El secreto de la inmundicia
Fue una entrada de rompe y rasga en la sala del juicio. Al estilo de como lo hac¨ªan aquellas turbadoras amantes de los gangsters de los a?os treinta, aunque con un modelo primavera-verano que parec¨ªa calcado de la revista Vogue de hace quince temporadas, cuando, la elegancia era blanquinegra. Se sent¨® Joan Collins en la silla de los testigos con el aplomo del que se sabe protagonista indiscutible del telefilme, consciente de que a partir de aquel instante jur¨ªdico las cosas ir¨ªan de mal en peor en Dinast¨ªa.
Si el sombrero de ala ancha de J.R. se hab¨ªa convertido en el mundo entero en s¨ªmbolo de la maldad con ¨¦xito, aqu¨ª est¨¢ la espectacular pamela vamp de Joan Collins batiendo todos los r¨¦cords conocidos en dimensiones de ala ancha. Y es que el truco de Dinast¨ªa consiste en exagerar hasta el delirio la f¨®rmula Dallas. Hasta ahora, los Carrington de Denver, Colorado, eran m¨¢s ricos, m¨¢s elegantes, m¨¢s ambiciosos, m¨¢s guapos, m¨¢s er¨®ticos, m¨¢s petroleros, gentes mucho m¨¢s chic que aquellos patanes del rancho Southfork. S¨®lo les faltaba ser m¨¢s perversos, y, al cabo de quince cap¨ªtulos, los guionistas tuvieron la idea genial de llamar a declarar a Joan Collins contra Blake Carrington y para que no hubiera ambig¨¹edades, la presentaron tocada con el triple de ala ancha que luc¨ªa J.R.
Para ser sinceros, no estuvo la Collins expl¨ªcitamente mal¨¦vola en el cap¨ªtulo del pasado martes. Aunque admito que, al margen de la pamela, se apuntaron algunos detalles esperanzadores, como la cesi¨®n de sus hijos por un plato de d¨®lares.
Pero sobre todo, lo de la inmundicia. Al menos tres veces advirti¨® Blake Carrington a Joan Collins que cuidado con repetir en p¨²blico aquella inmundicia, que mucho ojo con irse de la lengua con el viejo asunto turbio. A lo que ella le replicaba que esa inmundicia ser¨ªa su gran baza, llegado el caso. ?De qu¨¦ tremebunda inmundicia puede tratarse, despu¨¦s de todo lo ocurrido hasta la fecha, aqu¨ª y en Dallas? ?Una inmundicia castigada por lo civil, lo penal, lo sexual, lo can¨®nico, lo mercantil o por la ley natural? Admito que soy incapaz de imaginarme nada m¨¢s turbio que lo visto hasta el momento, y seguramente ¨¦se es el origen de la adicci¨®n telef¨ªlmica: el bien trabajado secreto de una gran inmundicia final para disimular tanta inmundicia semanal.
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