La Semana de Valladolid se enfrenta a la dif¨ªcil selecci¨®n de pel¨ªculas
Dos tipos de pel¨ªculas inadecuadas acechan a los festivales que no pueden imponer la ley del dinero, como el de Valladolid: las que no tuvieron cabida en los festivales comerciales, como es El marqu¨¦s del Grillo, de Mario Monicelli, y las que, bajo la coartada formal de experimentalismo, dan gato por liebre y son vulgares mercanc¨ªas averiadas. Por el contrario, sencillos y poderosos filmes, como el portugu¨¦s Ana y el holand¨¦s El sabor del agua, indican cu¨¢les son los criterios de selecci¨®n que pueden hacer de la Semana un festival irreemplazable.
?Qu¨¦ hace aqui una pel¨ªcula como El marqu¨¦s del Grillo? Monicelli es, qu¨¦ duda cabe, un cineasta muy experto, de alta profesionalidad, y un consumado comediante. El marqu¨¦s del Grillo es, ciertamente, una pel¨ªcula digna y divertida, con un par de fastuosos n¨²meros de bufoner¨ªa a cargo de Alberto Sordi. Pero el lugar natural de un filme as¨ª, con segura salida en los canales del cine de puro consumo, es el mercadillo de Cannes, Venecia o San Sebasti¨¢n.En el polo opuesto est¨¢ Mis armas escupen flores, de Yannis Faffoutis, confuso y pretencioso filme griego que parte de un realismo muy elemental y desde ¨¦l quiere elevarse, a mi juicio, con trampas, hacia secuencias, unas on¨ªricas y otras ir¨®nicas, por encima de esa realidad de la que parte: los avatares de la vida de dos hermanos en la Grecia fascista de la dictadura de los coroneles. Todo in¨²til.
En la pantalla est¨¢, en cambio, el plomizo, casi insoportable peso muerto de la historia de Reisen Crieger, del suizo Christian Schocher. Tres horas y media de agresiones visuales contra la paciencia del espectador hacen que ¨¦ste huya despavorido de esa coartada experimentalista, tras la que se esconde la pura y simple insignificancia. Soport¨¦ una hora del filme. Cuando sal¨ª, habr¨ªa en la sala unas doscientas personas. Entr¨¦ en otro cine y vi una muy honesta pel¨ªcula del cine independiente norteamericano: El matarife de ovejas, de Charles Burnett. Volv¨ª al inefable plomo suizo, que continuaba proyect¨¢ndose, y quedaban no m¨¢s de cuarenta personas. Me volv¨ª a ir. Uno de los pacientes que se qued¨® hasta el final me dijo que s¨®lo aguantaron la proyecci¨®n completa entre diez y quince abnegados, La apisonadora suiza hab¨ªa expulsado al resto de la sala.
La pauta de los aut¨¦nticos criterios de selecci¨®n la dieron dos muy distintos e inimitables filmes: el duro, amargo y denso El sabor del agua, filme holand¨¦s de Orlov Seunce, que narra con precisi¨®n y hondura una original variante del mito del ni?o lobo, y el portugu¨¦s Ana, de Antonio Reis y Margarita Cordeiro, que es una peque?a maravilla de cine l¨ªrico y ritual. Filmes como ¨¦stos son los que hacen del Festival de Valladolid un acto y un paso necesarios, los que otorgan sentido a su secci¨®n oficial.
El s¨¢bado y el domingo cuentan con otras proyecciones que se presumen de esta buena especie. La presencia de Toda una noche, de Chantal Accerman; La trucha, de Joseph Losey; La noche de San Lorenzo, de los hermanos Taviani; Gestos y fragmentos, del portugu¨¦s Seixas Santos, y el cierre del lote espa?ol, con Cuerpo a cuerpo, de Paulino Viota, dan indudable inter¨¦s a la recta final de este festival.
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