Las relaciones hist¨®ricas entre PSOE y UGT
El cuerpo humano ha sido siempre un socorrido punto de referencia para numerosas, y variadas, explicaciones de los fen¨®menos sociales. Aunque no resultara muy original, una comparaci¨®n de este estilo tuvo gran fortuna entre los socialistas espa?oles de comienzos de siglo. De acuerdo con ella, las sociedades de resistencia integradas en la UGT, por un lado, y el partido obrero, por otro, eran equiparables a la pierna derecha y la pierna izquierda de un mismo cuerpo, el proletar¨ªado.
En manos de su autor, el socialista catal¨¢n Antonio Fabra Rivas, la met¨¢fora de las piernas (UGT y PSOE, piernas de la clase obrera) permit¨ªa extraer conclusiones muy precisas: los planteamientos apol¨ªticos del anarcosindicalismo, tras eliminar una de las dos piernas, condenaban a la clase obrera a una gran lentitud en su avance, alterado en todo momento por el peligro de perder el equilibrio; pero la supeditaci¨®n del sindicato al partido, con la que so?aban algunos l¨ªderes socialistas, tampoco resolv¨ªa el problema, sino que llevaba inexorablemente a la ca¨ªda por el otro lado. S¨®lo con una sabia mezcla de independencia y colaboraci¨®n entre los sindicatos y el partido -o, dicho de otro modo haciendo compatible la autonom¨ªa y la combinaci¨®n de los esfuerzos de las dos piernas- se aseguraba "una mayor armon¨ªa, una mayor eficacia y una mayor celeridad en los movimientos" del organismo obrero en direcci¨®n a su total emancipaci¨®n.Probablemente, la mayor¨ªa de los l¨ªderes hist¨®ricos del socialismo espa?ol introducir¨ªan algunas matizaciones en esta caracterizaci¨®n. Pero en sus rasgos generales define con precisi¨®n la gran novedad que el abuelo, Pablo Iglesias, y sus primeros contertulios introdujeron en la vida pol¨ªtica y social del pa¨ªs. Los socialistas no se conformaban, como sus hermanos-enemigos los bakuninistas, con organizar a los trabajadores en sociedades de oficio; quer¨ªan, adem¨¢s, que se integraran en un partido, distinto y opuesto a todos los partidos burgueses. Y su sue?o empez¨® a convertirse en realidad cuando buena parte de los delegados, que en el verano de 1888 acababan de fundar en Barcelona una Uni¨®n General de Trabajadores, asistieron tambi¨¦n al Congreso que aglutinaba en un partido a las agrupaciones socialistas, escasamente conectadas entre s¨ª hasta aquel momento. La combinaci¨®n de ambas organizaciones era as¨ª el medio m¨¢s seguro para conquistar un espacio propio: mientras el partido, dedicado a la lucha pol¨ªtica, servir¨ªa para apartar a los trabajadores de su anterior vinculaci¨®n con las corrientes republicanas, la acci¨®n econ¨®mica de las sociedades de resistencia estaba destinada a contrarrestar la influencia de los anarquistas en su propio campo de acci¨®n.
El nacimiento de esta pareja no hab¨ªa sido f¨¢cil. Y los dos organismos no gozaron en sus primeros a?os de vida de una s¨®lida constituci¨®n. Pero dos debilidades, si iban juntas, pod¨ªan servir para construir una fuerza; y su colaboraci¨®n durante la larga traves¨ªa por el desierto de finales del siglo pasado y comienzos del presente permiti¨® el reforzamiento de ambas. El partido lograba, por medio del sindicato, una penetraci¨®n en la clase obrera, y una primera base de masas, a cambio de suministrar a aqu¨¦l los l¨ªderes necesarios para su supervivencia. Juntos hicieron frente a los ataques de un medio hostil: a las prohibiciones legales y las medidas arbitrarias de las autoridades de la Restauraci¨®n, lo mismo que a las cr¨ªticas anarquistas o las acusaciones republicanas al se?or Capillas, que viajaba -dec¨ªan- en primera clase y dispon¨ªa de un confortable abrigo de pieles para hacer frente al fr¨ªo del invierno.
Claro est¨¢ que la colaboraci¨®n entre a dos piernas, esa mezcla ideal de autonom¨ªa y cooperaci¨®n, exigi¨® para pervivir condiciones muy especiales. Mientras vivi¨® el abuelo, su liderazgo -fruto de una combinaci¨®n irrepetible de total dedicaci¨®n a sus tareas organizativas y perseverancia, en muchos casos machacona, en la defensa de algunas verdades elementales permiti¨® una soluci¨®n pragm¨¢tica, en claro contraste con las tensiones existentes entre los sindicatos y los partidos obreros de otros pa¨ªses europeos. Era el ¨²nico l¨ªder socialista que asum¨ªa al tiempo las m¨¢ximas responsabilidades pol¨ªticas y sindicales, y cuya mediaci¨®n evitaba el conflicto o el distanciamiento. Y el peque?o grupo de sus fieles compart¨ªa con ¨¦l los cargos decisivos en uno y otro organismo, y estaba dispuesto, en caso de necesidad, a abandonar la dedicaci¨®n prioritaria al partido para atender de forma preferente la actividad sindical, o al contrario. Con aquellos dirigentes todo terreno, los roces entre el PSOE y la UGT fueron escasos, y la autonom¨ªa formal no resultaba un obst¨¢culo para una vinculaci¨®n real, en la que la Uni¨®n General segu¨ªa sirviendo de base de sustentaci¨®n para las actividades partidarias.
Un progresivo distanciamiento
La muerte del abuelo y el cambio en la situaci¨®n espa?ola tras la primera guerra mundial se dedicaron a complicar las cosas. Nadie pudo heredar la autoridad carism¨¢tica ni la capacidad mediadora y aglutinadora de Pablo Iglesias. Y aunque se mantuvo la homogeneidad en los puestos directivos, de forma que sus herederos m¨¢s directos -Besteiro, Largo Caballero, Saborit- ocupaban en los a?os veinte las posiciones clave en el PSOE y la UGT, las tensiones no tardaron en aparecer. No es casualidad que las primeras propuestas de Largo Caballero para el establecimiento de una relaci¨®n org¨¢nica entre ambas entidades, al estilo de la existente en Inglaterra entre el Partido Laborista y las trade unions, hicieran su aparici¨®n poco despu¨¦s de la muerte de Iglesias. Y tampoco es extra?o que no tuvieran ¨¦xito: sus compa?eros de ejecutiva a¨²n confiaban en mantener la vinculaci¨®n personal e informal que tan buen resultado hab¨ªa dado hasta entonces.
Pero la situaci¨®n ya no era la misma. El partido se abr¨ªa a nuevas capas intelectuales y profesionales, cuya utilidad se puso de manifiesto al acceder al poder en alianza con un republicanismo renacido tras la crisis de la monarqu¨ªa.
Por su parte, la organizaci¨®n sindical necesitaba, para seguir creciendo, superar el estrecho marco de los oficios tradicionales en los que se hab¨ªa apoyado hasta entonces, y acercarse a sectores populares m¨¢s amplios, como los trabajadores del campo, cuyas necesidades apremiantes no eran compatibles con las transacciones pol¨ªticas que todo poder compartido trae consigo.
Tal fue la sustancia de un enfrentamiento que muchas veces se ha reducido a an¨¦cdotas personales. Por debajo de Besteiro, de Prieto o de Largo Caballero, aparec¨ªa un nuevo reparto de papeles en la pareja formada por el partido y la central sindical. Si tradicionalmente el PSOE formaba. el n¨²cleo duro, la conciencia pol¨ªtica decidida a arrastrar a una clase obrera organizada sindicalmente para la defensa de sus intereses inmediatos, y proclive, por ello, a la negociaci¨®n y la transacci¨®n, en la ¨¦poca republicana un sindicalismo radicalizado y con ribetes revolucionarios se negaba ya a mantener la armon¨ªa y colaboraci¨®n con las minor¨ªas pol¨ªticas integradas en el proceso reformador, o arrastradas hacia el inmovilismo por la nostalgia de una pureza doctrinal que la realidad hab¨ªa convertido en quim¨¦rica.
En busca de la unidad perdida
De nuevo, en el largo exilio a que les conden¨® la violencia franquista, y tras superar desgarradores enfrentamientos internos, los l¨ªderes pol¨ªticos y sindicales volvieron a so?ar con la reconstrucci¨®n de la unidad perdida; con la vuelta a aquellos buenos tiempos en que Iglesias, ayudado por Garc¨ªa Quejido, Barrio o Largo Caballero, aglutinaba las debilidades para construir una estructura m¨¢s s¨®lida. Pero la realidad no perdona, y el contacto con ella, tras las d¨¦cadas de alejamiento, obliga a readaptaciones, a veces traum¨¢ticas. Y las tendencias que el per¨ªodo republicano hab¨ªa puesto de manifiesto resurgieron de forma irremediable. Un nuevo PSOE, renovado hasta conseguir la confianza de las clases medias urbanas, y con ella, el triunfo electoral tiene por fuerza que hablar un lenguaje distinto que una UGT, cuya base fundamental se encuentra ahora entre los trabajadores de la industria y los servicios.
Volvamos por ello, para acabar, al s¨ªmil de las dos piernas. En la formulaci¨®n de Fabra Rivas, la comparaci¨®n supon¨ªa la existencia de un ¨²nico cuerpo, dirigido por una sola cabeza, y que avanzaba en una direcci¨®n ¨²nica, superando los obst¨¢culos colocados por agentes externos. Pero si dividimos en dos la cabeza y aceptamos que el cuerpo ya no est¨¢ formado por una sola clase de c¨¦lulas; si suponemos que la pierna derecha tiene un ritmo de marcha y una orientaci¨®n distintos - aunque sea ligeramente- a los de la pierna izquierda, ?podremos seguir hablando de la combinaci¨®n de sus movimientos? Quiz¨¢ ser¨ªa preferible reconocer que en aquellas ideales relaciones de armon¨ªa- y colaboraci¨®n han aparecido nuevos ingredientes. La mezcla es ahora m¨¢s complicada, y no excluye la existencia, junto a la cooperaci¨®n, de un cierto grado de conflicto. Pero no vale la pena asustarse por ello: se diga lo que se diga, el conflicto ha sido siempre el compa?ero de toda sociedad, y en muchas ocasiones la fuente de su dinamismo
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