Libertad de conciencia y democracia
En su homil¨ªa para las familias cristianas, le¨ªda en la plaza de Lima de Madrid la tarde del 2 de noviembre, el Papa reafirm¨® la absoluta indisolubilidad ("v¨¢lida para todos") del matrimonio, la inmoralidad grav¨ªsima de cualquier interrupci¨®n voluntaria de la gestaci¨®n y un determinado modo de entender el derecho de los padres a intervenir en la educaci¨®n de los hijos. Estos puntos de vista del papa Juan Pablo II no son una novedad dentro del magisterio ordinario de la jerarqu¨ªa cat¨®lica. Como cat¨®lico y como presb¨ªtero de la Iglesia, los he escuchado y meditado con el debido respeto, pero no me siento obligado a compartirlos incondicionalmente, porque no se trata de definiciones infalibles. Se tocan aqu¨ª problemas muy complejos, en que la conciencia de muchas personas (tambi¨¦n entre los creyentes cat¨®licos) puede disentir de las apreciaciones (tan absolutamente tajantes) de Su Santidad el Papa. Y los cat¨®licos, ante un magisterio falible que no llegue a convencerles, tienen el derecho (y eventualmente el deber) de atenerse a la propia conciencia, sin perjuicio de su comuni¨®n eclesial en la fe y en la caridad.Esta prevalencia y libertad de las conciencias era puesta de relieve con mucha fuerza, ya a principios del siglo XIII, por aquel gran predicador que fue san Antonio de Padua: "Hay un sitio para el oro, en el que se acrisola. La gloria de nuestra conciencia depurada en el crisol de nuestro propio examen. Este es el sitio para el oro; no la lengua de los hombres, que si en ella se funde el oro, se consume. M¨ªsero es quien cree m¨¢s a la len
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gua ajena que a la propia conciencia. Muchos temen a la fama. ?Qu¨¦ cosa tan grande es no ser alabado y ser laudable!" (Sermones, ed. Locatelli, Padua, 1895, p. 292).
Me parece indispensable que los ciudadanos cat¨®licos de un pa¨ªs democr¨¢tico sean capaces de vivir esa libertad personalizada de la conciencia, al tomar sus decisiones pol¨ªticas. Y deber¨ªan ser estimulados a ello por los ministros eclesi¨¢sticos. De lo contrario, la jerarqu¨ªa de la Iglesia vendr¨ªa a constituirse en un poder f¨¢ctico absolutista, incompatible con la democracia y con el principio de la soberan¨ªa popular que Juan Pablo II (en el discurso le¨ªdo en el palacio Real) ha reconocido inequ¨ªvocamente como fuente de legitimidad pol¨ªtica./ Sacerdote y te¨®logo.
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