La perfecci¨®n de los cuartetos de Brahms

servir para frecuentar los pentagramas menos explorados. Entre nosotros, por falta de una labor continuada, la m¨²sica de c¨¢mara de Brahms se ha convertido casi exclusivamente en consumo discogr¨¢fico. Y si en el sinfonismo Brahms supone una aportaci¨®n formidable- y una -evoluci¨®n sustancial, no sucede de otra Forma en el ¨¢mbito de c¨¢mara.Los tres cuartetos, interpretados con rara perfecci¨®n, coherencia, exactitud de concepto y contenida expresividad por el Juilliard, son otras tantas piezas maestras. Tanto en las dos opus. 51 como la op. 67, el compositor trabaja en favor de una unidad interna, de un desarrollo celular, evolucionista y progresivo, a trav¨¦s, como dice Geiringer, de un esfuerzo de unificaci¨®n.

Los temas se emparentan y relacionan para servir a una previa unidad ideol¨®gico-expresiva que parece fruto de una larga meditaci¨®n. No en vano Brahms esperaba el tiempo necesario para acometer las formas decisivas: el que le demandaba su madurez de pensamiento.

Como en todos los grandes creadores -aun dentro de la unidad general de esilo-, cada cuarteto posee su especial talante determinado por los valores predominantes: sencillo lirismo -casi id¨ªlico en la Romanza- en el cuarteto en do menor melancol¨ªa que no llegan a quebrar los momentos m¨¢s optimistas en el cuarteto en la menor; mayor aliento y m¨¢s rica gama expresiva en el formidable cuarteto en si bemol, que cierran esas magistrales variaciones.

Todas las p¨¢ginas cobraron acentos de m¨¢xima nobleza y ejecuciones de minuciosa perfecci¨®n en manos de Robert Mann, Earl Calyss, Samuel Rhodes y Joel Krosnick, componentes del Cuarteto Juilliard, no en vano considerado entre los mejores del mundo.