva vida a sus zonas c¨¦ntricas del siglo XIX, terminando con la pol¨ªtica de devastaci¨®n que caracteriz¨® al sector de la construcci¨®n norteamericano. Por los menos unas 500 ciudades de Estados Unidos po seen actualmente reglamentos destinados a salvar estructuras ilustres. Viejos edificios destinados antes a f¨¢bricas, estaciones de ferrocarril, almacenes de grano, armer¨ªas, hoteles o dep¨®sitos de hielo han renacido con vigor, unas veces para empjearse en nuevos usos y otras para recuperar los antiguos. Por otra parte, no son s¨®lo los edificios p¨²blicos quienes reciben la nueva atenci¨®n oficial.
En las viviendas particulares, el Estado o bien estimula mediante facilidades credit¨ªcias su restauraci¨®n o bien ofrece mediante ventas simb¨®licas -frecuentemente no m¨¢s de un d¨®lar- casas abandonadas y propiedad del Estado a parejas o individuos que deseen reconstruirlas y habitarlas. Paralelamente, los ingleses han llamado a su proceso de protecci¨®n y enaltecimiento del patrimonio urbano antiguo nobilizaci¨®n. Y en Londres se han rehabilitado ya barrios enteros, como Islington y Covent Garden. Tambi¨¦n en Anisterdam. las casa y bodegas del siglo XVII est¨¢n siendo renovadas, y en la secci¨®n Le Marais, de Par¨ªs, los maltrechos edificios de la ¨¦poca de Luis XIV han atra¨ªdo nuevos residentes que pueden acondicionarlos.
Parece claro, pues, que esa extendida idea que hace apenas veinticinco a?os hac¨ªa asociar lo nuevo como sin¨®nimo de mejor ha entrado en quiebra. No s¨®lo razones de car¨¢cter hist¨®rico-art¨ªstico o las apreciaciones de psic¨®logos sociales y urbanistas convergen en la recomendaci¨®n de proteger el viejo patrimonio urbano. Incluso los economistas valoran hoy la renovaci¨®n, frente a la construcci¨®n de viviendas nuevas, como un sensible, ahorro de inversiones, gracias al aprovechamiento de antiguas estructuras, m¨¢s s¨®lidas y eficaces para preservar del calor y el fr¨ªo, y gracias al extenso aprovechamiento de barrios hist¨®ricos c¨¦ntricos que ahorran transporte y obras de infraestructura. Todo ello sin contar con la ventaja casi decisiva de soslayar as¨ª la compra de suelo nuevo.
Ante este panorama, pues, la tendencia a conservar edificios, zonas peatonales, lugares abiertos, y ahora rescatar la perdida vitalidad de los bulevares, hace que el Ayuntamiento madrile?o, como algunos otros espa?oles, conecten con el deseo de una poblaci¨®n que no quiere seguir viviendo la ciudad como un penoso lugar, volcada prioritariamente hacia la producci¨®n y el comercio y no a la convivencia y el recreo.
Es, sin embargo, necesario se?alar, sobre estas operaciones de rescate, que mal servicio democr¨¢tico cumplir¨ªan si las restauraciones, las protecciones, los saneamiento de barrios y estructuras, se esperaran a hacer una vez que esos n¨²cleos centrales los hubieran abandonado sus habitantes de toda la vida, expulsados por la ruina, y se encontraran ya sus casas en manos de inmobiliarias o grupos de familias prepotentes. La huida de la ciudad que llevaron a cabo,las clases m¨¢s altas, una vez que grupos econ¨®micamente afines a su rango la hab¨ªan hecho inhabitable, puede hallar una segunda edici¨®n en el regreso.
Un regreso a zonas c¨¦ntricas, acondicionadas, preservadas de la aglomeraci¨®n, la contaminaci¨®n y el ruido. Escenarios privilegiados ahora, tanto por su est¨¦tica como por su ubicaci¨®n, que volver¨ªan a detentar los que antes se privilegiaron del repudio ciudadano. Medidas de apoyo econ¨®mico, subvenciones y ayudas financieras son, pues, indispensables para lograr no s¨®lo que la ciudad mantenga la memoria de su pasado, sino tambi¨¦n para que no ignore, al dictado del dinero, la relaci¨®n con sus habitantes.
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