Los desconfiados del futuro
Existen momentos en los que las sociedades parecen dominadas por sus propios demonios. Instantes en los que, aquejadas de sus discordancias ¨ªntimas, de sus beligerancias interiores, algunas colectividades se dir¨ªan cercanas a su misma disoluci¨®n, a su fragmentaci¨®n y quiebra. Semejan los trances ¨¢lgidos de una crisis aniquiladora, tras la cual se anuncian los p¨¢ramos desolados, los eriales y los desiertos. Para m¨¢s parecerse a una agon¨ªa, sobrevienen relampagueos de febril excitaci¨®n, minutos de agitaci¨®n en los que la demagogia -torpe imitadora de la vitalidad y la energ¨ªa- enciende sus aturdidas bengalas.Claro que es dificil extender, de la noche a la ma?ana, el certificado de defunci¨®n de una sociedad, de un pueblo. Suelen tener buena capacidad de resistencia, por mucho que denuncien su decadencia los enjuiciadores superficiales. Lo que no quiere decir que los abandonemos a sus propias fuerzas o nos dediquemos a contemplar sus estertores con la curiosa suficiencia con que un entom¨®logo observa los movimientos de un insecto que se introduce en su campo investigativo.
Las sociedades, en efecto, declinan, entran en acoso de ca¨ªda, de degradaci¨®n o de... cambio. No nos enga?emos. Las colectividades humanas no son un continuo y ordenado proceso que salva azares y vicisitudes a trav¨¦s de la historia, fieles a s¨ª mismas y a sus procelosos or¨ªgenes. La historia de Espa?a, por ejemplo, no es una repetici¨®n de id¨¦nticos acaeceres, acontecidos en medios y circunstancias homog¨¦neos. Sin ir m¨¢s lejos, ?qu¨¦ tiene que ver un espa?ol de hoy con un integrante de las arriscadas bandas del m¨ªtico Viriato? Y sin correr hasta aquellos velados hondones de las edades, ?qu¨¦ similitudes y constantes enlazan con nosotros a los viejids habitantes de Iberia en los tiernpos del gran Califato o de la dominaci¨®n visig¨®tica?
La Espa?a visigoda es un buen punto de arranque para cualquier meditaci¨®n cin torno a la continuidad y perseverancia espa?olas. A posteriori profetiz¨® el pecho del r¨ªo Tajo, por mediaci¨®n de fray Luis del Le¨®n, el desmantelamiento del imperio visig¨®tico. La profec¨ªa, como era su obligaci¨®n, reclamaba el remedio, el anticiparse a la ruina. "Acude, corre, vueIa...", reclama el verso penetrinte del poeta de Belmonte. Pero la suerte estaba echada. Y aquella Espa?a -si es que ya era Espa?a- se hund¨ªa en su disoluci¨®n.
Aparentemente, todo se lo llev¨® por delante la cabalgada ar¨¢biga. Pero entre las nieblas de los siglos se adivinan las lucecillas de los arrastres hist¨®ricos. ?Aquel resplandor jur¨ªdico! ?La gravitaci¨®n de una.s gotas de sangre antigua y se?orial en las venas de los epa?oles! Ortega y Gasset, en su Espa?a invertebrada, atribuye a la supervivencia de las manchas g¨®ticas peninsulares hechos tan decisivos como la vocaci¨®n de unidad y trascendencia de Castilla. No hay que olvidar que los osados gerifaltes de la Reconquista se altribuyeron, en cada momento criacial de los comienzos heroicos, sus cualidades de depositarios de la tradici¨®n y restauradores de lan orden violado y agredido. ?Otro precedente m¨¢s en el ovillarse y desovillarse del hilo enredado de nuestro devenir nacional!
Pero dejemos a un lado estas l¨ªneas de referencia y vayamos a lo nuestro, a lo de hoy, a esta olla hirviente del vivir espa?ol en la que nos agitamos todos, con m¨¢s o menos llagas, ¨¢mpollas y quemaduras. Espa?a, por m¨¢s temerosa que se sienta en algunos aspectos, vive una acuciante y profunda voluntad de esperanza. No es un asunto de hoy. Incluso en el ensa?amiento heroico con el que se combati¨® durante nuestra ¨²ltima y terrible contienda -que ojal¨¢ no vuelva a repetirse jam¨¢s-, la esperanza de una vida distinta se alzaba como acicate y justificaci¨®n de los esp¨ªritus.
El espa?ol o, por por lo menos, la mayor¨ªa de los espa?oles que trabajan y sue?an, aspiran a dejar atr¨¢s, en lo posible, la Espa?a que fue. No se trata de un reniego ni de un abandono, sino de una necesidad de seguir, sin padecer el lastre abrumador sobre los hombros y los palos entre las ruedas. Consiste, m¨¢s bien, en un ancho movimiento masivo, que no s¨¦ si han logrado captar en su hondura nuestras clases dirigentes, especialmente la pol¨ªtica.
Se puede asegurar que la ma-
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yor¨ªa de los espa?oles, con muy escasos m¨¢rgenes de error, no se siente, en estos momentos, debidamente representada en los ¨®rganos de debate y gobierno, tanto nacionales como regionales. De ah¨ª, en primer t¨¦rmino, la escasa militancia activa de que disponen las organizaciones y los partidos pol¨ªticos de las m¨¢s antit¨¦ticas ideolog¨ªas. La desconfianza hacia el pol¨ªtico, dig¨¢moslo claro, es la actitud dominante en la sociedad espa?ola. Sentimiento bastante difundido por ah¨ª, pero que en Espa?a registra especial peligrosidad por el compromiso en que nos encontramos compromiso de tod¨®s los espa?oles, enti¨¦ndase bien de enfrentar la construcci¨®n de un Estado apto para regir las nuevas configuraciones de una sociedad ligera y complicada en su inexorable y propio cambio.
En este aspecto del entendimiento de cu¨¢l vaya a ser el futuro de la sociedad espa?ola es en el que la masa pol¨ªtica -desde el ciudadano votante hasta los voceros y delegados de los diversos factores de poder- manifiestan una- creciente desconfianza y reticencia hacia la clase pol¨ªtica en general. Pongamos las cosas en su lugar. Los ¨¦xitos electorales de UCD, cuando los hubo, se debieron -por ejemplo- a su oferta al electorado de una l¨ªnea de riesgos m¨ªnimos para conducir la transici¨®ri. El programa y el compromiso del conglomerado centrista ten¨ªa, como objetivo clave, economizar sobresaltos yvueltas in¨²tiles a una enorme parcela de espa?oles conscientes, no siempre con entusiasmo, de la necesidad de hacer fuente al imperativo hist¨®rico del cambio. Fue m¨¢s bien el voto de la comodidad que el del miedo, como se dio en calificarlo. La prueba es que cuando crecieron las cotas del temor principi¨® el desbarajuste y hasta hubo que cambiar de capit¨¢n a media traves¨ªa, medida nada deseable como principio, pero que result¨® imposible. de evitar ante las mordientes del desgaste y las interiores desavenericias.
Los errores se pagan. Y cuando los protagonistas son honestos y conscientes deben servirlos para la entrega a la reflexi¨®n y no al piprsonalista aventurismo, cosa con la que no se cosecha si?o el incremento de la desconfianza y el alejamiento populares. Aquello-de "la ilmaginaci¨®n al poder", que proclamaban los embriagados j¨®venes revolucionarios del mayo franc¨¦s -tantas veces recordado y por recordar-, ser¨ªa exigible tatuaje en el pecho o en la frente de nuestros pol¨ªticos y dirigentes de distinta laya e ideolog¨ªa. Entre la falta de inventiva en unos y la sobra de peso muerto en otros, as¨ª nos luce el pelo. Es evidente que despu¨¦s de la ofert¨¢ del cambio pol¨ªtico a bajo coste, UCD no ha acertado a perfilar una propuesta nacional cautivadora. No me refiero aqu¨ª, por supuesto, a simpres enunciaciones program¨¢ticas, tan f¨¢c¨¹es de proclamar como de incumplir. Sino al hallazgo de ese centro de coincidencias de la conciencia popular que, sin f¨®rmulas demasiado concretas en muchas c¨ªcasiones, logra suscitar la ilusi¨®n de un pueblo de una parte sustancial de ¨¦l.
Pero lo malo es que la oposici¨®n socialista tampoco se muestra m¨¢s atrayente y n¨ªtida en sus invitaciones a la ilusi¨®n. Lo imaginativo no es el fuerte de sus dirigentes e ide¨®logos. Frente al futuro se escamotean las definiciones concluyentes (?Nacionalizaciones, s¨ª; nacionalizaciones, no Es un ejemplo). Lo que se busca es acertar en las dianas electoralistas. La t¨¢ctica prima sobre otras preocupaciones. Y a veces uno piensa que es mejor que as¨ª sea. Porque en las oportunidades en que se deja el ca?o libre hacen su aparic¨ª¨®n los fantasmas del subconsciente, con sus hist¨®ricas nostalgias republicanas, incluidos los resabios de volver a protagoanizar el dudosamente ingenioso papel de aquellos jabal¨ªes de tan sospechoso gusto.
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