La amenaza del fin del mundo
Desde el 16 de julio de 1945, cuando se hizo estallar la primera bomba at¨®mica en el campo de pruebas de Trinity, cerca de Alamogordo, Nuevo M¨¦xico, EE UU, la humanidad ha convivido con las armas nucleares. Cada a?o ha ido creciendo el n¨²mero de bombas, hasta el punto de que hay actualmente unas 50.000 cabezas nucleares en el mundo, que poseen una potencia explosiva aproximada de 20.000 millones de toneladas de TNT, o sea, 1.600.000 veces la capacidad de la bomba arrojada por Estados" Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Estas bombas fueron construidas como armas para la guerra, pero su significaci¨®n trasciende en gran medida la guerra y todas sus causas y resultados. Nacieron de la historia, pero amenazan con poner fin a la historia. Fueron hechas por los hombres, pero amenazan con aniquilar al hombre.En los a?os transcurridos desde la invenci¨®n de las armas nucleares, la extendida creencia seg¨²n la cual un holocausto nuclear provocar¨ªa en cierto sentido el fin del mundo se. ha reflejado en las declaraciones hechas tanto por dirigentes norteamericanos como sovi¨¦ticos. En 1974, durante una conferencia de Prensa, el secretario de Estado Henry Kissinger afirm¨® que "hay que restringir la acumulaci¨®n de armas nucleares si queremos evitar que la humanidad se destruya a s¨ª misma". Y el presidente Jimmy Carter dijo, en su discurso de despedida, que despu¨¦s de un holocausto nuclear "los supervivientes, si los hubiere, vivir¨ªan desesperados entre las ruinas envenenadas de una civilizaci¨®n que se habr¨ªa suicidado". Los dirigentes sovi¨¦ticos no han sido menos categ¨®ricos en sus comentarios. A finales de 1981, por ejemplo, el Gobierno de la URSS hizo imprimir un folleto en el que dec¨ªa: "La Uni¨®n Sovi¨¦tica sostiene que la guerra nuclear ser¨ªa un desastre universal, y que es muy probable que significase el fin de la civilizaci¨®n. Podr¨ªa conducir a la destrucci¨®n de toda la humanidad".
La tasa de conversi¨®n de la masa en energ¨ªa est¨¢ expresada en la f¨®rmula de Einste¨ªn E=mc2, es decir: la energ¨ªa es igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz. Una f¨®rmula que ha conquistado un lugar justificado en el folklore popular, si tenemos en cuenta su fat¨ªdica importancia para la supervivencia de la vida humana. Como la velocidad de la luz es de alrededor de 300.000 kil¨®metros por segundo, el valor en energ¨ªa que se puede obtener a partir de la transformaci¨®n de cantidades incluso muy peque?as de masa es extraordinariamente elevado. Por ejemplo, la cantidad de masa invertida en la destrucci¨®n de Hiroshima fue de un gramo aproximadamente. (La bomba en s¨ª, que era una m¨¢quina compleja, pesaba cuatro toneladas.)
Efectos destructivos
Mientras que la mayor¨ªa de las bombas convencionales producen solamente un efecto destructivo -la onda de choque-, las armas nucleares ocasionan muchos. En el momento de la explosi¨®n, cuando la temperatura de la materia del arma, al gasificarse instant¨¢neamente, alcanza niveles superiores a la de las estrellas, la presi¨®n es millones de veces superior a la presi¨®n atmosf¨¦rica normal. Inmediatamente, la radiaci¨®n, formada esencialmente por rayos gamma -que son una forma de radiaci¨®n electromagn¨¦tica de alta energ¨ªa-, empieza a difundirse por el medio ambiente. Cuando se hace estallar en el aire una bomba de un megat¨¢n -con una potencia explosiva equivalente a un mill¨®n de toneladas de TNT, que en los actuales arsenales nucleares es una bomba de calibre mediano-, la radiaci¨®n nuclear inicial puede matar a los seres humanos desprotegidos que se encuentren en una zona de unos quince kil¨®metros cuadrados. De forma virtualmente simult¨¢nea a la radiaci¨®n nuclear inicial, en un segundo efecto destructivo de la explosi¨®n, la intensa actividad de los rayos gamma en el aire genera un pulso electromagn¨¦tico. La Agencia de Preparaci¨®n Civil del Ministerio norteamericano de Defensa inform¨®, en 1977, que una sola arma nuclear de muchos kilotones, detonada a una altitud de doscientos kil¨®metros por encima de Omaha (Nebraska), podr¨ªa generar un pulso electromagn¨¦tico lo bastante potente como para estropear los circuitos el¨¦ctricos integrados de todo Estados Unidos (excepto Hawai y Alaska) y de parte de M¨¦xico y Canad¨¢, amenazando as¨ª con frenar la econom¨ªa de toda esa zona. Cuando las reacciones de fusi¨®n y de fisi¨®n se disipan por s¨ª mismas, se forma una bola de fuego. Al expandirse esa bola, el aire que la rodea absorbe energ¨ªa en forma de rayos X, y luego vuelve a radiar parte de esa energ¨ªa al medio ambiente, en forma de pulso t¨¦rmico -una onda de luz cegadora y de intens¨ªsimo calor-, que es el tercero de los efectos destructivos de una explosi¨®n nuclear. (Si el estallido se produce en un lugar lo suficientemente bajo, la bola de fuego alcanza el suelo y convierte en vapor o incinera pr¨¢cticamente todo cuanto toca.) El pulso t¨¦rmico de una bomba de un megat¨®n dura diez segundos y puede causar quemaduras de segundo grado a los seres humanos expuestos a su acci¨®n a una distancia de m¨¢s de quince kil¨®metros, o en un ¨¢rea de casi 750 kil¨®metros cuadrados, y la de una bomba de veinte megatones (a niveles actuales, una bomba grande) dura unos veinte segundos y puede producir las mismas consecuencias a una distancia de 45 kil¨®metros, o en un ¨¢rea de casi 6.500 kil¨®metros cuadrados. A medida que la bola de fuego se va expandiendo, env¨ªa tambi¨¦n una onda explosiva en todas direcciones, y ¨¦ste es el cuarto efecto destructivo de la explosi¨®n. A medida que arde, la bola de fuego asciende y condensa el vapor de agua de la atm¨®sfera circundante hasta formar el hongo caracter¨ªstico. Si la bomba ha estallado en el suelo o lo bastante cerca de ¨¦l para que la bola de fuego toque la Tierra, en lo que suele llamarse explosi¨®n de superficie, se formar¨¢ un cr¨¢ter y toneladas de polvo y escombros se fundir¨¢n con los productos intensamente radiactivos de la fisi¨®n y ser¨¢ absorbidos en el seno del hongo. Esta mezcla regresar¨¢ a la Tierra en forma de lluvia radiactiva, en su mayor parte en forma de finas cenizas, lo que constituye el quinto efecto destructivo de la explosi¨®n. Seg¨²n sea la composici¨®n de la superficie afectada, de un 40% a un 70% de esta lluvia radiactiva, cae sobre la Tierra, aproximadamente, en las veinticuatro horas siguientes a la explosi¨®n, desde las zonas vecinas al lugar donde se ha producido y hacia donde la empuje el viento, exponiendo a los seres humanos al s¨ªndrome radiactivo, que puede ser fatal si la exposici¨®n es intensa. Las detonaciones nucleares producidas en el aire tambi¨¦n pueden causar una lluvia radiactiva local, pero en cantidades mucho menores. El alcance letal de la lluvia radiactiva local depende de cierto n¨²mero de circunstancias, entre las que se cuentan la situaci¨®n climatol¨®gica, pero en circunstancias normales, una explosi¨®n nuclear de un megat¨®n en la Tierra contaminar¨ªa letalmente, seg¨²n un informe de la Oficina de Estimaciones Tecnol¨®gicas, un ¨¢rea superior a los 2.500 kil¨®metros cuadrados. (Se ha convenido que una dosis letal equivale a la cantidad de radiaci¨®n que, descargada en un per¨ªodo corto de tiempo, sea capaz de matar a la mitad de la poblaci¨®n adulta joven y sana.)
Las armas nucleares, al arrasar e incendiar ¨¢reas enormes y muy urbanizadas, generan incendios en masa, y en algunos casos estos incendios pueden matar m¨¢s personas que los pulsos t¨¦rmicos y ondas explosivas que se producen al principio. Es m¨¢s, aparte de los efectos primarios locales de cada bomba y de sus efectos secundarios, existen unos efectos primarios globales que s¨®lo llegan a ser significativos si estallan miles de bombas en toda la Tierra. Hasta el momento, se han descubierto tres graves efectos globales directos. El primero, es la lluvia radiactiva diferida o mundial. En detonaciones superiores a los cien kilotones, parte de la lluvia radiactiva no cae a tierra en las proximidades de la explosi¨®n, sino que se eleva hasta la troposfera e incluso la estratosfera, circula alrededor de la Tierra, y luego, al cabo de meses o de a?os, desciende y contamina toda la superficie del globo, aunque con dosis de radiaci¨®n mucho m¨¢s d¨¦biles que las que provoca la lluvia radiactiva local. Esta liberaci¨®n de radiactividad puede considerarse como un prolongado posestallido, que se dispersa por tierra, mar y aire, y penetra en los tejidos, huesos, ra¨ªces, tallos y hojas de los seres vivos, y sigue detonando casi indefinidamente despu¨¦s de la explosi¨®n. El segundo efecto global descubierto hasta ahora es la ascensi¨®n -cuando se producen explosiones en el suelo- de millones de toneladas de polvo a la estratosfera; este fen¨®meno producir¨¢, probablemente, un enfriamiento general de la superficie de la Tierra. El tercero de los efectos globales es la previsible destrucci¨®n parcial de la capa de ozono que rodea toda la Tierra en la estratosfera. Cuando se enjuician los efectos globales de un holocausto, por tanto, la cuesti¨®n primordial no es saber cu¨¢ntas personas ser¨ªan v¨ªctimas de la irradiaci¨®n, o morir¨ªan quemadas o aplastadas por los efectos inmediatos de las bombas, sino hasta qu¨¦ punto podr¨ªa resistir la ecosfera, entendida como una sola entidad viva de la que depende la existencia de todas las formas de vida.
Consideremos, por ejemplo, algunas de las posibles formas en que morir¨ªa una persona que viviera en un pa¨ªs v¨ªctima de las armas nucleares. Podr¨ªa ser incinerada por la bola de fuego y el pulso t¨¦rmico. Podr¨ªa ser mortalmente irradiada por la radiaci¨®n nuclear inicial. Podr¨ªa morir aplastada por la onda explosiva o sus escombros. Podr¨ªa sufrir los efectos letales de la lluvia radiactiva local. Podr¨ªa morir abrasada por una tormenta de fuego. Podr¨ªa verse afectada por uno o varios de esos efectos y morir despu¨¦s v¨ªctima de las heridas antes de poder salir de la zona devastada donde se encontraba. Podr¨ªa morir de hambre, porque al hundirse la econom¨ªa no se producir¨ªan ni distribuir¨ªan alimentos, o porque los cultivos locales habr¨ªan sido aniquilados por la radiaci¨®n, o porque el ecosistema local estar¨ªa destrozado, o porque estar¨ªa desintegr¨¢ndose la ecosfera de toda la Tierra. Podr¨ªa morir de fr¨ªo, por falta de calefacci¨®n o de ropa, o perecer a la intemperie por falta de cobijo. Podr¨ªa morir atacada por gentes que buscaran la comida o el cobijo que hubiese conseguido. Podr¨ªa morir v¨ªctima de una epidemia en expansi¨®n. Podr¨ªa morir por exposici¨®n al sol si permaneciera demasiado tiempo al aire libre despu¨¦s del deterioro grave del escudo de ozono. O podr¨ªa morir a causa de una combinaci¨®n de estos peligros. Pero, mientras que son casi innumerables los modos de morir en un holocausto y despu¨¦s de ¨¦l, cada per-
La amenaza del fin del mundo
sona s¨®lo tiene una vida que perder: quien ha muerto v¨ªctima del pulso t¨¦rmico no puede morir nuevamente en una epidemia. En consecuencia, quien desee describir un holocausto corre siempre el riesgo de representar escenas de devastaci¨®n que podr¨ªan no llegar a producirse nunca, porque la gente ya habr¨ªa muerto en alguna cat¨¢strofe anterior.La serie espec¨ªfica de acontecimientos que podr¨ªan conducir a un ataque nuclear es, evidentemente, uno de los factores imprevisibles; pero podemos perfilar algunas posibilidades generales. Una de ellas podr¨ªa ser un ataque completamente accidental, desencadenado por un error humano o un fallo mec¨¢nico. En tres ocasiones, durante los ¨²ltimos a?os, las fuerzas nucleares norteamericanas fueron puestas en las primeras fases del estado de alerta: dos veces debido al funcionamiento defectuoso de un chip de computadora del sistema de alarma del Alto Mando norteamericano de Defensa A¨¦rea, y una vez en que se insert¨® inadvertidamente en el sistema una cinta de pruebas que representaba un ataque con misiles. Tambi¨¦n podr¨ªan desencadenar un holocausto las hostilidades convencionales o nucleares entre potencias menores que atrajeran la intervenci¨®n de las superpotencias. Otra posibilidad ser¨ªa un ataque deliberado y no provocado de una parte que tratara de anular de ra¨ªz las posibilidades de la otra. La mayor¨ªa de los observadores estiman que un ataque de esta clase es extraordinariamente improbable en ninguna direcci¨®n, pero la l¨®gica de la actual estrategia nuclear impulsa a ambas partes a prepararse para reaccionar ante esta posibilidad. Lo m¨¢s probable, seg¨²n la opini¨®n de muchos, es el lanzamiento de un ataque preferente en medio de una crisis internacional. Ni completamente planificado, ni totalmente accidental, tal ataque ser¨ªa precipitado por una combinaci¨®n -en un bando o en los dos- de beligerancia, acciones temerarias, errores de c¨¢lculo, y miedo a que el adversario propinase un primer golpe. El posible miedo de cada bando a un primer ataque por parte del otro se ha convertido en un elemento cada vez m¨¢s peligroso en los ¨²ltimos a?os. Las armas modernas, tales como los SS-18 y SS-19 sovi¨¦ticos, y el modelo mejorado del misil Minuteman III norteamericano y el misil MX actualmente en proyecto, tienen una capacidad mucho mayor de destruir los cohetes enemigos en su silos, aumentando as¨ª los incentivos de los dos bandos para golpear primero.
Podr¨ªamos imaginar toda suerte de futuras crisis conducentes a un ataque, pero me gustar¨ªa mencionar un tipo de crisis que parece especialmente peligrosa. En la teor¨ªa de la disuasi¨®n nuclear, cada bando evitar¨ªa idealmente los ataques de cada nivel de violencia con una fuerza disuasoria del mismo nivel. Sin embargo, las realidades geogr¨¢ficas hacen imposible esta simetr¨ªa disuasoria ideal. La proximidad de la Uni¨®n Sovi¨¦tica a Europa occidental y al Pr¨®ximo Oriente le proporciona una firme preponderancia convencional en esas zonas del mundo. Por tanto, la pol¨ªtica norteamericana a todo lo largo del per¨ªodo de posguerra ha consistido en disuadir a los sovi¨¦ticos de un ataque convencional contra Europa occidental por medio de armas nucleares t¨¢cticas. Y en enero de 1980, el presidente norteamericano Carter, efectivamente, ampli¨® esta pol¨ªtica hasta hacer que incluyera la protecci¨®n de los pa¨ªses situados alrededor del golfo P¨¦rsico.
Guerra limitada
Las predicciones sobre el curso que podr¨ªa seguir un ataque est¨¢n sometidas, como era de esperar, a las modas intelectuales (debido a que no existe la menor experiencia que pueda orientarlas). En la d¨¦cada de los a?os sesenta, por ejemplo, la creencia general era que el ataque que m¨¢s importaba impedir era el total, pero en los ¨²ltimos a?os se ha puesto de moda la idea de que podr¨ªa llegarse a una "guerra nuclear limitada". La premisa en que se basa la teor¨ªa de la guerra limitada es que las hostilidades nucleares pueden suspenderse al llegar a un nuevo equilibrio de la balanza de fuerzas, antes de que se hayan lanzado los ataques a gran escala. En particular, algunos te¨®ricos nucleares han argumentado recientemente que la Uni¨®n Sovi¨¦tica es actualmente capaz de lanzar un devastador primer ataque contra los bombarderos y los lanza-cohetes norteamericanos con base terrestre, dejando a Estados Unidos en la desfavorable posici¨®n de tener que elegir entre la utilizaci¨®n de sus misiles menos precisos, instalados en sus submarinos, para atacar directamente la sociedad sovi¨¦tica -arriesg¨¢ndose as¨ª a que los sovi¨¦ticos repliquen con un ataque directo contra la sociedad norteamericana- y no hacer nada. Sin embargo, hay ,algo fant¨¢stico y so?ador en esta idea de un ataque nuclear enteramente unilateral que, dejando intacta la facultad de devastar la sociedad del agresor por parte del agredido, permitir¨ªa de alg¨²n modo al ofensor dictar sus condiciones. En general, en el mundo te¨®ricamente sofisticado pero a menudo humanamente deficiente de la teor¨ªa estrat¨¦gica nuclear, es probable que se pase por alto que el estallido de hostilidades nucleares entra?a el desmoronamiento de todas las inhibiciones habituales que son fruto de la raz¨®n y la humanidad. En cuanto la matanza de un holocausto nuclear hubiera empezado, los escr¨²pulos, e incluso los c¨¢lculos ego¨ªstas que normalmente mantienen los actos de las naciones dentro de ciertos l¨ªmites, habr¨ªan tenido que ser, por definici¨®n, pisoteados previamente, y seguramente apenas ofrecer¨ªan a nadie una protecci¨®n adicional. En el inimaginable clima mental y espiritual del mundo en ese momento es dificil imaginar con qu¨¦ fuerza podr¨ªa contarse para impedir que el mundo se precipitase a su total destrucci¨®n. Son vaticinios que dependen de decisiones humanas, y es evidente que ¨¦stas son imposibles de prever.
Evacuaci¨®n y refugios
Los dos principales elementos de la defensa civil que podemos concebir contra un ataque nuclear son la evacuaci¨®n y los refugios. En una crisis prolongada, un pa¨ªs podr¨ªa intentar proteger a su poblaci¨®n evacuando las ciudades y pueblos antes de que hubiese desencadenado la agresi¨®n, pero, debido a diversos motivos, esta estrategia parece impracticable o in¨²til. Para empezar, un enemigo que se propone atacar la poblaci¨®n de un pa¨ªs, podr¨ªa cambiar la direcci¨®n de sus misiles y dirigirlos contra los nuevos lugares donde se hubiese establecido esa poblaci¨®n. Adem¨¢s, durante los d¨ªas de la evacuaci¨®n la gente ser¨ªa m¨¢s vulnerable a un ataque que en las ciudades. Otra desventaja adicional de una pol¨ªtica de evacuaci¨®n es que ofrecer¨ªa al enemigo un medio de ocasionar un profundo caos en la sociedad atacada simplemente mediante las amenazas. Los refugios no parecen m¨¢s prometedores. Los misiles sovi¨¦ticos m¨¢s pr¨®ximos a Estados Unidos, los instalados en submarinos que se hallan a unos cientos de millas de las playas norteamericanas, pueden estrellar sus cabezas nucleares contra objetivos costeros unos diez minutos despu¨¦s de haber sido disparados y, pocos minutos despu¨¦s, contra objetivos de tierra adentro. Los misiles bal¨ªsticos intercontinentales, que se lanzan desde la Uni¨®n Sovi¨¦tica, llegar¨ªan quince o veinte minutos despu¨¦s. Los bombarderos llegar¨ªan al cabo de varias horas. Pero, seg¨²n la Agencia de Control de Armamento y Desarme, los primeros avisos tardar¨ªan quince minutos en advertir a la poblaci¨®n despu¨¦s de lanzados los misiles. Incluso suponiendo -con mucho optimismo, creo- que hiciesen falta s¨®lo otros quince minutos aproximadamente para que un n¨²mero considerable de personas se enterase de la alarma y corriera a los refugios, un ataque por sorpresa coger¨ªa verdaderamente por sorpresa a la gran mayor¨ªa.
Para la mayor parte de la gente, sin embargo, la imposibilidad de llegar a los refugios carecer¨ªa en cualquier caso de importancia, ya que aqu¨¦llos, aun en caso de que existiesen, no servir¨ªan de nada. Actualmente se suele admitir que unos refugios econ¨®micamente factibles no pueden proporcionar protecci¨®n contra el estallido, el calor, la intensa radiaci¨®n y los grandiosos incendios que probablemente flagelar¨ªan las zonas m¨¢s densamente pobladas de Estados Unidos, y que tales refugios s¨®lo podr¨ªan salvar vidas en lugares sometidos ¨²nicamente a nada m¨¢s grave que cantidades modestas de lluvia radiactiva. Adem¨¢s, plantea serias dudas la cuesti¨®n de si muchas personas podr¨ªan sobrevivir a largo plazo, incluso si lograran salvarse a corto plazo, encerr¨¢ndose varias semanas o varios meses en los refugios. Finalmente, parece que vale la pena mencionar que, sea cual sea el valor en potencia de los refugios, la mayor parte de los existentes, o bien est¨¢n situados en lugares donde son in¨²tiles (por ejemplo, en las grandes ciudades) o bien carecen de parte o de todos los av¨ªos necesarios para que resulten eficaces.
Los criterios con los que podemos medir la destrucci¨®n que causar¨¢n armas de diversos tama?os nos los proporcionan los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y las pruebas nucleares norteamericanas, en las que se determinaron los efectos de bombas de hidr¨®geno de una potencia explosiva hasta 1.600 veces mayor que la bomba de Hiroshima. Los datos recogidos en estas experiencias convierten en una tarea sencilla calcular las distancias del punto de la explosi¨®n en las que es probable que se produzcan con intensidad variable los diversos efectos de una bomba. Al final del libro de Glasstone el lector encontrar¨¢ un peque?o disco computador que pone toda esa informaci¨®n a su alcance. As¨ª, si quisi¨¦ramos conocer la profundidad que producir¨¢ en tierra h¨²meda el estallido en el suelo de una bomba de veinte megatones, basta colocar el indicador en la secci¨®n veinte megatones y mirar la ventanilla de profundidad de cr¨¢teres para comprobar que en este ejemplo alcanzar¨ªa casi los 183 metros: un agujero lo bastante grande para que cupiera en ¨¦l un rascacielos de tama?o medio.
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