La polic¨ªa
Ese gran actor y mejor persona que encanta al p¨²blico haciendo de s¨ª mismo ten¨ªa un gag gracioso en Patrimonio nacional; a la altura de su coche se deten¨ªa un cami¨®n policial, y a trav¨¦s de las ventanillas se ve¨ªan los j¨®venes rostros, endurecidos por la visera del casco arriba y el barbuquejo debajo. Y Luis Escobar musitaba, tras echarles una ojeada temerosa:-Acojonan, ?verdad?
Es una impresi¨®n, al parecer, muy general, de la cual yo, evidentemente, debo de ser una excepci¨®n, porque la vista de las fuerzas policiacas en la calle -como no sea dirigi¨¦ndose contra m¨ª porra al aire, lo que no parece probable en el pr¨®ximo futuro- no me produce la menor turbaci¨®n. Quiz¨¢ sea porque en otra reencarnaci¨®n no habr¨¦ sido atracador ni terrorista, las dos profesiones que merecen mayor atenci¨®n de la polic¨ªa. La verdad es que, por el contrario, me gusta verlos en las calles.
Insisto que debo de ser de los menos, porque, a juzgar por lo que la mayor¨ªa de la gente escribe en los peri¨®dicos, esa presencia policial, por pasiva que sea, pone nervioso. S¨®lo as¨ª puede entenderse esa frase asombrosa de "la polic¨ªa, situada en grupos de forma provocativa". A m¨ª, personalmente, veinte tipos con uniforme en ' una esquina no me provocan absolutamente nada; ni siquiera sue?o. Me parece perfectamente que est¨¦n all¨ª por si resultan necesarios, y probablemente esa presencia antes hace que no sean necesarios despu¨¦s. (Es lo que en lenguaje profesional se llama la t¨¦cnica de la disuasi¨®n.) Con unos vecinos semejantes, la voluntad de los amantes del tir¨®n y de la navaja en el cuello se reduce en proporci¨®n inversa a su n¨²mero. Cuantos m¨¢s polic¨ªas, menos ganas tiene uno de saltarse la ley a la torera y lanzarse sobre la propiedad ajena. Cuando yo fui por vez primera a Par¨ªs, me asombr¨¦, como a todo espa?olito de entonces (a?os cincuenta), la coexistencia de los grupos divertidos y a menudo ebrios del Boulevard St. Germain (concretamente, pasada la iglesia de Saint-Michel, donde empieza el barrio alegre) con los racimos de polic¨ªas que se estacionaban en las esquinas. Not¨¦ entonces que la relaci¨®n polic¨ªa-ciudadano no era como en la Espa?a franquista, cuando las tabernas exhib¨ªan carteles prohibiendo "cantar y hablar de pol¨ªtica". All¨ª, en cambio, se hablaba de todo, se beb¨ªa, se cantaba y aun se hac¨ªa el amor en las esquinas. La polic¨ªa estaba all¨ª solamente para que cada uno se refocilase con su amiga o amigo sin interferir en la diversi¨®n ajena ni acabar con, ella robando o hiriendo. Era simplemente un grupo de j¨®venes uniformados, alegres y simp¨¢ticos ... ; comentaban la gente que pasaba y aun contestaban a las bromas sin el menor mal gesto. Pero estaban all¨ª, estaban armados y -era lo m¨¢s importante- eran muchos. Con ellos, la Rue Jacob se convert¨ªa autom¨¢ticamente en la calle de la Paz de charlotesca memoria. No hab¨ªa quien transgred¨ªera la ley.
Claro que el ciudadano franc¨¦s lleva siglos de ver el CRS como protector y no fisg¨®n de la vida ajena, mientras que el espa?ol se ha visto perseguir durante cuarenta a?os tanto por gritar ?Viva la democracia! y aun ?Viva la Unesco! (palabra) como por arrebatar la cartera a un empleado de banca. Imagino que esto puede explicar el recelo con que tantos, todav¨ªa hoy, observan la presencia de las fuerzas del orden, y que se refleja en las cartas a los peri¨®dicos. Cuando el ¨²ltimo concierto de los Rolling Stones, vanos corresponsales espont¨¢neos refirieron irritadamente que, estacionadas cerca del estadio, hab¨ªa varias compa?¨ªas de la Polic¨ªa Nacional..., in¨²til y "provocativamente". Estoy seguro de que si, por l¨®gico resultado de la reuni¨®n de una muchedumbre entusiasta, y tal como hab¨ªa ocurrido varias veces en el extranjero, hub¨ªera surgido una ri?a con v¨ªctimas, las protestas habr¨ªan surgido con la misma violencia: "?C¨®mo es posible que, sabiendo lo que pod¨ªa ocurrir en esos casos, la autoridad no tomara las medidas pertinentes enviando guardias?".
S¨ª, hay una gran tradici¨®n, recuerdo del binomio dictadura igual a polic¨ªa, que hace que todav¨ªa se vea un uniforme con cierta reluctancia. Lo cual, naturalmente, no tiene nada que ver con que si nos quitan algo o intentan penetrar en nuestro sacrosanto hogar, salgamos enf¨¢dad¨ªsimos a la calle -no importa cu¨¢l sea nuestra ideolog¨ªa- gritando: "Pero... y la polic¨ªa. ?D¨®nde est¨¢ la polic¨ªa ... ?".
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