Del Cambio cultural e Hispanoam¨¦rica
Tenemos estos d¨ªas motivo de felicidad. Los dem¨®cratas que trabajamos en el Instituto Iberoamericano de Cooperaci¨®n somos felices estos d¨ªas. Lo somos por dos causas. Una, personal y tal vez ego¨ªsta. Otra, que es personal tambi¨¦n, se vincula a la cultura y a nuestra vocaci¨®n hispanoamericana. La causa personal y tal, vez ego¨ªsta de la actual dicha es ¨¦sta: el Instituto, tanto en Espa?a como en los pa¨ªses hermanos de Am¨¦rica, padec¨ªa del equ¨ªvoco de ser considerado, en totalidad y en detalle, como algo reaccionario y antiguo, imperial y a destiempo. No siempre ni en todo fue as¨ª. La inercia, la simplificaci¨®n, incluso la ignorancia y la mala fe, tend¨ªan a refutar con el silencio todo cuanto se ha hecho desde esa casa a lo largo de tantos a?os. Algo se ha hecho, algo hemos hecho, y ahora quiz¨¢ se sepa, pues lo que se ha ido haciendo, hecho est¨¢. Y esto nos da alegr¨ªa. Que cesen la simplificaci¨®n, la inercia o la ignorancia y que se vea el amor con que hemos trabajado algunos de nosotros es algo que nos da alegr¨ªa. Decir esto tal vez suene a orgullo, a vanidad, a revancha. Creo que es simple justicia. Me recuerdo hace a?os dando una conferencia en el entonces Instituto de Cultura Hisp¨¢nica, de M¨¦xico. Vinieron unos cuantos exiliados y escasos progresistas mexicanos. Me toleraron no por lo que yo era ni por lo que yo hac¨ªa o escrib¨ªa (ellos no ten¨ªan por qu¨¦ saber que yo sol¨ªa correr delante de la polic¨ªa franquista, a veces con alg¨²n moret¨®n de una porra que corri¨® m¨¢s que yo), sino porque sab¨ªan que llegu¨¦ a M¨¦xico desde La Habana. Qu¨¦ equ¨ªvoca es la vida, qu¨¦ compleja. Y seguimos all¨ª, en el Instituto, trabajan do en silencio, con nuestro amo americano. Ahora lo vamos a decir y supongo que nos van a creer muchos de nosotros hemos amado a Am¨¦rica, hemos hecho lo que pudimos, en dif¨ªciles circunstancias; poco pero algo m¨¢s que nada.Causa de la dicha
La otra causa de nuestra dicha es justamente nuestro amor a los pueblos americanos y el saber que ese amor ahora podr¨¢ manifestarse con m¨¢s fluidez que antes. Habr¨¢ mayores presupuestos, empresas diferentes y m¨¢s completas, m¨¢s atenci¨®n -espero- por parte de los medios de comunicaci¨®n hacia nuestro trabajo. Un trabajo que, sin renunciar a la herencia de cuanto ya est¨¢ hecho, va a inscribirse en el contexto de lo que se viene llamando el "cambio cultural". Seg¨²n lo entiendo yo, el cambio cultural no es un deseo y ni siquiera es un prop¨®sito: es una necesidad y es un deber. Esta necesidad v este deber nos recuerdan que la cultura no es ¨²nicamente una ocasi¨®n para el enriquecimiento de las dimensiones est¨¦ticas de los miembros de una comunidad, sino tambi¨¦n, y sobre todo, una ocasi¨®n irreversible para el enriquecimiento de la conciencia humana, que equivale a decir para el desarrollo y el contagio de la fraternidad. En este sentido, cultura y democracia son nombres diversos para una sola y dial¨¦ctica aventura: si el objetivo fundamental de la democracia es el fortalecimiento y el crecimiento de la cultura y la moral, el objetivo fundamental de la cultura es, a su vez, el de contribuir a la creaci¨®n, el incremento y la consolidaci¨®n de la democracia. A lo largo de los siglos, de los milenios, libertad y saber mutuamente se socorren y se potencian. "Cambio cultural" no significa, pues, tan s¨®lo una atenci¨®n al j¨²bilo de la creaci¨®n art¨ªstica y una gratitud hacia todas las formas expresivas con que los seres celebramos el mundo, sino tambi¨¦n la convicci¨®n de que esas formas de expresi¨®n creadora, adem¨¢s de celebrar la vida, la corrigen y la engrandecen. "Cambio cultural" no puede ser tan s¨®lo una celebraci¨®n de la alegr¨ªa de la creaci¨®n art¨ªstica y del estudio de los asuntos de la especie humana: es tambi¨¦n la celebraci¨®n, y la potenciaci¨®n, de la alegr¨ªa de la democracia.
He usado dos palabras bell¨ªsimas: alegr¨ªa y fraternidad. Para nosotros, los dem¨®cratas que trabajamos en el Instituto de Cooperaci¨®n Iberoamericana, para quienes miramos con amor (pero tambi¨¦n con ansiedad) la aventura vital e hist¨®rica de los pueblos americanos, ambas palabras adquieren una resonancia especial, por el sencillo y a la vez solemne acontecimiento de que hablamos un mismo idioma, de que habitamos en un mismo lenguaje. Poetas, antrop¨®logos, psicoanalistas, han coincidido en proclamar que nuestro idioma es tambi¨¦n nuestra patria. Habitamos en ¨¦l. Por ello, cualquiera de nosotros, espa?oles, habitamos tambi¨¦n en toda Hispanoam¨¦rica, y para todo hispanoamericano Espa?a es una casa, la casa de su hermano, y la suya. Por todo esto, la expresi¨®n "cambio cultural", contemplada, vivida por nosotros desde nuestro trabajo, significa el af¨¢n de que juntos podamos continuar nuestro com¨²n proceso de creaciones art¨ªsticas y de meditaci¨®n sobre nuestro pasado y nuestro porvenir, y a la vez significa el esfuerzo por reiniciar, juntos, el j¨²bilo de la fraternidad, la alegr¨ªa de la democracia.
Sabemos, y ello nos compromete y nos conmueve, que todo dem¨®crata hispanoamericano ha observado, con atenci¨®n dichosa, el proceso espa?ol hacia su propia democracia. Hag¨¢mosle saber a cada uno de nuestros hermanos de Am¨¦rica que todos sus avances hacia sus democracias propias nos emocionan igualmente a nosotros. Hagamos algo m¨¢s: contribuyamos, ayudemos a que tales procesos se multipliquen y aceleren. Nuestra contribuci¨®n estar¨¢ contenida en esa dimensi¨®n que se?alamos en el concepto de "cambio cultural". Nuestra contribuci¨®n ser¨¢ recordar siempre que el ejercicio y el intercambio del saber, y de las formas de expresi¨®n que le confieren un aliento y un rostro, trabajan para el j¨²bilo est¨¦tico y, simult¨¢nea e indivisiblemente, para la dicha de la libertad. Tenemos en nuestras manos la palabra cultura y frente a nuestros ojos nuestra familia americana: jam¨¢s pudimos so?ar con un deber y una esperanza tan parejos y tan magn¨ªficos. Por eso en estos d¨ªas nos sentimos dichosos.
F¨¦lix Grande es poeta y escritor. Subdirector de Cuadernos Hispanoamericanos.
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