Homil¨ªa para las familias cristianas
Queridos hermanos y hermanas, esposos y padres:Permitidme que, siguiendo la palabra de Dios proclamada en la liturgia de hoy, os recuerde el momento en que, mediante el sacramento de la Iglesia, os hab¨¦is convertido en esposos ante Dios y ante los hombres. En momento tan importante, la Iglesia, sobre todo, invit¨® e invoc¨® solemnemente al Esp¨ªritu Santo para que est¨¦ con vosotros, conforme a la promesa que los ap¨®stoles recibieron de Cristo: 'El consolador, el Esp¨ªritu Santo que el Padre enviar¨¢ en mi nombre, os lo ense?ar¨¢ todo y os recordar¨¢ todo lo que yo os he dicho'.
El trae consigo el amor y la paz, por esto dice Cristo: 'La paz os dejo, mi paz os doy. No como la da el mundo, os la doy yo'.
El, el Esp¨ªritu Santo, es el Esp¨ªritu de fortaleza, y por esto mismo dice Cristo: 'No se turbe vuestro coraz¨®n ni se atemorice'.
As¨ª, pues, al mismo tiempo que por la oraci¨®n al Esp¨ªritu Santo os hab¨¦is convertido en c¨®nyuges en virtud del sacramento de la Iglesia, y en ese sacramento permanecer¨¦is durante los d¨ªas, las semanas y los a?os de vuestra vida. En este sacramento, en cuanto c¨®nyuges, os convert¨ªs en padres y form¨¢is la comunidad fundamental, humana y cristiana, compuesta por padres e hijos, comunidad de vida y de amor. Hoy me dirijo ante todo a vosotros, quiero orar con vosotros y tambi¨¦n bendeciros, renovando la gracia en la que particip¨¢is mediante el sacramento del matrimonio.
Antes de dejar visiblemente este mundo, Cristo nos prometi¨® y nos hizo don de su Esp¨ªritu, para que no olvid¨¢semos sus palabras. Hemos sido confiados al Esp¨ªritu, para que las palabras del Se?or acerca del matrimonio quedasen para siempre en el coraz¨®n de todo hombre y de toda mujer unidos en matrimonio.
Hoy m¨¢s que nunca es necesaria esta presencia del Esp¨ªritu: una presencia que siga corroborando entre vosotros el tradicional sentido de familia y que os haga experimentar dichosamente, en lo m¨¢s profundo de vuestro ser, un impulso constante a orientar el matrimonio y la misma vida de familia, seg¨²n las palabras y el don de Cristo.
Hoy m¨¢s que nunca se hace tambi¨¦n necesario este impulso interior del Esp¨ªritu. Para que con ¨¦l, vosotros, los esposos cristianos, aun viviendo en ambientes donde las normas de vida cristiana no sean tenidas en la justa consideraci¨®n o puedan no hallar el debido eco en la vida social o en los medios de comunicaci¨®n m¨¢s accesibles al hogar, se¨¢is capaces de realizar el proyecto cristiano de la vida familiar. Resistiendo y aun superando con el dinamismo de vuestra fe cualquier presi¨®n contraria que pueda presentarse. Sabiendo discernir entre el bien y el mal, no faltando a la obediencia debida a los preceptos del Se?or, continuamente recordados por el Esp¨ªritu a trav¨¦s del magisterio de la Iglesia.
Hablando del matrimonio, Jes¨²s Nuestro Se?or hizo referencia 'al principio', es decir, al proyecto original de Dios, a la verdad del matrimonio.
Seg¨²n este proyecto, el matrimonio es una comuni¨®n de amor indisoluble. 'Esta ¨ªntima uni¨®n, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exige plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad'. Por ello, cualquier ataque a la indisolubilidad conyugal, a la par que es contrario al proyecto original de Dios, va tambi¨¦n contra la dignidad y la verdad del amor conyugal. Se comprende, pues, que el Se?or, proclamando una norma v¨¢lida para todos, ense?e que no le es l¨ªcito al hombre separar lo que Dios ha unido.
Confiados como est¨¢is al Esp¨ªritu, que os recuerda continuamente todo lo que Cristo nos dejs dicho, vosotros, esposos cristianos, est¨¢is llamados a dar testimonio de estas palabras del Se?or: 'No separe el hombre lo que Dios ha unido'.
Est¨¢is llamados a vivir ante los dem¨¢s la plenitud interior de vuestra uni¨®n fiel y perseverante, aun en presencia de normas legales que puedan ir en otra direcci¨®n. As¨ª contribuir¨¦is al bien de la instituci¨®n familiar y dar¨¦is prueba -contra lo que alguno pueda pensar- de que el hombre y la mujer tienen la capacidad de donarse para siempre, sin que el verdadero concepto de libertad impida una donaci¨®n voluntaria y perenne. Por esto mismo os repito lo que ya dije en la exhortaci¨®n apost¨®lica Familiaris consortio: 'Testimoniar el valor inestimable de la indisolubilidad y de la fidelidad matrimonial es uno de los deberes m¨¢s preciosos y urgentes de las parejas cristianas en nuestro tiempo.
Adem¨¢s, seg¨²n el plan de Dios, el matrimonio es una comunidad de amor indisoluble ordenada a la vida como continuaci¨®n y complemento de los mismos c¨®nyuges. Existe una relaci¨®n inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisi¨®n de la vida, en virtud de la cual, como ense?¨® Pablo VI, 'todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisi¨®n de la vida'. Al contrario -como escrib¨ª en la exhortaci¨®n apost¨®lica Familiaris consortio-, 'al lenguaje natural que expresa la rec¨ªproca donaci¨®n total de los esposos', el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no s¨®lo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino tambi¨¦n una falsificaci¨®n de la verdad interior del amor conyugal'.
Pero hay otro aspecto, aun m¨¢s grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o instituci¨®n, privada o p¨²blica, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa de la persona humana m¨¢s inocente y d¨¦bil, a la persona humana ya concebida, aunque todav¨ªa no nacida, cometer¨ªa una grav¨ªsima violaci¨®n del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minar¨ªa el mismo fundamento de la sociedad.
?Qu¨¦ sentido tendr¨ªa hablar de la dignidad del hombre, de sus derechos fundamentales, si no se protege a un inocente o se llega incluso a facilitar los medios o servicios, privados o p¨²blicos, para destruir vidas humanas indefensas? Queridos esposos, Cristo os ha confiado a su Esp¨ªritu para que no olvid¨¦is sus palabras. En este sentido, sus palabras son muy serias: '?Ay de aquel que escandalice a uno de estos peque?uelos... Sus ¨¢ngeles en el cielo contemplan siempre el rostro del Padre'. El quiso ser reconocido, por primera vez, por un ni?o que viv¨ªa a¨²n en el vientre de su madre, un ni?o que se alegr¨® y salt¨® de gozo ante su presencia.
Pero vuestro servicio a la vida no se limita a su transmisi¨®n f¨ªsica. Vosotros sois los primeros educadores de vuestros hijos. Como ense?¨® el Concilio Vaticano II, 'los padres, puesto que han dado la vida a los hijos, est¨¢n gra
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vemente obligados a la educaci¨®n de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educaci¨®n familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, dif¨ªcilmente puede suplirse'.
Trat¨¢ndose de un deber fundado sobre la vocaci¨®n primordial de los c¨®nyuges a cooperar con la obra creadora .de Dios, le compete el correspondiente derecho a educar a los propios hijos. Dado su origen, es un deber-derecho primario en comparaci¨®n con la incumbencia educativa de otros; insustituible e inalienable, esto es, que no puede delegarse totalmente en otros ni otros pueden usurparlo.
No hay lugar a dudas de que, en el ¨¢mbito de la educaci¨®n, a la autoridad p¨²blica le competen derechos y deberes, en cuanto debe servir al bien com¨²n. Ella, sin embargo, no puede sustituir a los padres, ya que su cometido es el de ayudarles para que puedan cumplir su deber-derecho de educar a los propios hijos de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas.
La autoridad p¨²blica tiene en este campo un papel subsidiario y no abdica sus derechos cuando se considera al servicio de los padres; al contrario, ¨¦sta es precisamente su grandeza: defender y promover el libre ejercicio de los derechos educativos. Por esto, vuestra Constituci¨®n establece que 'los poderes p¨²blicos garantizan el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formaci¨®n religiosa y moral que est¨¢ en conformidad con sus propias convicciones'.
Concretamente, el derecho de los padres a la educaci¨®n religiosa de sus hijos debe ser particularmente garantizado. En efecto, por una parte, la educaci¨®n religiosa es el cumplimiento y el fundamento de toda educaci¨®n que tiene por objeto -como dice tambi¨¦n vuestra Constituci¨®n- 'el pleno desarrollo de la personalidad humana'. Por otra parte, el derecho a la libertad religiosa quedar¨ªa desvirtuado en gran medida si los padres no tuviesen la garant¨ªa de que sus hijos, sea cual fuere la escuela que frecuentan, incluso la escuela p¨²blica, reciben la ense?anza y la educaci¨®n religiosa.
Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y padres: he recordado algunos puntos especiales del proyecto de Dios sobre el matrimonio, con el fin de facilitaros el que escuch¨¦is en vuestro coraz¨®n las palabras dirigidas a vosotros por Cristo, y que el Esp¨ªritu os recuerda continuamente.
'La ley de Dios es perfecta, corrobora los ¨¢nimos... Hace sabio al sencillo. Los preceptos del Se?or son justos'. La ley del Se?or, que debe gobernar vuestra vida conyugal y familiar, es el ¨²nico camino de la, vida y de la paz. Es la escuela de la verdadera sabidur¨ªa: 'El que la observa obtendr¨¢ grandes frutos'. No obstante, no basta recordar como justa la ley sobre la que se constituye el matrimonio y la familia. ?Qui¨¦n no ve descrita la propia experiencia cristiana cuando oye decir a San Pablo: 'Me deleito en la ley de Dios, seg¨²n el hombre interior; pero siento otra ley en mis miembros que repugna a le ley de mi mente'?
Es necesaria una constante conversi¨®n del coraz¨®n, tina constante apertura del esp¨ªritu humano, para que toda la vida se identifique con el bien custodiado por la autoridad de la ley. Por esto, en la liturgia de hoy, hemos escuchado de labios del profeta Ezequiel estas palabras: 'Os dar¨¦ un coraz¨®n nuevo y pondr¨¦. en vosotros un esp¨ªritu nuevo". Os arrancar¨¦ ese coraz¨®n de piedra y os dar¨¦ un coraz¨®n de carne. Pondr¨¦ dentro de vosotros el Esp¨ªritu y os har¨¦ ir por mis mandamientos y observar mis preceptos'.
El Esp¨ªritu escribe en vuestros corazones la ley de Dios sobre el matrimonio. No est¨¢ escrita solamente fuera: en la Sagrada Escritura, en los documentos de la tradici¨®n y del magisterio de la Iglesia. Est¨¢ escrita tambi¨¦n dentro de vosotros. En esta la nueva y eterna alianza, de la que habla el profeta, que sustituye a la antigua y devuelve a su primitivo esplendor a la alianza original con la sabidur¨ªa creadora, inscrita en la humanidad de todo hombre y de toda mujer. Es la alianza en el esp¨ªritu; de la que dice santo Tom¨¢s que 'la ley nueva es la misma gracia del Esp¨ªritu Santo".
La vida de los c¨®nyuges, la vocaci¨®n de los padres, exige una perseverante y permanente cooperaci¨®n con la gracia del Esp¨ªritu, que os ha sido donada mediante el sacramento del matrimonio; para que esta gracia pueda fructificar en el coraz¨®n y en las obras; para que puedan dar frutos sin cesar y no marchitarse a causa de nuestra pusilanimidad, infidelidad o indiferencia.
En la Iglesia de Espa?a son numerosos los movimientos de espiritualidad, familiar. Su cometido es pr¨¢cticamente el de ayudar a sus miembros a ser fieles a la gracia del sacramento del matrimonio; para realizar su comunidad conyugal y familiar, seg¨²n el proyecto de Dios, custodiado por su ley, escrita por el Esp¨ªritu en los corazones de los esposos. Esta propia finalidad ha de conjugarse en todo momento. con la tarea m¨¢s amplia de colaborar a hacer real y operante la comuni¨®n eclesial; en este sentido se hace necesario qu¨¦ toda actividad de apostolado sepa asimilar y poner en pr¨¢ctica los criterios pastorales emanados de la Iglesia, y a los que todo agente de la pastoral debe ser fiel.
Cuando los esposos caminan en la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio, se obtiene la unidad de esp¨ªritus, de comuni¨®n en la caridad, de que habla san Pedro a los cristianos de Filipo.
Hago ahora m¨ªas las palabras del apostol: 'No hag¨¢is nada por esp¨ªritu de rivalidad o vanagloria, sino que cada uno de vosotros, con toda humanidad, considere a los dem¨¢s superiores a s¨ª mismo. Que no busque cada uno solamente su inter¨¦s, sino tambi¨¦n el de los dem¨¢s'.
S¨ª; el marido, no busque ¨²nicamente sus intereses, sino tambi¨¦n los de su mujer, y ¨¦sta, los del marido; los padres, busquen los intereses de sus hijos, y ¨¦stos, a su vez, busquen los intereses de sus padres. La familia es la ¨²nica comunidad en la que todo hombre es 'amado por s¨ª mismo', por lo que es y no por lo que tiene. La norma fundamental de la comunidad conyugal no el la de la propia utilidad y del propio placer, el otro no es querido por la utilidad o placer que puede procurar: es querido en s¨ª mismo y por s¨ª mismo. La norma fundamental es, pues, la norma personal¨ªstica; toda persona (la persona del marido, de la mujer, de los hijos, de los padres) es afirmada en su dignidad, en cuanto ¨¦l, es querida por s¨ª misma.
El respeto de esta norma fundamental explica, como ense?a el ap¨®stol, que no se haga nada por esp¨ªritu de rivalidad o por vanagloria, sino con humildad, por amor. Y este amor, que se abre a los dem¨¢s, hace que los miembros de la familia sean aut¨¦nticos servidores de la iglesia dom¨¦stica, donde todos desean el bien y la felicidad a cada uno; donde todos y cada uno dan vida a ese amor con la premurosa b¨²squeda de tal bien y tal felicidad.
Comprend¨¦is por qu¨¦ la Iglesia ve ante s¨ª, como un campo a cultivar con todo el empe?o posible, la instituci¨®n del matrimonio y de la familia. ?Cu¨¢n grande es la verdad de la vocaci¨®n y de la vida matrimonial y familiar, seg¨²n las palabras de Cristo y seg¨²n el modelo de la Sagrada Familia.' Que sepamos ser fieles a esta palabra y a este modelo. Se expresa contempor¨¢neamente el verdadero amor a Cristo, el amor de que ¨¦l nos habla en el evangelio de hoy: 'Si alguno me ama, guardar¨¢ mi palabra, y mi Padre le amar¨¢, y vendremos a ¨¦l y en ¨¦l haremos morada...' La palabra que o¨ªs no es m¨ªa, sino del Padre, que me ha enviado".
Queridos hermanos y hermanas, maridos y mujeres, padres y madres, familias de la noble Espa?a: de la naci¨®n y de la Iglesia. Conservad en vuestra vida las ense?anzas del Padre, que os ha proclamado el Hijo; las ense?anzas que el Hijo ha confirmado con su cruz y con su resurrecci¨®n. Conservad estas ense?anzas sagradas con la fuerza del Esp¨ªritu Santo, que os ha sido dado en el sacramento del matrimonio.
El Padre, que ha venido a vosotros en el Esp¨ªritu, habite en vuestras familias mediante este sacramento, junto a Cristo, su eterno hijo. Mediante estas familias espa?olas, siga desarroll¨¢ndose la gran causa divina de la salvaci¨®n del hombre sobre la tierra".
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