De impunidades y otros temas teatrales
El teatro Espa?ol ha merecido en este peri¨®dico -de la mano de su cr¨ªtico titular- un tratamiento inusitado en la reciente historia de la escena espa?ola: dos p¨¢ginas enteras, una doble, a modo de respuesta-entrevista, provocada por la primera de ellas, y ¨²ltimamente tres medias columnas - en las que, abandonando el terreno de la plausible cr¨ªtica a errores ajenos, se adentra en otro bien distinto. El tema aparente es la programaci¨®n y retirada en ¨¦xito de Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fern¨¢n G¨®mez; el de fondo no es totalmente vislumbrable, por cuanto, a lo largo de los citados art¨ªculos, el autor cambia de estrategia -o punto de vista-, haciendo recaer la responsabilidad y culpabilidad sobre unos y otros, sobre el Ayuntamiento de Madrid primero, sobre la direcci¨®n del teatro despu¨¦s, de un modo, a decir, poco sorpresivo. Entiendo la funci¨®n social de la cr¨ªtica y, por principio, no he contestado nunca a ninguna con la que pudiera estar en desacuerdo, pero en este caso es posible pensar, en funci¨®n de sus caracter¨ªsticas, que se trata de otra cosa. La intencionalidad ¨¦tica que debe atribuirse al ejercicio de la cr¨ªtica no me exime del deber, ciertamente tambi¨¦n ¨¦tico, de aclarar, de una vez por todas, un tema de inter¨¦s y dominio p¨²blico, y tambi¨¦n del uso, m¨¢s elemental a¨²n, de la defensa ante lo que estimo, voluntaria o involuntaria, agresi¨®n.Pues si, como el cr¨ªtico explicita en su ¨²ltimo art¨ªculo, la gesti¨®n al frente de un teatro p¨²blico -esta vez el Espa?ol, englobando en ella a responsables municipales y al director art¨ªstico- no puede quedar impune, -es decir, libre de castigo y/o cr¨ªtica, ?o persigue una penalizaci¨®n m¨¢s fuerte?- y, en otra fecha, alude al "falso pundonor e irritaci¨®n de ciertos sectores profesionales", al no soportar la cr¨ªtica y volverse contra la Prensa, es pertinente hacer una breve reflexi¨®n sobre el tema. ?Hay acaso mayor impunidad que la de la cr¨ªtica art¨ªstica, cuando comete errores, y situaci¨®n m¨¢s inerme que la de? que la recibe? ?No juzga la cr¨ªtica la acci¨®n y a aquellas personas cuya tarea y riesgo consiste en abordarla? ?Y no implica esa actitud de juicio un ponerse por encima y lejos de la acci¨®n y sus sujetos, en un impl¨ªcito plano de superioridad, esta s¨ª impune? Esas ser¨ªan las reglas del juego, y aceptadas est¨¢n de antemano. Entonces, una estricta medida y un uso preciso de la palabra ser¨ªan inherentes al ejercicio responsable de la cr¨ªtica. Pero cuando el instrumento del cr¨ªtico se vuelve arma arrojadiza y destructora, cuando aparece un uso casi selv¨¢tico del lenguaje, voluntaria o involuntariamente, la cr¨ªtica se convierte en agresi¨®n.
"Mala memoria"
No es posible analizar aqu¨ª los art¨ªculos a que aludo, pero el lector asiduo y avisado de EL PAIS, y el cr¨ªtico como cualquier profesional de la Prensa, no ignorar¨¢ el hecho de la mala memoria inherente al medio: s¨®lo lo ¨²ltimamente escrito tiene vigencia, toda afirmaci¨®n anterior es pasto del olvido. Consciente de esa situaci¨®n inerme que conlleva toda respuesta a un cr¨ªtico, esconda en s¨ª o no la moderaci¨®n y voluntad de razonamiento que pretende la m¨ªa, esta ser¨¢ mi ¨²nica declaraci¨®n personal sobre el tema. Unicamente invito al cr¨ªtico a reflexionar si, utilizando en su art¨ªculo inculpaciones comofeudalismo, impunidad y "herencias de viejos tiempos" para con el Ayuntamiento de Madrid y el director art¨ªstico del teatro Espa?ol, en un tema como el de Las bicicletas..., que se ha razonado y razonar¨¦ uiia vez m¨¢s, ?no destapa el zurr¨®n lleno de piedras, arroja la primera e invita, lisa y llanamente, a la lapidaci¨®n, aunque sea en efigie?
Provocada por unos y otros, este tipo de lapidaci¨®n parece end¨¦rnica en el medio de la escena y, de un modo c¨ªclico, se toma brote virulento de la vida teatral de nuestro pa¨ªs. Tengo a honor mantenerme alejado de ese tipo de gimnasia.
Adolfo Marsillach, que inicia m¨¢s que inteligentemente la andadura del Centro Dram¨¢tico Nacional, que realiza, en condiciones imposibles, un repertorio; que lucha hasta el fin para conseguir unos estatutos que definan estructura y funcionalidad de un teatro nacional, sufri¨® un feroz ataque de todos lados, una p¨¦trea lluvia con rasgos de vendaval, y dimiti¨® -se resign¨®, dicen en otros idiomas-. Recuerdo al cr¨ªtico que ¨¦l fue asesor del CDN en aquel momento y lo vivi¨®, no sin amargura.
Los siguientes directores, Nuria Espert, Ram¨®n Tamayo y el que suscribe, viendo las dificultades t¨¦cnicas del deseado repertorio con la dottci¨®n de nuestros teatros, intentaron la f¨®rmula, de prolongar la exhibic¨®n de obras con alto favor de p¨²blico -como ahora sugiere el cr¨ªtico- (Ba?os de Argel, Do?a Rosita, Velada en Benicarl¨®), y pugnaron igualmente en vano por unos estatutos. La cr¨ªtica lapidaria se produjo puntualmente, pese a los resultados, y dimitimos, de un contrato de cuatro a?os, al cabo de dos. Se observa una tregua buc¨®lica en torno al CDN en estos momentos. Es de agradecer. Pero parece haber sonado la hora del teatro Espa?ol.
Extremada lentitud
El Ayuntamiento de Madrid, por convicci¨®n pol¨ªtica y exhortado por la opini¨®n, se ha hecho cargo, desde el a?o pasado, de la gesti¨®n del teatro Espa?ol, tras un lapso de varias d¨¦cadas. La transmisi¨®n del anterior patronato a los nuevos responsables se realiz¨®, por razones burocr¨¢ticas y legales insoslayables, con extremada lentitud. El actual director del teatro es confirmado en su cargo casi s¨®lo veinte d¨ªas antes de iniciarse el mes de sep tiembre de 1982. Consciente de la exigencia que el cr¨ªtico hace a los profesionales, en su art¨ªculo del 24 de mayo de 1982, de "trabajar para vencer las dificultades en lugar de dejarlas seguir adelante con resignaci¨®n impotente", acepta el reto e improvisa ciertamente -un mes de preparaci¨®n- una programaci¨®n que introduce por vez primera la alternancia de las funciones de noche, consigue que el teatro se llene de p¨²blico, reduce en un tercio los costes y triplica casi el n¨²mero de espectadores con respecto a las temporadas bajo otra direcci¨®n. Naturalmente se cometen errores: en un teatro donde, en el mes de septiembre, no hab¨ªa equipo gestor, personal t¨¦cnico ni administrativo, y ni siquiera l¨¢mparas en los focos, no se llega -hay adem¨¢s el accidente de un actor, pero es igual- a estrenar a tiempo; no se consigue -no se tienen poderes para ello, pero es igual- que el conflicto laboral entre t¨¦cnicos y Administraci¨®n municipal pueda resolverse a tiempo para estrenar Las bicicletas ... ; no todos los momentos de la programaci¨®n tienen el mismo car¨¢cter de impacto, es igual, no se consideran relaciones de causa y efecto, hay zonas que atacar.
La Corporaci¨®n municipal prefiri¨® abrir el teatro ba o su gesti¨®n sin fase preparatoria o de estructuraci¨®n. Fue una decisi¨®n que acept¨¦ y entend¨ª, pese a los errores y deficiencias de funcionamiento que, de modo inevitable, iba a comportar. El Ayuntamiento hace todo lo posible, pero los logros, continuos, son lentos, y a¨²n hoy la dotaci¨®n risica del teatro no es la que se necesita.
Ante estas reflexiones propias, me es l¨ªcito recordar que el cr¨ªtico arremete contra el Teatro Espa?ol cuando lo conseguido es palpable, el inter¨¦s del p¨²blico multitudinario y existe una programaci¨®n para este a?o que se tacha de improvisada, cuando es, en realidad, fruto de la experiencia del pasado. El cr¨ªtico call¨®, sin embargo, con franciscana paciencia, cuando, tras su restauraci¨®n, el teatro estuvo dos temporadas semidesierto y con gastos muy superiores a los actuales. Fue mala suerte, ciertamente. La gesti¨®n art¨ªstica y administrativa no mereci¨® entonces tan desfavorable comentario.
?Qu¨¦ significan en este contexto las inculpaciones de feudalismo, impunidad y "herencias de viejos tiempos"? ?No han hecho, el director del teatro Espa?ol y el concejal de Cultura, rendici¨®n de cuentas de su gesti¨®n y autocr¨ªtica inhabitual de la misma, en conferencia de Prensa anterior a estas inculpaciones? ?Y no se deber¨ªa, al lado de esa autocr¨ªtica sobre los aspectos negativos, recordar, con el necesario pudor, los positivos?
El cr¨ªtico, en su ¨²ltimo art¨ªculo del 7 de noviembre de 1982, culpa al director del teatro de programar Las bicicletas... con desconfianza, en mala fecha, por poco tiempo, con "hostilidad por sentido personal de la est¨¦tica". ?Hacia la obra, hacia el director? El cr¨ªtico sabe que se escogi¨® la obra entre tres, galardonadas todas ellas con el Premio Lope de Vega, porque se crey¨® en ella. Si la elecci¨®n hubiera sido distinta -y desacertada-, Las bicicletas... habr¨ªan podido esperar a su estreno dos o tres a?os. Sabe que se la program¨® por m¨¢s tiempo que los anteriores premios Lope de Vega programados en el teatro, y que su exhibici¨®n se ha visto recortada por causas ajenas a la voluntad de todos.
Sabe que, ante la reticencia de algunos sectores profesionales, y la del propio cr¨ªtico formulada en su comentario posterior al estreno, se confi¨® la puesta en escena a un director que, con magn¨ªficos actores, obtuvo el brillante ¨¦xito que se conoce.
En ¨²ltimo t¨¦rmino, se imputa al equipo de direcci¨®n del Espa?ol haber programado la obra dos veces, as¨ª,como las otras actividades del teatro, con fecha fija, como creemos que debe hacerse; no haber podido evitar dos accidentes de trabajo y un conflicto laboral fuera de nuestras atribuciones; no cancelar arbitrariamente compromisos contra¨ªdos por el teatro, a causa de un ¨¦xito del que somos tambi¨¦n responsables; hacer, como es nuestra obligaci¨®n, extensivas las expectativas de ¨¦xito a otras obras, otros autores, otros directores.
Calidad y capacidad de comunicaci¨®n
El cr¨ªtico sabe muy bien que el hombre de teatro busca, con su instinto, acertar en el objeto de su elecci¨®n. Ni el cr¨ªtico ni el director art¨ªstico, ni el de escena, pueden predecir de antemano la dimensi¨®n de su error o de su acierto. S¨®lo la sensibilidad y el trabajo bien hecho llevan hacia un camino -y no siempre- correcto, pero inseguro. La inevitable confrontaci¨®n con el p¨²blico demuestra qu¨¦ trabajos tienen, adem¨¢s de la calidad buscada, capacidad de comunicaci¨®n. Hay algunos montajes recientes que debieran entrar en repertorio por esa capacidad se?alada y como testimonio del nivel alcanzado por nuestro teatro. Pero no es posible el repertorio al no existir la dotaci¨®n t¨¦cnica, econ¨®mica, personal y de espacio para acometerlo con funcionalidad. A lo que alude, en definitiva, el cr¨ªtico de EL PAIS, por debajo del desahogo verbal, es al funcionamiento de los teatros p¨²blicos, al sistema de los mismos en Espai¨ªa. Pero ¨¦l no ignora que no existe un sistema ni una correspondencia jur¨ªdica al hecho del teatro institucional, ni una organizaci¨®n meditada de los mismos; que estamos, al fin, en puertas de un cambio cultural que permita esa estructuraci¨®n, y que en el teatro Espa?ol se crean las condiciones aproximadas a un funcionamiento distinto.
Los intentos de los profesionales en este sentido se han visto truncados por la ausencia de pol¨ªtica cultural y los cortos plazos de permanencia de las distintas administraciones desde la transici¨®n. La propuesta del cr¨ªtico de dotar a los teatros p¨²blicos de la flexibilidad del comercial es, con todos los respetos, l¨¢ vuelta a una forma de hacer que va en contra de la evoluci¨®n necesaria del teatro en Espa?a: la flexibilidad del teatro institucional tiene que ser de muy distinta ¨ªndole que la del teatro comercial, ya que su sentido de servicio p¨²blico lo impone. Existen varias formas, no obstante, de repertorio posible, de reciclaje de obras, de concepci¨®n de elencos fijos: ninguna de ellas se trata en sus art¨ªculos. Este diario quiz¨¢ me permita entrar en una pr¨®xima y modesta reflexi¨®n sobre el teatro p¨²blico en Espa?a.
Escena ins¨®lita
Por ¨²ltimo, la programaci¨®n dada a conocer por el teatro Espa?ol no ha salido indemne de las consideraciones a que aludo en estas l¨ªneas, al ser considerada por el cr¨ªtico como "llena de inter¨¦s, pero elitista".
Somos partidarios de una concepci¨®n de elenco fijo y de un deterininado repertorio. Hemos defendido esta postura en el CDN y en el teatro municipal, sin encontrar, hasta el momento, la dotaci¨®n necesaria ni la posibilidad de emprenderlo. En la situaci¨®n actual, la programac¨ª¨®n del teatro Espa?ol intenta aproximarse a los resultados programadores de un repertorio de recuperaci¨®n: grandes cl¨¢sicos con caracteres de arquetipos de nuestra dramaturgia; escritores espa?oles contempor¨¢neos con amplia capacidad de comunicaci¨®n y vinculaci¨®n con nuestra realidad; nuevos autores en los que se aprecien aportaciones personales de lenguaje dram¨¢tico. La escena ins¨®lita, con textos no teatrales, constituye un espacio que busca evitar el estancamiento mental y art¨ªstico del espectador, un derecho que tiene incluso la minor¨ªa. La venida de grandes hombres de teatro europeos e int¨¦rpretes mus¨ªcales con especiales connotaciones literarias y art¨ªsticas pretende despertar la curiosidad del p¨²blico y mantener en pie la expectativa ante un teatro vivo. Tambi¨¦n est¨¢n invitados los fil¨®sofos, y vendr¨¢n un d¨ªa, si quieren dejar por unas horas el libro.
Todas estas son tareas propias de un teatro p¨²blico, al contrario del comercial, cuyo funcionamiento b¨¢sico consiste en lograr el ¨¦xito deseable y mantenerlo hasta que la audiencia se agote. Pero no importa; aunque esa no fuera la intenci¨®n del cr¨ªtico, el zurr¨®n est¨¢ abierto, las piedras a la mano, la lapidaci¨®n puede continuar. Hagan juego, se?ores.
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