El silencio de las mujeres
La guerra del aborto ha estallado. De todas las reformas que el Gobierno socialista est¨¢ llevando acabo, administrativas, pol¨ªticas y econ¨®micas, es ¨¦sta precisamente, la de la despenalizaci¨®n de la interrupci¨®n voluntaria del embarazo, la que ha hecho alzarde las espadas con una mayor virulencia, provocando no solamente la intervenci¨®n de las fuerzas pol¨ªticas, sino uno de los poderes f¨¢cticos, la Iglesia cat¨®lica, que en esta ocasi¨®n se ha lanzado al ruedo en bloque, prescindiendo por una vez de sus habituales cautelas y prudencias expresivas.De todas formas, hay que se?alar un hecho evidente que puede clarificar la opini¨®n ante esta batalla: la escasa participaci¨®n de las mujeres en esta gigantesca algarab¨ªa; su silencio m¨¢s o menos forzoso, si exceptuamos la de algunas representantes individuales de las posiciones m¨¢s ultraconservadoras, que de repente se han hecho c¨¦lebres por sus frecuentes apariciones en los medios.de comunicaci¨®n.
"Vivir es el primero de los derechos humanos", dice la Iglesia cat¨®lica en su documento, que se ha publicado en su integridad en toda la Prensa nacional, tanto en los medios que parecen defender el proyecto legislativo gubernamental como en los que se oponen a ¨¦l, que son la mayor¨ªa acostumbrada.
Vivir no es un derecho, sino un hecho. Un hecho que debe ser protegido, desde luego, pero hubi¨¦ramos querido ver a la Iglesia cat¨®lica defender este hecho con el mismo ardor en todos los per¨ªodos de su ya larga y muchas veces sangrienta historia. La Iglesia misma que cre¨® y mantuvo la Inquisici¨®n, que quem¨® brujas, llev¨® al pat¨ªbulo a sus disidentes y a muchos ?nocentes, justific¨® la esclavitud y las matanzas de indios americanos -fray Bartolom¨¦ de las Casas no est¨¢ en los altares-, que inspir¨® y condujo las cruzadas, la ¨²ltima de las cuales bendijo en nuestro suelo en 1936. Quisi¨¦ramos verla defender siempre la libertad de expre.si¨®n con el mismo fervor que ahora la invoca para legitimar su intervenci¨®n. O todo o nada, se?ores obispos; la libertad es .indivisible; la defensa de los derechos humanos, de la vida y de la libertad de expresi¨®n es un derecho tambi¨¦n que se gana a trav¨¦s de una ejectitoria y de un compromiso que se legitima a trav¨¦s de la coherencia de los siglos.
300.000 'asesinas'
Los obispos espa?oles invocan ahora estos derechos por primera y ¨²nica vez, mientras acaban de mantener a su puerta a las representantes de las Madres de la Plaza de Mayo argentinas, a las que al final no han querido recibir. S¨®lo representan a 30.000 desaparecidos, quiz¨¢ muertos, cuya nacionalidad les es ajena -pero ?cat¨®lico no quiere decir universal?-, y su vida, escasamente defendible. No hay elecciones municipales all¨ª. Ni de ning¨²n tipo en mucho tiempo.Pero en Espa?a se dan 300.000 abortos, en datos de la fiscal¨ªa del Tribunal Supremo. Trescientas mil asesinas que permanecen mudas e incomprendidas ante la magnitud de las acusaciones que sobreellas se est¨¢n lanzando. El derecho al aborto impune se ha limitado para ellas a unas pocas pesetas -o muchas para la gran mayor¨ªa, que no han podido hacerlo- que sirven para pagar el viaje a Londres y una breve estancia en una cl¨ªnica.
Las dem¨¢s, las pobres, que caigan bajo el peso de una ley hip¨®crita, medieval y discriminatoria. Bajo la cruz y la espada, bajo la toga y la sotana, tan expertas a lo largo de la historia en suprimir ese derecho a la vida que ahora enarbolan como si les fuera la suya. No les va la vida, sino su credibilidad, y al rev¨¦s: que es su vida, claro est¨¢. Su negocio.
Su negocio, s¨ª, que no su vida. La vida se la juegan esas 300.000 espa?olas que les est¨¢n poniendo en evidencia. Porque, desde luego, nadie quiere el aborto, y menos todav¨ªa esas 300.000 mujeres que lo han practicad o con el riesgo de su dinero, de su vida y de la estimaci¨®n propia y ajena. Estas 300.000 asesinas no quer¨ªan abortar, se?ores obispos, y est¨¢n fervientemente dispuestas a no hacerlo m¨¢s. Naturalmente que el aborto es un mal, pero es preciso defenderlas contra ese mal, no perseguirlas cuando se han visto obligadas a cometerlo. Nadie manda en su propio cuerpo m¨¢s que ellas mismas, y la que crea en Dios, con El arreglar¨¢ su conciencia, con ese Dios que la ha dejado libre -seg¨²n su doctrina- para elegir su fe, sus sacrificios y hasta sus propios pecados. Cuando un hombre la viola, manda sobre el cuerpo violado, de la misma manera que el juez, el cura o el m¨¦dico que la impiden abortar si ella as¨ª lo ha decidido.
O¨ªr a las que han abortado
?Por qu¨¦ no se escucha la voz de las mujeres que han abortado, de las que han luchado en favor de este mal que nuestra organizaci¨®n social nos ha impuesto? ?Por qu¨¦ tantos gritos, tantas llamadas al caos, si esas voces que nos aturden lo ¨²nico que quieren es negar una realidad implacable? La misma Iglesia cat¨®lica, que ahora se desmelena contra el aborto, nos ha negado los anticonceptivos -y hasta el Ogino- que dentro de poco tendr¨¢ que permitir.El aborto no existir¨ªa en una sociedad ideal, y es por ella por la que la Iglesia debe luchar; pero mientras la sociedad actifal no elimine las causas por las que se hace necesario abortar, que al menos no nos defienda: est¨¢ defendiendo nuestros violadores. Porque, y esta es otra, ?cu¨¢l es la ley y la justicia y cu¨¢les son las pr¨¢cticas investigadoras sobre la violaci¨®n? Se acaba de decir que de la violaci¨®n no surge nunca un embarazo: es cient¨ªfico. La Iglesia hizo abjurar a Galileo, y por este camino van a despenalizar la violaci¨®n. Lo sentimos: no pensamos que su voz est¨¦ aqu¨ª legitimada.
En nuestra experiencia de trabajo en centros de mujeres, no hemos encontrado ni una sola que quisiera hacerlo. Pero lo han hecho.
Comprendemos y comprenderemos la objeci¨®n de conciencia de los m¨¦dicos que se nieguen a practicar el aborto legal, pero seguiremos luchando para que la reforma no sea est¨¦ril. Lucharemos para su ampliaci¨®n, para que el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo sea una realidad legal. Nadie es sujeto de derechos y deberes hasta que se ha demostrado su existenc¨ªa veinticuatro horas despu¨¦s de su salida del claustro materno, seg¨²n el derecho. Un derecho inventado y fabricado por quienes ahora nos lo niegan.
Queremos dejar de disfrutar,de la legalidad del aborto fuera de, nuestras fronteras. Queremos ser suizas, francesas, brit¨¢nicas, alemanas y as¨ª sucesivamente. ?Es que Espa?a sigue siendo diferente? Reflexionen ustedes en qu¨¦ lo sigue siendo, y en la coherencia que existe entre estos restos y residuos miserables de una historia que quem¨®, mat¨®, expuls¨®; en una historia que alberga en su seno a Franco y la Inquisici¨®n. Queremos el derecho al aborto porque no queremos abortar.
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