EL perd¨®n de Quini
Ya es firme la sentencia condenatoria por el secuestro de Enrique Castro. Queda atr¨¢s, en el tiempo, un acontecimiento que tuvo en vilo a miles de personas. Surgen discusiones en torno a determinados lances del proceso. Es ahora ocasi¨®n propicia para terciar en alg¨²n punto de esas discusiones, desde la simple condici¨®n de un ciudadano cualquiera familiarizado con el mundo del derecho, pero no con el variopinto del balompi¨¦.A veces las discusiones se resuelven con informaci¨®n. Por ello debe excusarse que sea eso lo primero que se haga en estas l¨ªneas.
La justicia, dise?ada para ser implacable
Las v¨ªctimas de los delitos pueden perseguirlos por si mismas, con independencia del Fiscal, mediante sus abogados. Lo mismo pueden hacer los que se consideren perjudicados por un delito, para resadirse de los perjuicios. Incluso todos los espa?oles, a¨²n sin ser v¨ªctimas ni perjudicados, pueden perseguir por su cuenta un delito mediante la "acci¨®n popular". El Ministerio Fiscal persigue los delitos, siempre que corresponde, con independencia de lo que hagan v¨ªctimas, perjudicados, etc¨¦tera...
En las pel¨ªculas americanas, a veces, las v¨ªctimas "retiran la denuncia", y entonces el proceso de la pel¨ªcula concluye. Esto cala en nuestro p¨²blico. Algunos, que fueron v¨ªctimas o perjudicados, llegan a nuestros tribunales pretendiendo retirar la denuncia. Pero nuestra m¨¢quina de justicia, lenta, vieja, y bastante ineficaz, est¨¢ dise?ada para ser implacable. No se detiene por perdones ni valen las retiradas de denuncias; con o sin perd¨®n, habr¨¢ juicio y sentencia porque la represi¨®n de la delincuencia es de inter¨¦s general. La v¨ªctima o el perjudicado solo pueden renunciar a lo que es su exclusiva incumbencia: su derecho a acusar por su cuenta, al margen del Fiscal, y su derecho a percibir indemnizaci¨®n. Hay excepciones a esta regla" como es el caso. de la violaci¨®n en que el perd¨®n paraliza el perd¨®n de la just¨ªcia, excepci¨®n esta que ha sido objeto de justa cr¨ªtica por su tratamiento diferencial. Pero no nos desviemos del tema que nos ocupa.
Cuando la v¨ªctima ni acusa por su cuenta, ni pide indemnizaci¨®n, y afirma que perdona a sus agresores, ese perd¨®n, exclusivamente moral, ni detiene ni mengua la m¨¢quina de la justicia. Por eso al delincuente de tal perd¨®n no le afecta, pues no le puede beneficiar. Y por tano no har¨¢ nada para exigirlo, suplicarlo o negociarlo con su v¨ªctima.
As¨ª las cosas, el perd¨®n exclusivamente moral, nunca proceder¨¢ del miedo ni de causa innoble. Es un gesto esencialmente libre, personal¨ªsimo, de un alto contenido ¨¦tico, que pone de manifiesto la gran calidad humana de quien no alberga resentimiento contra sus alesores, ni experimenta satisfacci¨®n personal con la pena, por justa que sea, por necesaria que sea, impuesta a los que le hicieron sufrir en su carne, y en el dolor y angustia de los suyos, los efectos del delito.
Cr¨ªticas por un perd¨®n exclusivamente moral
He o¨ªdo que han criticado a Enrique Castro por el perd¨®n, exclusivamente moral, que al parecer concede a sus agresores. Pero no he o¨ªdo que le critiquen por no acusarles. Y ello es incongruente. A lo mejor creen que bastaba con que esto lo hiciera la entidad para la que trabaja, pero no es as¨ª. Si ¨¦l hubiera querido habr¨ªa podido acusar y pedir una indemnizaci¨®n por su cuenta. Hubiera podido haber en el proceso una acusaci¨®n del Fiscal, otra del Club, y otra de ¨¦l, cada cual con sus criterios, y con sus peticiones de penas e indemnizaciones, distintas.
Todos puden declinar su derecho a acusar, y pueden conceder el perd¨®n moral; son expresiones de un derecho intangible, superior a cualesquiera vinculaciones o limitaciones correlativas a las elevadas sumas que perciben algunos futbolistas. Solo los menores, los incapaces, e hist¨®ricamente los esclavos, han tenido o tienen limitados sus derechos de ese tipo.
As¨ª pu¨¦s Enrique Castro no acus¨® a nadie. Acus¨® al Club que, sinti¨¦ndose perjudicado en su patrimonio por el secuestro, ped¨ªa adem¨¢s de la pena una indemnizaci¨®n, si bien tambi¨¦n ped¨ªa otra para Enrique Castro. Parad¨®gicamente para el Club, la sentencia s¨®lo concedi¨® la indemnizaci¨®n para quien nada ped¨ªa, por entender que era el ¨²nico con derecho a ella; indemnizaci¨®n formal e ilusoria, porque los condenados no tienen con que pagarla.
Posiblemente la informaci¨®n sobre las cr¨ªticas al perd¨®n me ha llegado deformada. Posiblemente quienes las formulan han malentendido el alcance y el significado del perd¨®n moral de Enrique Castro. Y en todo caso su. criterio es respetable. Pero en otros episodios criminales, tr¨¢gicamente concluidos, hemos o¨ªdo como perdonaba personas traspasadas de dolor. Era tambi¨¦n un perd¨®n exclusivamente moral, que no deten¨ªa la acci¨®n de la justicia. Y estos gestos de gran altura moral, ejemplares, conduc¨ªan hacia la distensi¨®n, hacia la pacificaci¨®n, sin torcer la justicia.
En el secuestro de Enrique Castro, felizmente resuelto de forma incruenta, su perd¨®n, exclusivamente moral, pone de manifiesto una gran ecuanimidad personal, una ejemplar condici¨®n ¨¦tica, y contribuye poderosamente, por su condici¨®n de personaje popular, a difundir un clima opuesto a los primitivismos talionares, a las vindicaciones de escasa talla, un clima cargado de sana convivencia, y de paz. Y creo que de ello debemos sentirnos orgullosos.
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