Un domingo con Cecilia
Aquella ma?ana de domingo en Cuman¨¢, capital del Oriente venezolano, tras visitar el mercado popular que ofrece sus mercanc¨ªas -cester¨ªa, flores, dulces, cazabe...- a orillas del all¨ª tambi¨¦n escurrido r¨ªo Manzanares, me propusieron ir a llevar unos tulipanes rojos a la tumba del poeta Ramos Sucre, hu¨¦sped ya eterno de su ciudad natal. El d¨ªa estaba espl¨¦ndido, caluroso, sin agobio. Mientras sub¨ªamos paseando hacia el cementerio, el tema de conversaci¨®n era la matanza de Cantaura, que hab¨ªa ocurrido muy pocos d¨ªas atr¨¢s. Treinta supuestos guerrilleros muertos en una emboscada por el Ej¨¦rcito, utilizando aviones y bombas inciendiarias; entre las v¨ªctimas, acribilladas, irreconocibles, que no tuvieron oportunidad de defenderse, parece que hab¨ªa estudiantes de la Universidad de Oriente y campesinos. La izquierda parlamentaria, encabezada por algunos ex guerrilleros contra el perezjimenismo que abandonaron las armas all¨¢ por los a?os sesenta, solicitaba una investigaci¨®n a fondo de lo ocurrido. Uno de esos episodios, para acabar, que dan a la dif¨ªcil y necesaria democracia en construcci¨®n el rostro patibulario que para ella quisieran los tiranos y los demagogos. La breve obra de Jos¨¦ Antonio Ramos Sucre aparece en el primer cuarto del siglo. No alcanza, s¨ªn embargo, pleno prestigio entre escritores y lectores venezolanos hasta los a?os cincuenta. Poes¨ªa ¨ªntima, valga el pleonasmo, compuesta por peque?os textos en prosa que brindan oscuras y altivas par¨¢bolas. Con su modernismo sobrio, muy elaborado, canta invocaciones de un pesimismo atroz, que a veces no desde?an cierta truculencia t¨¦trica en la expresi¨®n. Ramos Sucre se quiso hermano de Leopardi; lo fue quiz¨¢ a¨¢n m¨¢s de Poe y de Lovecraft. En ciertos momentos preludia a Cioran, pero a un Cioran totalmente desprovisto de humor. Perpetuamente insomne, torturado por una incurable melancol¨ªa y por una cr¨®nica enemistad con su cuerpo, se recrea a veces en im¨¢genes de camafeo que hoy parece que vuelven a estar de moda: "Yo ca¨ª de rodillas sobre la hierba d¨®cil, rezando un terceto en alabanza de Beatriz, y un centauro desterrado pas¨® a galope en la noche de la incertidumbre". Bifurc¨® su vida de modesto profesor y funcionario del
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raudal l¨ªvido y suntuoso que brotaba de su alma, tal como cuenta uno de sus comentaristas (Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez): "Apenas sinti¨® que pod¨ªa anclar confiadamente en su propia imaginaci¨®n, se entreg¨® al riesgo de la doble vida: por fuera, comparti¨® la rutina de sus contempor¨¢neos -las pensiones de Caracas, las retretas del domingo en la plaza Bol¨ªvar, el trabajo mon¨®tono de la oficina-; por dentro, organiz¨® un planeta de mandarines y de pintores flamencos, de ¨¢nades y lobos, de jinetes ucranianos y princesas en palanqu¨ªn". Quien pueda, que se atreva a tirarle la primera piedra por escapismo.
Antes del cementerio y junto a ¨¦l est¨¢ la c¨¢rcel de Cuman¨¢. A su puerta, un cartel acoge con c¨¢ndida iron¨ªa: "Bienvenidos a la prisi¨®n". Busco otro semejante a la puerta del camposanto, pero no logro encontrarlo. Las mujeres y la chiquiller¨ªa van de un establecimiento de reclusi¨®n al otro, visitando a los parientes que tienen en cada uno de los dos. El sepulturero no siente mucha simpat¨ªa por la celebridad que hospeda, y suele, seg¨²n me cuentan, desviar a los curiosos de la tumba de Ramos Sucre. Pero nosotros vamos mejor orientados. La encontramos frente a una de las puertas del cementerio, por la que se sale hacia el viejo castillo espa?ol, que se ense?orea desde una colina, con ajado dominio, de los azules, verdes y ocres del paisaje costero. La tumba est¨¢ encalada de blanco y tiene cierto aspecto de templete, con su techo plano sostenido por peque?as columnas y arcos apuntados. Depositamos bajo ese baldaquino los tulipanes, mientras el sol, imp¨²dicamente brillante, nos veda cualquier profundizaci¨®n l¨²gubre en el momento del homenaje. Una ni?a nos ofrece agua para las flores que acabamos de poner, modesto empe?o comercial sobre cuya superfluidad ni ella ni nosotros guardamos duda ninguna. Comienza a apretar el calor.
La misoginia
Mucho se habl¨® durante su vida, y tambi¨¦n despu¨¦s, de la misoginia de Ramos Sucre. Los bi¨®grafos modernos prefieren mencionar su "sexualidad atormentada" (?cu¨¢l no lo es?) y recuerdan su ni?ez reprimida y su juventud acomplejada, morbosa mente estudiosa. En alguna de sus cartas, el poeta protesta con vehemenecia contra esta reputaci¨®n de misoginia. Cierto es que la menci¨®n frecuente de mujeres livianas en sus textos y algunos aforismos ("El matrimonio es un estado zool¨®gico", "Los hombres se dividen en mentales y sementales") documentan la leyenda, pero quiz¨¢ revelan m¨¢s bien un fascinado horror por el coito que el menosprecio de la hembra. Parece que este solter¨®n sin remedio cultiv¨® fan¨¢ticamente la admiraci¨®n por algunas be llas inasequibles de la cr¨®nica mundana de la ¨¦poca, mientras descargaba su afectividad con movedoramente ret¨®rica en las cartas a una prima comprensiva y linda. Pero la condici¨®n sometida de ciertas mujeres no le fue indiferente. Siendo juez accidental de primera instancia en lo civil, al a?o siguiente de obtener su t¨ªtulo de abogado, dicta una sentencia de divorcio, argumentando en contra de las leyes establecidas en el pa¨ªs: "El abandono voluntario de que fue v¨ªctima la demandada cre¨® en esta sociedad una situaci¨®n inmoral que debe ser suprimida... No puede acatarse la imposici¨®n sobre la persona humana del yugo de una situaci¨®n insostenible...". Su sentencia fue muy comentada y contribuy¨® a la reforma de la legislaci¨®n entonces vigente. Es ¨¦ste uno'de los pocos casos de intervenci¨®n p¨²blica con intenci¨®n justiciera de este hombre retra¨ªdo, voluntariamente marginado y cuya conciencia pol¨ªtica no le impidi¨® servir durante a?os al dictador Juan Vicente G¨®mez en el Ministerio de Relaciones Exteriores. No deja de haber cierta paradoja en que destacados escritores de izquierda le hayan tomado luego como mentor literario. Pero esta tensi¨®n entre lo ¨ªntimo y su uso social es el destino mismo del poeta. En su Elogio de la soledad, de la cual dice que algunos la reput¨¢n "de prebenda del cobarde y del indiferente", este solitario quiso hablar de sus solidaridades: "No reh¨²yo mi deber de centinela de cuanto es d¨¦bil y es bello, retir¨¢ndome a la celda del estudio; yo soy el amigo de paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo de la ¨²ltima batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo desamparado cipr¨¦s sobre la fosa de los h¨¦roes an¨®nimos".
La ni?a que nos quiso vender agua para las flores se llama Cecilia y tiene once a?os. Sus ojos son enormes y alborozadamente vivos sobre la piel muy morena, por cuya sombra viajan razas antiguas. Nos cuenta que suele jugar a casitas en el cementerio con sus amigas. Su casa es la tumba de Ramos Sucre, a quien, por supuesto, no conoce. Nos se?ala despu¨¦s d¨®nde tienen la televisi¨®n, el colegio, la iglesia, la casa de su comadre... Ella barre el peque?o templete f¨²nebre del poeta y lo adorna con flores tomadas de otras tumbas, porque en la de Ramos Sucre nunca suele haberlas. Son juegos de pobres, ya que Cecilia, como ella misma nos indica, es pobre. A veces envidia los corotos de los ni?os ricos, pero luego piensa que los ni?os ricos est¨¢n siempre preocupados porque se los puedan quitar y se alegra de no tener nada. Corotos son los juguetes y t¨¢mbi¨¦n cachivaches, chucher¨ªas; el origen, m¨¢s o menos fabulado, de la palabra es divertido: por lo visto, el Libertador ten¨ªa en su casa un cuadro de Corot, rodeado de la consiguiente veneraci¨®n, y los caraque?os empezaron a llamar maliciosamente corotos a todos los admin¨ªculos m¨¢s ostentatorios que ¨²tiles. La etimolog¨ªa es bastante ¨ªnveros¨ªmil, como casi todas. Pero a Cecilia no le preocupa Corot, ni Ramos Sucre, ni siquiera -perd¨®n por la blasfemia- creo que le preocupe Bol¨ªvar. Son diez hermanos en su casa, cuatro chicas y seis chicos.
La hermana mayor tiene ya un ni?o, la segunda est¨¢ embarazada; la madre hace peque?as labores de cester¨ªa y los dem¨¢s malviven como pueden. Antes, Cecilia, cuando necesitaba algo para el colegio, iba a ped¨ªrselo a su padre, que vend¨ªa periitos calientes en Cuman¨¢. Pero tuvo una pelea, alguien le prest¨® un rev¨®lver y al final lo pusieron preso; s¨ª, est¨¢ all¨ª mismito, frente al cementerio. Ahora Cecilia vende agua para las flores de las tumbas los domingos, y ya va dejando de jugar a las casitas porque es mayor. Le regalamos un bol¨ªgrafo y ella, mientras nos habla, se pinta pensativamente rayas en la palma de la mano. De vez en cuando, su carita delgada sonr¨ªe y todo no tiene m¨¢s remedio que hacerse bonito. Todo el espanto, todo el desamparo del mundo se hace bonito. Cecilia tampoco ha o¨ªdo hablar de la matanza de Cantaura; y el mundo, en compensaci¨®n, nunca oy¨® hablar de Cecilia.
Jos¨¦ Anton¨ªo Ramos Sucre se suicid¨® en Ginebra, el 9 de junio de 1930, fecha en que cumpl¨ªa cuarenta a?os. La dosis de Veronal le tuvo cuatro d¨ªas en la agon¨ªa. Por Cuman¨¢ ten¨ªa cierta fama de homosexual a causa de su solter¨ªa, y ¨¦ste era un pecado demasiado grave en un descendiente del Gran Mariscal de Ayacucho. Pero sus honras f¨²nebres, cuando el cad¨¢ver lleg¨®, un mes despu¨¦s, a La Guaira, fueron decorosamente solemnes. Quiso que le enterraran en el viejo cementerio de Santa In¨¦s de la capital de Oriente, donde hoy yace. De la muerte, que tanto le tent¨® durante su vida, ten¨ªa escrito: "Bajo su hechizo reposar¨¦ eternamente y no lamentar¨¦ m¨¢s la ofendida belleza ni el imposible amor". Ahora, ni?as como Cecilia juegan sobre su tumba, donde palidecen los tulipanes que rechazaron desde?osamente el agua por no intentar prolongar la apariencia de vida de lo nacido para extinguirse en la aridez y la nostalgia.
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