Catalanes, a Madrid
Hace unos meses, en una de las sesiones del encuentro entre intelectuales catalanes e intelectuales castellanos -o que se expresan en una de las dos lenguas mayormente implantadas en el Estado espa?ol-, que se celebr¨® en Sitges bajo los auspicios de la Generalitat, Luis Carandell hizo uso de una chistosa experiencia a prop¨®sito del cambio de consideraci¨®n respecto a los catalanes de que ¨²ltimamente, quiz¨¢ desde que comenz¨® la transici¨®n, hacen gala los madrile?os, sobre todo en el mundo de la pol¨ªtica y de la comunicaci¨®n. Dijo que unos pocos a?os atr¨¢s, cuando a uno le preguntaban, en el curso de una conversaci¨®n en esos ambientes: "Y d¨ªgame: ?usted de d¨®nde es?", y uno dec¨ªa: "Pues soy catal¨¢n", se obten¨ªa como ¨²nico comentario un "?Ah!" lleno de contrariedad y de recelo. De un tiempo a esta parte, cont¨® Carandell, a la respuesta "soy catal¨¢n" sigue indefectiblemente algo as¨ª como: "?Ah! Pues muy bien. Me parece muy bien. Cr¨¦ame usted que muy bien", lo que no ha desterrado del todo, al menos, la sensaci¨®n de recelo, pero resulta m¨¢s simp¨¢tico. El recelo ha cambiado de estilo y, seguramente, el madrile?o de talante.Carandell, residente desde hace muchos a?os en la capital, hablaba en nombre de los catalanes que viven definitivamente en Madrid, ya perfectamente adaptados, con vocales intermedias poco aparentes y que no dicen indefectiblemente "por esto", en lugar de por eso. Y quiz¨¢, de una minor¨ªa de los catalanes adaptados, los catalanes madrile?os que ni son habituales del C¨ªrculo Catal¨¢n y de sus devociones folkl¨®ricas ni est¨¢n tan adaptados como el extinto L¨®pez Rod¨® o el condenado Garc¨ªa Carr¨¦s. Hay varias especies de madrile?os de procedencia catalana, adem¨¢s de los de constante itinerancia, herederos de los patronos del textil que abarrotaban el hotel Palace en los a?os cuarenta y cincuenta, y los procuradores a Cortes del franquismo, tales como los parlamentarios de la democracia y otros apurados habituales del puente a¨¦reo. La historieta de Carandell representa bastante bien a numerosas gentes como ¨¦l, catalanes nada descastados, que ejercen y viven en Madrid con absoluta naturalidad y sin mayores incomodidades que las que procura ese recelo popular, ahora con subrayado admirativo. Que ejercen en Madrid de cualquier cosa y no precisamente de catal¨¢n a tiempo completo. Algunos sujetos de esa especie, como el mismo Carandell, son personas influyentes en el sector de la vida p¨²blica en que se mueven y portadores de un estilo inconfundiblemente catal¨¢n de establecer relaciones con la realidad, un estilo marcado por una ¨¦tnica propensi¨®n a la iron¨ªa. Para representar bien el papel de catal¨¢n, en Madrid o en cualquier otra parte, no es rigurosamente necesario, ni siquiera en la reciente modernidad, abusar de la jerga de las escuelas de estudios empresariales., errar en el uso de los demostrativos castellanos y hacer como que uno se enjuaga las manos cuando se contesta con aire (le excesiva y sospechosa seriedad a una pregunta insidiosa.
Por supuesto, lo que me hace pensar en la an¨¦cdota que cont¨® Luis Carandell y en la tipolog¨ªa de los catalanes de Madrid es la ret¨®rica, realmente un tanto pintoresca, de uno de los partidos catalanes en liza en esta campa?a para las elecciones generales. Sus esl¨®ganes, que dan por supuesta la identidad entre la naci¨®n y el partido, invitan a que se vote para hacer fuerte a la patria en Madrid. Fuerte seguramente a su estilo, el de los intereses y negocios de sus votantes, porque, evidentemente, en nada menguar¨ªa la presencia catalana en Madrid si en las elecciones medrasen otros partidos catalanes que llevasen a las Cortes Generales a otros representantes del pueblo catal¨¢n con otra clase de intereses y negocios. Al Parlamento y tal vez al Gobierno, porque parece que de eso se trate. Se trata, en muchos aspectos, de repetir la aventura del senyor Camb¨®, don Francisco m¨¢s que En Francesc, incluso en Barcelona, sobre todo en sus aspectos est¨¦ticos y sentimentales. Ministro o ministros feiners, realistas y de una eticidad pragm¨¢tica y, sobre todo, con una fluida y rigurosa ret¨®rica empresarialista, por igual aplicable a los temas de fiscalidad, de cultura o de pol¨ªtica internacional, lo que sin duda prestar¨ªa un estilo evidentemente catal¨¢n a alg¨²n sector de la gobernaci¨®n del Estado, un estilo catal¨¢n, pero no el estilo catal¨¢n. El seny, esa sensatez ofendida, esa prudencia autopunitiva, virtud o defecto, al que los esl¨®ganes del partido han aludido alguna vez y que parece formar parte en esa ocasi¨®n de su voluntad de propaganda subliminal, es tal vez un componente frecuente del comportamiento social de los catalanes, pero es un componente que los hace aburridos e inflexibles cuando no lo compensa la iron¨ªa, otro factor constante del comportamiento cultural que los catalanes se transmiten de generaci¨®n en generaci¨®n y en la horizontal de la convivencia, y que tiene poca cabida en la ret¨®rica empresarialista, como saben muy bien en Madrid cuando se protegen con un "?Ah! Me parece muy bien, cr¨¦ame usted", y que, por decirlo todo, por otra parte, no har¨ªa mucho favor a la panoplia ret¨®rica con que habr¨ªa de justar un Gobierno de coalici¨®n de todas las derechas en la pr¨®xima legislatura.
Las urnas decidir¨¢n, finalmente, cu¨¢l ser¨¢ el estilo de la presencia catalana en las instituciones del Gobierno central, pero por qu¨¦ no decir que muchos preferir¨ªan que no fuera un estilo folkl¨®rico con referencia a la faja de seda, cadena del reloj y camisa con botonaduras y de cuello almidonado.
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