Los cient¨ªficos conf¨ªan en conseguir el dominio de las precipitaciones a finales de la d¨¦cada
Hatfield viaj¨® a Italia en 1922 y puso punto final a la tremenda sequ¨ªa. Y todav¨ªa hoy se le recuerda en California, donde muri¨® el 22 de enero de 1958, a los 78 a?os, como el hombre que consigui¨® el ¨²nico diluvio de que se tiene memoria sobre el desierto de Mojave.Nadie conoce el sistema que utilizaba para atraer la lluvia. Era un hombre sin estudios. Sus detractores afirman que la humareda que provocaba con la mezcla de misteriosos compuestos qu¨ªmicos no era m¨¢s que la ambientaci¨®n de un charlat¨¢n con much¨ªsima suerte. Sus partidarios echan mano de la estad¨ªstica: Hatfield realiz¨®, aseguran, m¨¢s de 2.000 experimentos sin un solo fracaso.
No falta quien piensa que el hombre de las lluvias era un raro. Para ¨¦stos, la atm¨®sfera tendr¨ªa una especie de psicolog¨ªa propia, y Hatfield, la extra?a facultad de conectar con ella.
De cualquier forma, el viejo sue?o de los cient¨ªficos no pasa por esperar la aparici¨®n de un nuevo Hatfield. Prefieren seguir acumulando conocimientos hasta alcanzar un nivel que les permita modificar el tiempo atmosf¨¦rico sin necesidad del factor suerte. De momento, sus ¨¦xitos no son espectaculares.
Seg¨²n datos de un informe del Comit¨¦ para la Informaci¨®n sobre el Medio Ambiente de Estados Unidos, los sovi¨¦ticos parecen obtener resultados satisfactorios en la prevenci¨®n del granizo mediante cohetes espaciales. (Los payeses de L¨¦rida tambi¨¦n, aunque sus cohetes sean de p¨®lvora, cart¨®n, bramante y ca?a). En algunos lugares se evita con botes de humo la acci¨®n perniciosa de las heladas sobre los cultivos, e incluso se provocan inundaciones en las plantaciones de ar¨¢ndano agrio para pro tegerlas de la escarcha. Los americanos disipan en los aeropuertos las nieblas fr¨ªas utilizando gas propano, salmuera o hielo seco. Y aqu¨ª al lado, en Francia, se usan motores viejos de aviaci¨®n para conseguir el desplome de las nieblas c¨¢lidas sobre las pistas de aterrizaje. Pero conseguir que llueva ya es otro cantar, y sin nubes, imposible.
'Sembradores de nubes'
A partir de 1946 tres cient¨ªficos Langinui, Schaefer y Vonnegut, desarrollaron una serie de trabajos sobre las propiedades del hielo seco y del yoduro de plata que indujeron a pensar en la posibilidad de un aumento artificial de las precipitaciones. A la sombra del sen sacionalismo con que fue tratada la noticia comenzaron a proliferar empresas de sembradores de nubes que buscaban contratos con terratenientes desesperados por la sequ¨ªa. Todav¨ªa hoy existen empresas de este tipo: el a?o pasado, determinada gran compa?¨ªa espa?ola que necesitada agua para la refrigeraci¨®n de unos enormes dep¨®sitos de combustible en Andaluc¨ªa lleg¨® a contactar con una sociedad estadounidense especializada en siembra de nubes, y ¨¦sta, como respuesta, present¨® un presupuesto de un mill¨®n de d¨®lares, es decir, unos cien millones de pesetas.
"Yo creo que este tipo de empresas son m¨¢s bien vendedoras de esperanza", dice Luis Ardaz, del Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa (INM) y coordinador de la participaci¨®n espa?ola en el Proyecto de Intensificaci¨®n de la Precipitaci¨®n (PIP). "Cobran por adelantado e intentan que llueva. Si llueve, bien; si no, qu¨¦ le vamos a hacer. Salvando las diferencias, es como si usted va al m¨¦dico y le pide que le cure. Naturalmente, la consulta se la paga por adelantado. Despu¨¦s, uno se cura o no se cura, depende de la enfermedad y de un mont¨®n de otras circunstancias.
Por su parte, el profesor Roland List, del Departamento de F¨ªsica de la Universidad de Toronto y alto dirigente de la Comisi¨®n de Ciencias de la Atm¨®sfera sobre F¨ªsica de Nubes y Modificaci¨®n Artificial del Tiempo Atmosf¨¦rico, escrib¨ªa recientemente: "Hoy d¨ªa ya no hay ninguna duda de que disponemos de la tecnolog¨ªa nece saria para dispersar las niebla fr¨ªas y c¨¢lidas y tambi¨¦n para inducir a nubes aisladas y a capas nubosas a producir precipitaciones si las condiciones son adecuadas Sin embargo, cuando se trata de un sistema completo de nubes, nuestro conocimiento cient¨ªfico es totalmente inadecuado para permitir estas afirmaciones. El problema principal es que no podemos predecir con precisi¨®n la cantidad de lluvia que se producir¨¢ con o sin intervenci¨®n". El gran escollo que se presenta a la hora de elaborar un sistema cient¨ªfico de intensificaci¨®n de la precipitaci¨®n es, en realidad, la dificultad de traducir los procesos que se producen en las nubes a f¨®rmulas matem¨¢ticas, a ecuaciones posibles de resolver.
Las nubes sobre las que los cientificos quieren actuar se forman en la atm¨®sfera, cuando se condensa el vapor de agua elevado por corrientes ascensionales de aire, como las que permiten la elevaci¨®n de un ala delta, un planeador o una simple cometa, condensaci¨®n que, es bien conocido, se produce por la disminuci¨®n de la temperatura y de la presi¨®n atmosf¨¦rica con la altura.
Problemas sin resolver
Formada la nube, cada una de las gotitas que la componen tiene un tama?o medio tal que necesitar¨ªa incrementar en un mill¨®n de ve ces su propia masa para convertirse en una gota de agua de lluvia -un radio de un mil¨ªmetro como m¨ªnimo- para llegar al suelo sin evaporarse por el camino.
Si las condiciones son adecuadas, esa diminuta gotita de la nube engordar¨¢ por el procedimiento de incorporar el vapor de agua circundante. El obst¨¢culo consiste en que, salvo raras excepciones, el engorde se detiene en cuanto la gotita inicial ha aumentado en ocho veces su masa, lo que no hasta para que se convierta en gota de lluvia Necesitar¨¢, pues, de otro mecanismo, que adem¨¢s variar¨¢ seg¨²n se trate de una nube c¨¢lida -aquella cuya capa m¨¢s alta registra temperaturas superiores a cero grados- o de una nube fr¨ªa, que en parte o totalmente se encuentra por debajo de los 0? cent¨ªgrados.
En las nubes c¨¢lidas, el camino hacia la precipitaci¨®n contin¨²a cuando, al caer en el seno de la nube, las gotas mayores chocan con las m¨¢s peque?as y las incorporan a su propio volumen hasta adquirir la masa necesaria para llegar a tierra. Es el mecanismo que los cient¨ªficos llaman colisi¨®n-coalescencia. Seg¨²n parece, es posible favorecer el proceso si se inyecta adecuadamente agua pulverizada a este tipo de nubes. Sin embargo, es tal el n¨²mero de variables que intervienen que resulta imposible, por ahora, anticipar cu¨¢les ser¨¢n los resultados de esta acci¨®n, y mucho menos cuantificarlos. Ni siquiera es seguro que a la colisi¨®n, dentro de la nube, de una gota suficientemente grande con otra m¨¢s peque?a siga la coalescencia. Puede ocurrir, por ejemplo, que una de ellas, o ambas, se fragmenten en lugar de unirse para formar una gota mayor. Depende del azar.
En las nubes fr¨ªas ocurre algo parecido en cuanto al papel del azar, de lo aleatorio. En ¨¦stas, dada su temperatura, se podr¨ªa esperar la formaci¨®n de cristales de hielo y que las gotitas de agua vayan pasando a engrosar dichos cristales, los cuales, posteriormente, al caer, pueden atrapar a otros y precipitar en forma l¨ªquida, de lluvia -si llegan a fundirse antes de llegar a tierra-, o s¨®lida -de nieve, por ejemplo-. Pero tampoco este proceso se cumple con seguridad. Dejando a un lado el hecho de que los cristales, al entrar en contacto con otros en su ca¨ªda, pueden romperse, para que se produzca la formaci¨®n de hielo -es decir, de los cristales- en la nube, no basta con que la temperatura de ¨¦sta sea inferior a los 0? cent¨ªgrados. Se sabe que sin la presencia de un n¨²cleo s¨®lido sobre el que se pueda formar el peque?o cristal, una mota de polvo en suspensi¨®n, por ejemplo, las gotitas se mantendr¨ªan l¨ªquidas hasta aproximadamente -40? cent¨ªgrados, en un estado que los f¨ªsicos denominan subfusi¨®n. La complicaci¨®n aumenta si se tiene en cuenta que esas part¨ªculas s¨®lidas necesarias para la formaci¨®n de cristales, llamadas en meteorolog¨ªa n¨²cleos de hielo o IN, son muy diversas y act¨²an de forma distinta en funci¨®n de circunstancias ambientales. Adem¨¢s, aparte de que el n¨²mero de IN por unidad de volumen puede variar enormemente de una parte a otra de una nube, es necesario que la concentraci¨®n de cristales de hielo que origine no supere unos determinados valores para que se produzca la precipitaci¨®n. Si tal concentraci¨®n se supera, la nube se estabiliza y no llueve, o llueve menos.
Precisamente esta ¨²ltima condici¨®n, la de los niveles de concentraci¨®n cr¨ªticos, es la que en la pr¨¢ctica puede determinar enormes fracasos a los sembradores de nubes. Su t¨¦cnica, en el caso de las nubes fr¨ªas, es rociarlas con hielo seco, que estimula la formaci¨®n de cristales sobre los IN presentes, o bien con yoduro de plata, cuyas part¨ªculas se constituyen en aut¨¦nticos IN. La cuesti¨®n reside en que, al no disponerse del conocimiento cient¨ªfico de todas las variables, una siembra de nubes puede convertirse en una especie de juego de las siete y media: o se pasa, superando el valor cr¨ªtico de la concentraci¨®n de cristales de hielo -y, claro, no llueve o llueve menos-, o no llega a producir aumento alguno de la precipitaci¨®n.
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