El color y las se?oras
A menudo, los escritores juzgan a los pintores con una punta de envidia. Creen los escritores que el proceso de escribir es incomparablemente m¨¢s asc¨¦tico y cetrino. La pintura y sus materiales se dejan palpar y sopesar, racionar y malear como un cuerpo que siente. La pintura nos da con su muslo o nos reh¨²ye sensualmente. Hace cat¨¢strofes a peso y dif¨ªcilmente es indolente. Hast¨ªa las manos de castigo o de placer, pero, en definitiva, nunca calla. La escritura, en cambio tiene la calidad de lo secreto.Pregrabada, ¨ªnclita y cerrada como una esfinge, la escritura no parece necesitar compa?¨ªa. No parece necesitarnos tanto como le sucede a la pintura que vocea nuestro concurso y es como un animal provocador, tras su amo o tras su presa. Imposible soslayar tras la visita a Arco 83 la impresi¨®n de que all¨ª dentro se hospeda una bestia de mil heridas hablantes. O una manada. O una jaur¨ªa que nos perseguir¨¢ durante un trecho en la memoria.Se ama o se odia un texto con ah¨ªnco, pero nunca la adicci¨®n o el repudio a una hoja escrita son tan expresivos como cuando se refieren a una obra pl¨¢stica, una escultura o un cuadro. La escritura es el patr¨®n, en el sistema general de mensajes, que act¨²a como un leve antifaz sobre el que escribe. En la pintura, sin embargo, es m¨¢s patente y encarnizada la batalla del obrero y de la obra. La l¨ªnea es en la p¨¢gina un equilibrio del serpentines, a menudo altamente controlados, mientras la l¨ªnea en el lienzo puede ser azarosamente casi todo. O, viceversa, seg¨²n dice Aleixandre de Picasso: "El mundo es una l¨ªnea en la mano de un ni?o". En principio parece que podamos decirlo todo con este lenguaje, en esta insoportable tensi¨®n de narrar y marcar con letras.Y, sin embargo, ?c¨®mo dice R¨¢fols Casamada en esa sedicente belleza con la que surte a Arco 83? No nombra. No se?ala sino fragmentos de s¨ª mismo, extra¨ªdos y transformados en nuevos objetos que quedan de nuevo sin nombrar.
Muy lejos de ser la creaci¨®n un proceso en el que nos realizamos es,opuestamente, un ejercicio en el que, mediante excrecencias y residuos, nos consumimos. En este sentido, algunas se?oras arregladas que visitan la exposici¨®n son muy l¨²cidas cuando, contemplando las obras, las sienten como deyecciones, jugos, pedazos carnales del artista y, si les disgustan, dicen: "Yo con ese t¨ªo no me casar¨ªa; ni loca". O, por el contrario, si les agradan, les llega desde el cuadro un arom¨¢tico-candor de alcoba.
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