Los derechos humanos en Centroam¨¦rica / 1
Centroam¨¦rica constituye hoy un lugar fundamental para la recta visi¨®n y la justa soluci¨®n del problema de los derechos humanos. Pa¨ªses como Costa Rica y Panam¨¢ ofrecen una imagen aceptable, aunque lejos de lo ideal, de los derechos humanos, porque en ambos pa¨ªses, si bien de distinta forma y por diversas razones, se ha atendido a tiempo a las necesidades b¨¢sicas de su poblaci¨®n.Honduras y Nicaragua
En Honduras no ha estallado todav¨ªa la crisis de los derechos humanos, no porque se haya resuelto el problema de las necesidades b¨¢sicas y de la injusticia estructural, sino porque no se ha apoderado de la conciencia popular la situaci¨®n objetiva en la que se encuentra la mayor¨ªa de la naci¨®n; la situaci¨®n es, objetivamente, prerrevolucionaria, y por eso no ha sido necesario todav¨ªa entrar de lleno en la violaci¨®n masiva y sistem¨¢tica de los derechos humanos; sin embargo, la presencia en suelo hondure?o de tropas somocistas, de asesores norteamericanos que preparan un lugar seguro que domine los acontecimientos de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, y ¨²ltimamente, la presencia del ministro de defensa israel¨ª, el mismo que lanz¨® la ofensiva contra los palestinos en L¨ªbano, hacen temer que tambi¨¦n Honduras se vaya a ver pronto inmersa en el mismo torbellino de El Salvador y Guatemala, por lo que toca a la violaci¨®n de los derechos humanos, de lo cual ya se aprecian algo m¨¢s que indicios.
Nicaragua, por su parte, est¨¢ en una fase distinta, en la que observadores occidentales pueden apreciar limitaciones importantes a los derechos humanos, sobre todo en el orden pol¨ªtico, pero en la que analistas m¨¢s conocedores de la peculiaridad de la situaci¨®n nicarag¨¹ense no pueden menos de ver no s¨®lo una clara mejor¨ªa respecto a lo que ocurr¨ªa en tiempos de Somoza, sino adem¨¢s una abismal diferencia con lo que ocurre en Guatemala y en El Salvador, estando como est¨¢ Nicaragua acosada, sobre todo por Estados Unidos, para que los sandinistas abandonen el poder, un acoso que incluye la violencia armada, adem¨¢s de la presi¨®n econ¨®mica y pol¨ªtica.
Los casos de Guatemala y El Salvador son, sin embargo, los m¨¢s dram¨¢ticos. En ambos pa¨ªses pueden contarse por decenas de miles los asesinados, por centenas de miles los desplazados y refugiados, por millones los amenazados.
Guatemala y el Salvador representan hoy una de las fronteras m¨¢s dram¨¢ticas no s¨®lo de los derechos humanos, sino de la humanidad misma. En ambos pa¨ªses se ha hablado t¨¦cnicamente de genocidio, lo cual debe golpear la conciencia de todos los hombres, pero especialmente de los latinoamericanos y de los espa?oles.
La situaci¨®n es distinta en ambos pa¨ªses, sobre todo porque pudiera pensarse que en El Salvador se est¨¢ m¨¢s pr¨®ximo a un principio de soluci¨®n, no porque hayan mejorado los sentimientos humanitarios de los principales responsables de la represi¨®n, sino porque las condiciones objetivas est¨¢n ya llevando a la necesidad de un basta ya de guerra y de represi¨®n. Hay posibilidad de terminar con una situaci¨®n intolerable, y esto, adem¨¢s de despertar esperanza, aguijonea la conciencia individual y colectiva para ayudar a que pronto vuelva la paz y, al menos, un respeto b¨¢sico a las vidas humanas.
Para ello no est¨¢ de m¨¢s hacer algunas reflexiones que aclaren la peculiaridad de la situaci¨®n salvadore?a, lo cual sirve tambi¨¦n de alg¨²n modo para aclarar la situaci¨®n guatemalteca.
La injusticia estructural
La ra¨ªz profunda de la violaci¨®n de los derechos humanos en la zona es la violencia originaria que representa la injusticia estructural. Juan Pablo II, en un mensaje dirigido a la Conferencia Episcopal de El Salvador el 6 de agosto de 1982, escrib¨ªa: "Me doy perfectamente cuenta de que las discordias y divisiones que turban todav¨ªa vuestro pa¨ªs y causan nuevos conflictos y violencias encuentran su ra¨ªz verdadera y profunda en las situaciones de injusticia social".
El presidente de Colombia, R¨®mulo Betancur, acaba de decirle a Ronald Reagan que la causa ¨²ltima de las 30.000 tumbas -son ya m¨¢s de 35.000- abiertas en suelo salvadore?o se deben a "hogueras prendidas por la injusticia social o por manos extra?as en tales zonas".
La visi¨®n de Reagan
Frente a esta tesis, compartida por el pueblo y las Iglesias de Estados Unidos, Reagan sigue hablando incorregiblemente de "agentes de inestabilidad (que) desean imponer nuevas formas de imperialismo y tiran¨ªa", como dijo en San Jos¨¦; o de "insurrecci¨®n apoyada por fuerzas extra?as", como dijo en Bogot¨¢.
Evidentemente, Juan Pablo II y R¨®mulo Betancur tienen much¨ªsima mayor verdad en sus palabras que Ronald Reagan, a quien no le interesa preguntarse por la causa ¨²ltima de la situaci¨®n, con lo cual no puede entender la respuesta que los movimientos pol¨ªtico-militares han pretendido dar en los ¨²ltimos tres a?os, una vez agotados los medios pac¨ªficos de tipo pol¨ªtico-electoral.
Efectivamente, a esta injusticia estructural, tanto en Guatemala como en El Salvador, se ha respondido con una combinaci¨®n de violencia armada -verdaderos ej¨¦rcitos populares que combaten con los Ej¨¦rcitos oficiales- y de presi¨®n pol¨ªtica, tanto a trav¨¦s de organizaci¨®n de masas como de actividad de partidos pol¨ªticos en la clandestinidad. El elemento de terminante en esta respuesta lo ha constituido, desde enero de 1981 la violencia armada, que se ha tratado de impedir en El Salvador -de la misma forma que en Guatemala- por la v¨ªa del enfrentamiento militar, como, sobre todo, por la v¨ªa de la masiva y sistem¨¢tica violaci¨®n de los derechos humanos.
30.000 muertos
El embajador de Estados Unidos en El Salvador, Hinton, dec¨ªa en un discurso pronunciado el 29 de octubre de 1982: "Desde 1979, tal vez unos 30.000 salvadore?os han sido asesinados, no muertos en batalla", pero asesinados -la palabra es del embajador- por quienes est¨¢n actualmente en el poder, que, por lo mismo, s¨®lo en doscientos casos han podido ser condenados, y siempre con condenas leves.
El Papa se ha referido a este mismo punto con extraordinaria clarividencia y valent¨ªa: "La metodolog¨ªa de la violencia que ha llevado a una guerra fratricida, situando a un lado a cuantos consideran la lucha armada como, un instrumento necesario para conseguir un nuevo orden social, y al otro lado, a cuantos recurren a los principios de la seguridad nacional para legitimar represions brutales, no encuentra una justificaci¨®n racional y, mucho menos, cristiana". El Papa no est¨¢ en favor de la soluci¨®n violenta, y busca la reconciliaci¨®n entre las dos partes en conflicto, pero esto no obsta para que distinga entre quienes han ido a la lucha armada en busca de un nuevo orden social, que termine con la injusticia estructural, y los que han ido a la represi¨®n brutal, amparados en la doctrina de la seguridad nacional.
Nos encontramos as¨ª con un esquema claro: la injusticia estructural-resistencia activa a esa injusticia-represi¨®n aterrorizadora que imposibilite el que las masas se unan a quienes en su nombre luchan contra la injusticia estructural. Es probable que si no hubiera esa resistencia activa las violaciones de los derechos humanos no ser¨ªan tan masivas y brutales, pero es evidente que la llamada lucha contrainsurgente no legitima esa masa de asesinatos y el modo mismo de conducir la guerra, de la que el presidente de Guatemala, R¨ªos Montt, ha dicho que no es de tierra quemada, sino de comunistas quemados.
A este esquema se superpone otro, el del aniquilamiento, propiciado por Estados Unidos, de todas aquellas fuerzas que en el ¨¢rea no se le someten y, sobre todo, de aquellas fuerzas que pudieran simpatizar con Nicaragua, Cuba y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Estados Unidos se alinea as¨ª con quienes someten el respeto a los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a la vida, a la seguridad nacional.
S¨ªntomas de mejor¨ªa
Estados Unidos querr¨ªa una mejora paulatina en el respeto a los derechos humanos, pero siempre que esa mejora no llevara consigo un fortalecimiento de los movimientos revolucionarios. Esta tesis es fundamental en la pol¨ªtica exterior de Estados Unidos, y probablemente en la de cualquier superpotencia. En esta dial¨¦ctica entre lo que querr¨ªa y lo que quiere est¨¢ la clave para entender y valorar lo que de mejor¨ªa puede haber en el respeto de los derechos humanos en El Salvador durante 1982, porque en Guatemala no puede hablarse ni siquiera de mejor¨ªa aparente, por lo menos en lo que se refiere a la poblaci¨®n ind¨ªgena y campesina.
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