Cuesti¨®n de votos
Acuciada durante mucho tiempo por las verdades carnales de la cuesti¨®n social, la izquierda europea ha vivido largamente teorizando con un cierto desd¨¦n sobre los valores conquistados por la revoluci¨®n burguesa, sin aceptar, en su plenitud, que, m¨¢s que a una clase concreta, pertenecen ya al acervo com¨²n de la humanidad y forman parte del patrimonio esencial del hombre. La famosa frase de Marx que cierra las Tesis sobre Feuerbach: "Los fil¨®sofos s¨®lo han interpretado la historia; pero lo importante es cambiarla", ha contribuido a crear una gran confusi¨®n, y a infravalorar, torpemente, todo aquello que no tuviera una inmediata significaci¨®n econ¨®mica o pr¨¢ctica. Y la historia hay que cambiarla, claro, pero tambi¨¦n hay que interpretarla. De lo contrario, se corre el riesgo de que algo tan propio y natural delhombre como la libertad llegue a ser considerado como una condici¨®n et¨¦rea y de segunda fila en la existencia humana y, desde luego, como una condici¨®n vinculada exclusivamente a la raz¨®n hist¨®rica de una clase social privilegiada. Por otra parte, la actitud de desconfianza indiscriminada hacia los "valores burgueses" se ha extendido a otras instituciones que emergen a la par que la idea moderna de libertad y delimitan el campo de encuadramiento pol¨ªtico de la vida ciudadana. Me refiero, concretamente, a los partidos pol¨ªticos. Y este recelo es un arma de doble filo. Tan cierta como que la libertad sin justicia favorece a unos en detrimento de otros. Pero tal falsa c¨®mo que la justicia pueda existir sin libertad. Veamos.La actitud de distanciamiento de los partidos pol¨ªticos es un fen¨®meno universal y" ciertamente, m¨¢s que justificado. Y esta actitud se hace extensiva a los pol¨ªticos, como es l¨®gico, porque la pol¨ªtica se ha convertido, salvo casos excepcionales, en una actividad de profesionales que pugnan por hacer carrera con el poder. El origen de la lucha sin cuartel que esta pugna trae consigo, y del desprestigio popular que conlleva, puede localizarse, de una manera sencilla, aunque hay otras m¨¢s complicadas, en el vicio humano de querer mandar en los dem¨¢s. La pasi¨®n del poder implica ser poderoso, es decir, poder m¨¢s que los otros y, por tanto, poder sobre ellos. No siempre es, como algunas veces se ha dicho, una pasi¨®n grandiosa, sino, por lo com¨²n, miserable y vulgar, que sirve para convertir en poderosos a aut¨¦nticos correveidiles, que hacen de servidores de otros m¨¢s poderosos que ellos, o a oscuros oficinistas, piececitas del mecano, que con un simple traspapelamiento- pueden causar terribles desgracias personales. En todos los partidos, en toda pol¨ªtica, el af¨¢n de ascender pelda?os y el temora perder el puesto conquistado act¨²an de consuno sobre este profesional, cerrando sus horizontes y haciendo de ¨¦l un fajador de la concurrencia pol¨ªtica.Una noble batallaLa batalla por el poder ha deteriorado demasiado lo que pudiera ser una lucha noble en defensa de unos ideales. Por eso, si algo urgente hay que hacer en favor del r¨¦gimen democr¨¢tico es devolver la confianza al hombre en quienes administran los negocios p¨²blicos, hacer que la pol¨ªtica tenga una dimensi¨®n moral. S¨®lo as¨ª se conseguir¨¢ que el ciudadano sienta como suya la defensa de las libertades. Porque el universo partidario traspasa sus propias fronteras y nos alcanza de lleno a todos: quienes aclaman al l¨ªder y quienes rechazan su liderazgo. Es la idea misma de sociedad civil, la pervivencia de
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la libertad, lo que corre una suerte pareja a la de los parti dos y su funcionamiento. De ah¨ª la importancia de este pro blema y el planteamiento que bradizo de su an¨¢lisis- En Es pa?a hemos visto estos a?os la distancia que media entre el ciudadano y los partidos, pero tambi¨¦n sabemos que la demo cracia ha vuelto a nuestro pais de la mano de los partidos, y debemos saber que la libertad durar¨¢ tanto como duren ¨¦stos. Y el hecho de que los pol¨ªticos se empe?en en disimular el de terioro de sus pr¨¢cticas no cm pece la evidencia de su necesi dad¨¢rreemplazable. Por eso, la alternativa de defender lo. me nos malo ante la amena za de lo peor es una de las claves fundamentales para entender la sociedad de nuestro tiempo. Y sucede que quienes no entienden este lenguaje, enrevesado pero cierto, suelen despertarse de sopet¨®n alg¨²n 23-F, con una telilla caqui cubri¨¦ndoles los ojos. Este ha sido el problema de muchos intelectuales cr¨ªticos espa?oles, que empezaron a te ner conciencia pol¨ªtica al d¨ªa si guiente de acabar la dictadura y dispusieron de unos pocos a?os para re¨ªrse de la naciente democracia de los partidos y de la Constituci¨®n, porque estaban sedicentemente por encima de todo ello. Hasta que un d¨ªa le vieron los dientes al lobo y cambiaron de tem¨¢, no sin que antes muchos de ellos, olvi dando su republicanismo fibresco, hicieran la-loa del joven monarca salvador
Hay que estar avisado ante las cr¨ªticas pasionales contra el sistema democr¨¢tico y las m¨²ltiples mezquindades que anidan en el interior de los partidos. Porque es muy f¨¢cil tronar contra las libertades en nombre de un radicalismo esteticista. Pero los problemas sociales son bastante m¨¢s complejos. Y quienes de verdad han luchado por la reinstauraci¨®n de esas libertades durante decenios saben cu¨¢n alto es el precio de su obtenci¨®n y cu¨¢n gratificador el valor de su disfrute. Porque la imagen nefasta de los bur¨®cratas partidistas, de las ambiciones de poder, y de la utilizaci¨®n del ciudadano como instrumento para acrecentar porcentajes electorales, do debe ocultar una amenaza acechante, harto m¨¢s devaltadora y tenebrosa. Y acaso, detr¨¢s de las denuncias del sistema democr¨¢tico no est¨¢n s¨®lo los deseos Ae purificar la pol¨ªtica y sacar a la luz p¨²blica los trapos sucios de nuestras instituciones, sino tambi¨¦n, y- sobre todo, las voces y los o¨ªdos de quienes condenando la existencia de los partidos pol¨ªticos defienden, no obstante, la de su propio partido: el partido ¨²nico. Sabemos mucho de todo esto. Hay cuervos que sobrevuelan permanentemente a. la b¨²squeda de los despojos d¨¦'la sociedad civil. Ellos tambi¨¦n denuncian machaconamente, en los'cuarteles, en los c¨ªrculos empresariales, los males de la democracia que llegan siempre de la mano de los partidos. A?oran su ¨¦poca dorada. Y ofrecen la soluci¨®n: su propio partido. Y su sistema: la dictadura. No lo olvidemos.
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