La religi¨®n en la cultura espa?ola actual
El Papa visita oficialmente Espa?a. ?Qu¨¦ va a encontrar aqu¨ª en punto a religi¨®n, al nivel de la cultura viva espa?ola? Hace unos pocos d¨ªas nos contaba Reyes Mate, en las p¨¢ginas de este diario, que el tema central del presente a?o en la Feria del Libro del Francfort ha sido La religi¨®n de ayer en el mundo de hoy ?Es importante la religi¨®n en el mundo espa?ol de hoy? Pienso que s¨ª, y que en el mundo de ma?ana lo ser¨¢ todav¨ªa m¨¢s. La reviviscencia religiosa bajo formas, es verdad, libres y escasamente confesionales, y en el plano cultural, realidades como para no citar sino un par de ellas muy recientes, el multitudinario congreso -ya en su segundo a?o- sobre teolog¨ªa y pobreza, o el densamente intelectual, pero no minoritario, VI Foro sobre el Hecho Religioso, del que habl¨¦ aqu¨ª, son testimonio suficiente.Pero pregunt¨¦monos: ?Va a encontrarse Juan Pablo II en su visita con la religi¨®n en el mundo de hoy, es decir, con esa presencia de la religi¨®n -presencia real, por paraconfesional o heterodoxa que sea- en la vida y la cultura actual espa?olas? Temo que no. El acto a esos efectos preparado en la Universidad Complutense, o ser¨¢ meramente protocolario o congregar¨¢ en torno al Pont¨ªfice a unos cuantos catedr¨¢ticos franquistas o posfranquistas y del Opus Dei nada representativos de la cultura viva en la Espa?a de hoy.
Entonces, ?es para reunirse con los miembros y simpatizantes del Opus Dei para lo que el Papa viene a Espa?a? Evidentemente, no, pues para ese viaje no se necesitaban alforjas, y son muchas y bien abastecidas las que se han preparado. El Papa va a encontrar aqu¨ª, como cada cual en cada viaje, y como lo que le ocurre siempre, justamente lo que busca. ?Y qu¨¦ es lo que busca? No la religi¨®n en el mundo de hoy, y menos, si cabe, la religi¨®n en el seno de la actual cultura espa?ola, sino, por el contrario, la religi¨®n de ayer, la religi¨®n sociol¨®gica de una clase social que se aferra a ella como distintivo cuasi pol¨ªtico por el lado de ac¨¢, y como seguro de vida, casi igual que los de incendios o accidentes, en el caso de un eventual mas all¨¢, y sobre todo busca y va a encontrar una movilizaci¨®n de las masas que acudir¨¢n al espect¨¢culo y lo convertir¨¢n en real -no hay teatro sin espectadores-, es decir, en versi¨®n, ahora en vivo y en directo, de los antiguos congresos eucar¨ªsticos, con su profusi¨®n de estandartes, himnos, distintivos, medallas, estampas y recordatorios de la gran visita. Esta congregaci¨®n masiva, ?har¨¢ olvidar a sus entusiastas -muchos de ellos entusiastas por un d¨ªa- la otra faz de la Iglesia, la burocr¨¢tica y multinacionalmente empresarial, la de una Iglesia hoy comprometida en oscuros y escandalosos negocios bancarios? Ciertamente que s¨ª. La religi¨®n en el mundo de hoy, la que quisiera sacar todas sus consecuencias de una orientac¨ª¨®n apenas iniciada en el Concilio Vaticano II, habr¨ªa de moverse entre ese extremo de la alienaci¨®n en las concentraciones de masas y el otro, el individualista, tentaci¨®n permanente del intelectual, el de la hoy llamada religi¨®n invisible. Religi¨®n, por tanto, comunitaria, s¨ª, pero desparramada y dif¨ªcil, perdida en las catacumbas del mundo actual, problem¨¢tica y aun desgarrada, viva y, como dir¨ªa Unamuno, en el sentido en que ¨¦l lo dec¨ªa, ag¨®nica; es decir, en combate pac¨ªfico con un mundo moderno y en la esperanza de otro posmoderno en el que, de manera in¨¦dita, se pueda ser nuevamente religioso. Nuestra religi¨®n est¨¢ necesitada, para volver ser verdaderamente comunitaria, de una renovaci¨®n en la l¨ªnea de las que, a lo largo de su historia, ha ido sacando de s¨ª mismo el cristianismo en sus sucesivas reformas, las ortodoxas, o as¨ª llamadas, y no menos las consideradas heterodoxas. No hay "verdaderas y falsas reformas de la Iglesia": todas, por unilaterales que algunas hayan sido, han sido verdaderas.
Algunos de nosotros, imagino que casi todos los que pensamos as¨ª, no veremos al Papa que viene a proclamar una concepci¨®n del catolicismo demasiado anticuada en lo mucho que tendr¨ªa que ser revisado, y demasiado superficialmente, audiovisualmente modernizada, que convierte el altar en escenario televisivo levantado no donde quiera que sea, ni siquiera en la Ciudad Universitaria, sino en pleno paseo de la Castellana y a modo de altar-arco de triunfo, por debajo del cual pasar¨¢n los autobuses. No le veremos porque tampoco ¨¦l viene a vernos a nosotros, pobres diablos (s¨ª, me tomar¨¢n la palabra algunos, eso es precisamente lo que sois, diablos pobres, venidos a menos). Pero el valor de decir las cosas como pensamos que son no quita a lo cort¨¦s, y as¨ª, desde lejos, no sin cierta nostalgia -nostalgia de nuestra ni?ez, nostalgia del tranquilo y seguro mundo de ayer- saludaremos a nuestro ilustre hu¨¦sped, el Sumo Pont¨ªfice de la Iglesia cat¨®lica, apost¨®lica, romana.
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