Mi reino por un serial
?Es racial, consustancial al talante ingl¨¦s, hacer televisi¨®n? Ser¨ªa parad¨®jico que el pueblo a mi juicio m¨¢s incapacitado para el cine (las excepciones de talento, Hitchcock, Victor Saville, Ridley Scott, acaban siempre en Hollywood) alcanzara grandeza en este suced¨¢neo de un arte mayor. Hay una explicaci¨®n, que es una teor¨ªa que aqu¨ª expongo aventuradamente a mis televidentes lectores.Existen formas que se acompasan perfectamente a la respiraci¨®n de un pueblo. Dickens, y sobre todo Hardy o Trollope, dejaron por escrito una cadencia narrativa con ribetes hist¨®ricos basada en la verdad, los fondos documentales y el gesto veros¨ªmil. Consagraron un arte novelesco y una visi¨®n inglesa, humana, conmiserada y diacr¨®nica de las pasiones, que nuestro siglo despu¨¦s ha destruido y fragmentado en mol¨¦culas irracionales, desprovistas de tiempo y sin alma local.
El buen cine europeo (para el americano s¨®lo tienen talento los nativos, y se llevan su secreto a la tumba) nos ha acostumbrado a un cierto desarraigo, a la reverberaci¨®n formal y los espacios muertos. Caracter¨ªsticas que apenas han dado los plat¨®s ingleses, donde sigue imperando un salub¨¦rrimo horror vacui.
Pero si el cine a¨²n puede permitirse en algunos cuarteles el lujo de ser risky (expuesto, temerario), la televisi¨®n estamos casi todos de acuerdo en que debe ser, por el momento, cosy, o sea, confortable, complaciente, acomodada a la temperatura c¨¢lida y digestible de nuestros comedores.
No hay otro secreto para la brillantez del cuadro, el lujo de los rostros, la fluidez dram¨¢tica y el tino estil¨ªstico del serial made in England. Luce en los mejores (Arriba y abajo, Yo, Claudio, Edward y la se?ora Simpson) el esp¨ªritu casero y guarnecido, que es por supuesto universal y muy de agradecer en la dulce somnolencia del hogar. Y como hay una enorme acumulaci¨®n de talento nacional que no se disipa en la aventura experimental que alemanes o italianos llevan a cabo, la televisi¨®n brit¨¢nica est¨¢ llegando a cotas de sublimidad en los dos apartados que su tradici¨®n le permite tocar con suficiencia: el serial hist¨®rico de costumbres y el docudrama de actualidad.
Retorno a Brideshead pertenece, desde luego, a la primera clase, y a?ade el picante de sus malas costumbres. Poco importa que su realizador, Michael Lindsay-Hogg, sea un acreditado profesional del medio, porque en el serial televisivo tanto la BBC como la independiente Granada o el reci¨¦n creado Channel Four recuperan el empaque de los grandes estudios del Hollywood de anta?o, y entre sus grandes realizaciones de equipo s¨®lo ser¨¢ posible distinguir a los historiadores del futuro el matiz diferente que se establec¨ªa en otros tiempos entre un filme Paramount y otro de la Metro. Todo en el reino brit¨¢nico parece estar creado para redundar en buenos seriales: la fotog¨¦nica campi?a inglesa, las bien proporcionadas country houses, como el impresionante Castle Howard que figura en Retorno a Brideshead, obra maestra de claroscuro y perversi¨®n barroca de los arquitectos Hawksmoor y Vanbrugh; el tinte de sus cielos, la misteriosa pulsaci¨®n de Oxford, y ese plantel de extraordinarios actores rubicundos que Inglaterra parece haber ganado por la gracia divina. El producto final es robusto y delicadamente morboso, pero s¨ªmil y al mismo tiempo transcontinental.
En el caso de Retorno a Brideshead, un excelente marco literario da pie a la empresa. El gui¨®n lo ha escrito el comedi¨®grafo John Mortimer, un d¨ªa confusamente asociado a los j¨®venes airados del teatro brit¨¢nico, y siempre un s¨®lido autor de dramas del West End, caracterizados por la implacable l¨®gica de sus personajes y el rigor de sus r¨¦plicas; no en vano se recuerda su activa profesi¨®n de abogado.
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