Dimisi¨®n en el Comit¨¦ Central
LA ACEPTACION por el Comit¨¦ Ejecutivo del PCE de la dimisi¨®n de Santiago Carrillo y la propuesta de Gerardo Iglesias como nuevo secretario general tendr¨¢n que ser ratificadas por el Comit¨¦ Central de la organizaci¨®n -reunido cuando se escriben estas l¨ªneas- para tener el car¨¢cter de firmes. La tradicional opacidad de los de bates entre los comunistas y la dificultad para averiguar las motivaciones reales que suelen esconderse tras las fintas y las maniobras por el poder trabajan en contra de la fiabilidad de los pron¨®sticos. No s¨®lo existen varias interpretaciones alternativas de la dimisi¨®n de Santiago Carrillo, todas ellas razonables, sino que, adem¨¢s, el futuro desarrollo de los acontecimientos puede escapar del control de quienes pusieron en marcha con un prop¨®sito determinado cualquiera de las estrategias imaginables. Habr¨¢ que aguardar, as¨ª pues, a la conclusi¨®n del pleno del Comit¨¦ Central, para conocer sus decisiones y discusiones, y a las pugnas de los pr¨®ximos meses. Hace escasos d¨ªas tuvimos ocasi¨®n de recordar la importante deuda que tiene contra¨ªda la Monarqu¨ªa parlamentaria con este veterano dirigente, sin cuya colaboraci¨®n muy posiblemente la transici¨®n hubiera caminado por rumbos m¨¢s ¨¢speros y peligrosos. Su partido, en cambio, tal vez no tenga otro camino para resolver su profunda e interminable crisis que sustituirlo en sus ampl¨ªsimas responsabilidades. Es descartable, en cualquier caso, que Santiago Carrillo exprese, con su dimisi¨®n, el deseo de retirarse a la amenidad de una huerta, ya que este correoso profesional de la pol¨ªtica dif¨ªcilmente aceptar¨¢ la jubilaci¨®n voluntaria. Aunque no quepa desechar que una inversi¨®n de alianzas o un cambio de t¨¢cticas en el Comit¨¦ Central mantenga a Carrillo en su puesto, parece m¨¢s probable que su paso temporal a un segundo plano y su sustituci¨®n por Gerardo Iglesias, l¨ªder obrerista que actu¨® en 1978 como un aut¨¦ntico pionero en la purga de intelectuales y discrepantes en Asturias, sea una f¨®rmula de continuismo -mediante la que el nuevo secretario general desempe?ar¨ªa en el carrillismo el mismo papel que Rodr¨ªguez Sahag¨²n en el suarismo tras el Congreso de Palma-, para permitir al veterano dirigente recuperar totalmente el poder cuando aclare la tormenta. Sin embargo, la historia ense?a que el sue?o de reinar despu¨¦s de dimitir rara vez se cumple. Gerardo Iglesias, que recibir¨¢ los apoyos de los sectores m¨¢s duros del aparato y se beneficiar¨¢ incluso de la tolerancia de los prosovi¨¦ticos, puede verse impulsado a volar con otras alas y sentir la mactiethiana tentaci¨®n de organizar su propio equilibrio de fuerzas. De otro lado, la corriente mayoritaria del PSUC y los cuadros que consideran a Nicol¨¢s Sartorius como la persona id¨®nea para sacar al PCE del agujero tratar¨¢n, presumibiemente, de impedir esta soluci¨®n a la francesa -al estilo del partido de Georges Marchais- de la crisis.
En cualquier caso, la decisi¨®n de Santiago Carrillo, cualquiera que sea la estrategia a medio plazo en que se instale, es el resultado de la final aceptaci¨®n por el dimitido de la nueva realidad pol¨ªtica creada por las urnas el pasado 28 de octubre. Las circunstancias le han forzado, as¨ª, a adoptar, muy a pesar suyo, una postura que combina la maniobra t¨¢ctica con el mal menor. Tras sus primeras declaraciones en la madrugada poselectoral, cuando Santiago Carrillo forz¨® la analog¨ªa entre su figura y la de Manuel Fraga a fin de consolarse con ma?anas risue?os similares a los progresos alcanzados por Alianza Popular desde 1979, la tozudez de los hechos ha terminado por imponer su argumentaci¨®n. La noticia de la p¨¦rdida del esca?o de Valencia ha sido tal vez la gota que ha rebasado el vaso de los autoenga?os. Para la formaci¨®n de un grupo parlamentario aut¨®nomo, el PCE incumpl¨ªa la exigencia de reunir el 5% de los sufragios emitidos en toda Espa?a, pero satisfac¨ªa, al menos, la segunda condici¨®n de contar con cinco diputados. La reducci¨®n de los efectivos parlamentarios comunistas a solo cuatro congresistas confiere un car¨¢cter todav¨ªa m¨¢s dram¨¢tico al revolc¨®n del 28 de octubre. De a?adidura, el cierre de filas del PSUC para exportar hacia Madrid todas las responsabilidades de su dram¨¢tico fracaso dificultaba todav¨ªa m¨¢s a Santiago Carrillo la conservaci¨®n de esa mayor¨ªa que le permiti¨® derrotar, con la ayuda de los comunistas catalanes, a los disidentes hoy agrupados en la ARI y capitaneados por Manuel Azc¨¢rate.
La personalizaci¨®n de los esfuerzos de un partido pol¨ªtico en la figura de su m¨¢ximo dirigente es un conocido fen¨®meno de proyecci¨®n social mediante el que ese l¨ªder se apropia enteramente de los trabajos y las fatigas de los m¨ªlitantes. Pero esos procesos de alienaci¨®n colecti va, gratificadores para el beneficiario en los momentos de ¨¦xito, se vuelven en su contra cuando llegan las horas bajas. Santiago Carrillo identific¨® su persona con el PCE hasta el punto de convertir a quienes discrepaban de sus posturas en anticomunistas. Su personalizaci¨®n de la pol¨ªtica comunista ha tra¨ªdo como consecuencia que la de rrota electoral se haya vuelto en contra suya en un movimiento de p¨¦ndulo cuyo punto sim¨¦tricamente opuesto cabe situar en su enorme popularidad durante los primeros a?os de la transici¨®n.
Santiago Carrillo trat¨® de explicar los resultados del 28 de octubre mediante los argumentos del voto ¨²til y la bipolarizaci¨®n, sin reparar en que esas presuntas causas no eran, en realidad, m¨¢s que un resultado cuya g¨¦nesis quedaba sin aclarar. La pregunta realmente pertinente es por qu¨¦ un mill¨®n de antiguos votantes comunistas consideraron in¨²til depositar su sufragio a favor de Santiago Carrillo y desplazaron sus preferencias hacia Felipe Gonz¨¢lez. Invitados a escoger entre el PSOE y un PCE rnimetizado ideol¨®gica y program¨¢ticamente con los socialistas, esos electores, ante dos ofertas muy semejantes, optaron por el partido que les merec¨ªa m¨¢s credibilidad, a causa de una larga serie de factores que van desde la mayor proximidad -generacional y biogr¨¢fica- del votante medio de izquierda con el grupo dirigente socialista hasta la confianza en que Felipe Gonz¨¢lez pod¨ªa llegar a ejercer el poder efectivamente. A este masivo corrimiento electoral puede haber contribuido tambi¨¦n un conjunto de im¨¢genes negativas asociadas con el partido de Santiago Carrillo: el rechazo de los modos internos del PCE para castigar a los discrepantes (como sucedi¨® con los concejales madrile?os), el mal recuerdo de la tenaza contra el PSOE instrumentada por comunistas y centristas durante el per¨ªodo constituyente o la abrupta ruptura, entre el moderno eurocomun¨ªsmo, simple variante del socialismo democr¨¢tico, y las viejas tradiciones de la III Internacional -tales como la alineaci¨®n incondicional con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el desprecio hacia las libertades formales, la dictadura del partido ¨²nico y el simplista cat¨®n del marxismo-leninismo-, defendidas hasta no hace muchos a?os por Carrillo y la vieja guardia de la organizaci¨®n.
Tampoco la bipolarizaci¨®n es la causa, sino el resultado de las transformaciones operadas en el sistema pol¨ªtico espa?ol. El esfuerzo de Manuel Fraga por destruir el centro y aglutinar al electorado de clases medias en torno a la derecha autoritaria no ten¨ªa mejor aliado que la consigna de juntos podemos de los comunistas, que trataron de sustituir la estrategia del gobierno de concentraci¨®n UCD-PSOE-PCE por una conminatoria llamada a la unidad de la izquierda con los socialistas en niveles parlamentarios y de gobierno, antesala segura de una unidad de la derecha que hubiera cabalgado a sus anchas con los pendones de la cruzada anticomunista. Ni que decir tiene que hay un espacio pol¨ªtico y electoral para la opci¨®n comunista en nuestro r¨¦gimen democr¨¢tico y que la incapacidad para ocuparlo puede tener negativos efectos sobre todo el sistema. Pero la pretensi¨®n de. Carrillo de invadir los terrenos del PSOE no s¨®lo ha conducido al PCE a la derrota electoral, sino que adem¨¢s ha dejado desamparada una zona de la izquierda que s¨®lo un partido menos preocupado por el poder y el corto plazo y m¨¢s interesado por la marginalidad y el largo plazo puede llegar a ocupar.
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