La Araucan¨ªa literaria
Viajando, rumbo al Sur, en un departamento de tren que cruj¨ªa por los cuatro costados y amenazaba con desintegrarse entre maderas barnizadas, bronces y tulipas de opalina modernista, pas¨¦ una noche de insomnio, aferrado a las aristas del. caballo ch¨²caro que era la cama de arriba (compruebo en el diccionario que ch¨²caro proviene de la voz quechua chucru, duro), y descubr¨ª, al amanecer, a trav¨¦s de la neblina y la lluvia, uno de los lugares m¨ªticos de la poes¨ªa castellana: la Araucan¨ªa de don Alonso de Ercilla, el poeta soldado, y la del licenciado Pedro de O?a; el Sur legendario de Pablo Neruda y de tantos otros, desde Augusto Winter, protector de los cisnes del lago Budi, primer ecologista de la literatura chilena, hasta .Jorge Teillier, evocador de estaciones solitarias, de rieles cubiertos por la maleza y de tangos antiguos, en que la voz de Carlos Gardel o la de Libertad Lamarque brotan de victrolas chillonas.Los novelistas de las generaciones anteriores a la m¨ªa, los jefes de la escuela que en Chile se llam¨® criollismo, se propusieron a menudo describir estas mismas tierras, elevarlas a la categor¨ªa de paisaje literario, y la verdad es que muy rara vez consiguieron levantar el vuelo. Hubo narradores m¨¢s vigorosos, dentro de la tendencia regionalista, en otros pa¨ªses del continente. Los de Chile siempre me recuerdan la aridez monta?esa de las novelas de Jos¨¦ Mar¨ªa de Pereda. Fueron escritores aplicados, que recorr¨ªan el campo armados de su cuaderno de apuntes, de acuerdo con las ense?anzas de los naturalistas franceses, pero nunca consiguieron sobrepasar los l¨ªmites de la bot¨¢nica y de la geograf¨ªa. Si los enemigos de Flaubert, en Francia, lo calificaban como .un buey de trabajo, desprovisto de toda idea", ?qu¨¦ habr¨ªan dicho de los criollistas de Maule y del B¨ªo B¨ªo! El suburbio, el Santiago viejo, polvoriento, con sus expresiones miserables o brutales, tuvo cierta presencia en la novela de comienzos de siglo. Todav¨ªa se puede leer Juana Lucero y Angurrientos. El campo y el huase, en cambio, los temas obligatorios de esa ¨¦poca, nunca adquirieron vida narrativa. Los criollistas iban a la naturaleza como tarea, tomaban notas minuciosas, estudiaban las costumbres aut¨®ctonas y produc¨ªan libros sopor¨ªferos.
En un viaje de estos d¨ªas al sur de Chile sospech¨¦ que los poetas de la Frontera, los de Temuco y el r¨ªo Caut¨ªn, l¨ªmites de la Araucan¨ªa hasta fines del XIX, hicieron exactamente lo contrario. Ercilla lleg¨® sin la menor intenci¨®n de escribir, animado por sue?os de gloria que hab¨ªa concebido en la corte inglesa, durante las ceremonias de la boda de Felipe II, al escuchar relatos de la guerra de Arauco. S¨®lo estuvo meses en la regi¨®n, pero le bast¨® para crear un poema deslumbrante, conquistado por la naturaleza y por el valor de los caciques ind¨ªgenas. La Araucan¨ªa fue la mejor expresi¨®n literaria del conquistador conquistado.
Pegada a la suela del zapato
Pedro de O?a, el primero de los poetas coloniales nacidos en tierra chilena, s¨®lo pas¨® su infancia en su pueblo de Angol de los Confines. Confines de la geograf¨ªa conocida y conquistada en el XVI. Sin embargo, a pesar de que tom¨® el partido de los conquistadores, su gran poema barroco, Arauco domado, publicado en Lima en 1596, da la impresi¨®n de que se hab¨ªa llevado la tierra de la Araucan¨ªa pegada a la suela de los zapatos.
Lo mismo le sucedi¨® al joven Neruda, que escap¨® de la provincia a Bombay, a Rang¨²n, a Barcelona y Madrid, y que vivi¨®, a lo largo de sus navegaciones y regresos, asediado por im¨¢genes de la lluvia de Temuco, por las goteras repartidas en las diferentes vasijas de una casa h¨²meda, el piano de mi infancia.
Los novelistas que llegaron a la Frontera, cuaderno de apuntes en ristre, colocando las narices junto a las hojas de las araucarias, de los peumos, de los maritenes, fracasaron en forma estrepitosa. Los poetas se dispersaron por el mundo y crearon, a partir de memorias fugaces o infantiles, un espacio literario.
"?Qu¨¦ hay para ti en el Sur sino un r¨ªo, una noche, unas hojas que el aire fr¨ªo manifiesta y extiende hasta cubrir las riberas del cielo...?"
Versos que se escriben con la memoria creadora, no con el cuaderno de composici¨®n. ?Qu¨¦ habr¨ªa sucedido si Neruda, es decir, seg¨²n el registro civil, Neftal¨ª Ricardo Reyes, se hubiera quedado en la provincia de Caut¨ªn, entre los bosques fragantes de Lonquimay y de Boroa? Me imagino que habr¨ªa sido Neftal¨ª Ricardo Reyes hasta el final de su existencia y que nunca habr¨ªa llegado a ser Pablo Neruda.
Los temucanos quieren ahora, con buenas razones, que su ciudad sea proclamada capital po¨¦tica del pa¨ªs. Si pensamos en Ercilla, en O?a, en la etapa de Gabriela Mistral como directora del liceo de ni?as de Temuco, donde le prest¨® sus primeros libros al adolescente Neftal¨ª Reyes, la aspiraci¨®n tiene alg¨²n sentido. Las tierras de la Araucan¨ªa y la ciudad de Temuco, fundada hace s¨®lo cien a?os, despu¨¦s de la llamada pacificaci¨®n de los ind¨ªgenas m¨¢s combativos de Am¨¦rica, han sido el centro de una invenci¨®n po¨¦tica extraordinaria, el eje de un fen¨®meno del idioma formado por los aportes m¨¢s diversos, desde la visi¨®n renacentista de Ercilla, que describ¨ªa a Lautaro, a Colo Colo y a Caupolic¨¢n, los toquis de las primeras batallas contra los espa?oles, como h¨¦roes griegos, hasta la fantas¨ªa tranquila de Juvencio Valle, poeta especialista en bosques, en bot¨¢nica sure?a y en flores silvestres.
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