Uruguay y sus mitos oficiales
Desde junio de 1973, Uruguay soporta un Gobierno militar que no tiene otras limitaciones que las que ¨¦l mismo se fija y frecuentemente altera, y que no siempre respeta. Pero -como la generalidad de los reg¨ªmenes militares de Latinoam¨¦rica- ejerce la dictadura invocando precisamente aquellos ideales y principios que intenta destruir. Se suprimieron el Senado y el Congreso "para defender la Constituci¨®n", se eliminaron todas las libertades p¨²blicas y las garant¨ªas de todos los derechos civiles "en defensa de la civilizaci¨®n cristiana occidental", una Junta integrada por la totalidad de los generales, almirantes y brigadieres de la Fuerza A¨¦rea (son casi tantos como los de Estados Unidos) designa por su sola cuenta a los presidentes de la Rep¨²blica y a los integrantes de un Consejo de Estado que desempe?a nominalmente las funciones legislativas, y todo ello "para afirmar la democracia". Y as¨ª podr¨ªamos seguir indefinidamente.Y aqu¨ª est¨¢ la explicaci¨®n de lo que a primera vista aparece como inexplicable. El Gobierno militar, atado por su permanente invocaci¨®n a principios y m¨¦todos democr¨¢ticos en los que no cree, termina vi¨¦ndose obligado a realizar peri¨®dicamente consultas electorales. Y la poblaci¨®n, fiel a esas mismas normas que el enemigo invoca, lo derrota cada vez por un margen mayor.
El plebiscito de 1980
Fue primero el plebiscito de 1980, que someti¨® a la decisi¨®n nacional un proyecto de Constituci¨®n que consagraba para. siempre el control por parte de las Fueras Armadas del Gobierno elegido. La poblaci¨®n rechaz¨® el proyecto por una mayor¨ªa de casi dos tercios. La nueva Constituci¨®n no pudo entrar en vigencia, pero el Gobierno militar sigui¨® en el poder como si no hubiera ocurrido nada. Ahora, en 1982, se produce un nuevo intento: se trata, esta vez, de controlar el funcionamiento interno de los grandes partidos pol¨ªticos, someti¨¦ndolos a direcciones d¨®ciles que seleccionen candidatos tambi¨¦n d¨®ciles para las anunciadas elecciones de 1984. En esta oportunidad, la negaci¨®n de todas las libertades fue m¨¢s intensa que nunca: siguieron privados de sus derechos pol¨ªticos y, en consecuencia, impedidos de intervenir los principales l¨ªderes pol¨ªticos. Tengo el honor de contarme entre los prohibidos. Se permite ¨²nicamente la intervenci¨®n de losgrandes partidos tradicionales y un peque?¨ªsimo partido confesional, con exclusi¨®n de todos los dem¨¢s; se clausuran todos los peri¨®dicos de oposici¨®n, algunos para siempre y otros hasta -justamente- despu¨¦s de la elecci¨®n; se prohibe criticar p¨²blicamente al Gobierno o su pol¨ªtica, y los oradores que violan la prohibici¨®n son encarcelados y sometidos a tribunales militares; se sanciona una ley seg¨²n la cual la simple menci¨®n p¨²blica del nombre de pol¨ªticos privados de sus derechos c¨ªvicos se castiga con seis meses de prisi¨®n; en fin, ?a qu¨¦ seguir? Lo asombroso es que, en este clima y en estas condiciones, los sectores democr¨¢ticos, opositores al Gobierno militar, obtuvieron el 82,8% de los votos. Una vez m¨¢s, el Gobierno uruguayo pretender¨¢ mirar hacia otro lado, como. si no hubiera pasado nada. Pero pas¨®. Y creo que tiene gran importancia que quienes aqu¨ª y all¨¢ y dondequiera tienen poder de decisi¨®n a cualquier nivel tomen cuenta de ello. Y seria conveniente extraer del episodio, tanto a nivel nacional como internacional, las debidas consecuencias.
Desde este ¨²ltimo punto de. vista creo que lo importante es la destrucci¨®n de algunos estereotipos, que a veces son errores, algunas otras son mitos y muy a menudo simplemente mentiras.
1. El primero es el mito, o, si ustedes lo prefieren, la mentira, de la falta de condiciones hist¨®ricas o materiales para un r¨¦gimen de libertad. La democracia ser¨ªa solamente un lujo de ricos. En pa¨ªses carentes de tradici¨®n democr¨¢tica -se dice-, la dictadura militar es un mal necesario para evitar que minor¨ªas activas se adue?en del poder. En esta categor¨ªa entran todas las distinciones corrientes que se hacen entre los reg¨ªmenes de fuerza, llamando totalitarias a las dictaduras hostiles y autoritarias a las dictaduras amigas. Pero resulta que la doctrina conduce al apoyo directo o indirecto (m¨¢s lo primero que lo segundo) a una dictadura que, como la uruguaya, rige en un pa¨ªs con una f¨¦rrea tradici¨®n democr¨¢tica, donde lo anormal, lo no nacional, es precisamente la dictadura. Ser¨ªa preferible, pues, limitarse, en estas materias, a los criterios emp¨ªricos de conveniencia que a menudo inspiran (acertadamente o no) las relacionesInternacionales que tratar de someterlas a amparos doctrinarios que poco las ayudan.
2. El segundo mito es el del terrorismo, que se expresa as¨ª: la dictadura militar surge como respuesta al desarlo del terrorismo o la guerrilla. Constituye la inevitable y necesaria respuesta defensiva de un Estado amenazado en la posibilidad misma de la convivencia social.
Tambi¨¦n aqu¨ª resulta claro que la gerieralizaci¨®n s¨®lo puede obedecer a inexcusables errores de informaci¨®n o a un deliberado prop¨®sito de enga?ar. Uruguay padeci¨®, especialmente durante los a?os 1970 a 1972, un episodio de guerrilla urbana que, aunque protagonizado por un escaso n¨²mero de individuos, conmovi¨®, profundamente al pa¨ªs
Un enemigo inexistente
Pero sin entrar a analizar los m¨¦todos que se utilizaron para ello, lo cierto es que las Fuerzas Armadas aplastaron absoluta y definitivamente la organizaci¨®n guerrillera, seg¨²n lo se?alaron en un comunicado que emitieron celebrando su victoria. Varios meses despu¨¦s se instaura una dictadura para luchar contra un enemigo que ya no existe. Desde 1973, en Uruguay no ha estallado una simple bomba o petardo, o se ha pintado un muro o se ha distribuido una sola hoja de propaganda emitida por la guerrilla.
All¨ª, desde hace diez a?os, el ¨²nico que secuestra o aterroriza o maltrata es el Gobierno, y el ¨²nico terrorismo es el terrorismo de Estado. Nunca hubo raz¨®n, pues, pero ahora ha desaparecido tambi¨¦n el pretexto.
3. El tercero es el mito de la ineficacia. Se afirma que en los pa¨ªses pobres del Tercer Mundo se requieren Gobiernos fuertes para resolver con autoridad y rapidez los problemas quederivan de econom¨ªas intr¨ªnsecamente d¨¦biles. Dejo de lado las falsas asunciones que esta afirmaci¨®n da por supuestas; que las causas fundamentales de nuestros problemas econ¨®micos sean exclusivamente o fundamentalmente internas, que las dictaduras militares son eficaces de por s¨ª, que los Gobiernos democr¨¢ticos sean intr¨ªnsecamente d¨¦biles,
Aun prescindiendo de ello, nos basta, para demostrar la falsedad del aserto, remitirnos a la prueba que emerge de la experiencia concreta; al instalarse el Gobierno dictatorial, mi pa¨ªs ten¨ªa una deuda externa de 720 millones de d¨®lares; ese fue el coste de la construcci¨®n del pa¨ªs, de la creaci¨®n de nuestra infraestructura econ¨®mica, vial, educacional y sanitaria, y de atender a nuestras peri¨®dicas crisis de comercio exterior. Hoy, los 720 millones se han convertido en 4.500, para un pa¨ªs de menos de tres millones de habitantes, que export¨® el 10% de su poblaci¨®n total. Ten¨ªamos -se dec¨ªa- una burocracia excesiva: hoy es incomparablemente mayor, en t¨¦rminos absolutos y relativos, pero le sumamos una de las m¨¢s onerosas burocracias militares del mundo. No puede haber Gobierno m¨¢s ineficaz que el que mi pa¨ªs soporta. Es ineficaz de por s¨ª, pero a esa ineficacia intr¨ªnseca se agrega la que deriva de la total ausencia de controles y adem¨¢s las que emanan de la certificaci¨®n p¨²blica de su ilegitimidad y su falta total de representatividad.
4. El cuarto mito es el del consentimiento t¨¢cito. Este es un argumento que se emplea a menudo para justificar la existencia de dictaduras militares: las presuntas mayor¨ªas silenciosas, la falta de oposici¨®n visible. Nunca olvidaremos el desconcierto que nos caus¨® hace algunos a?os una manifestaci¨®n p¨²blica de la Embajada de, Estados Unidos en Montevideo afirmando que en Uruguay "la ¨²nica oposici¨®n visible viene de la Embajada de Estados Unidos". Es cierto que nunca tuvimos oportunidad de advertir dicha oposici¨®n, como tambi¨¦n es cierto que la oposici¨®n de los uruguayos se castigaba con c¨¢rcel, lo que obligaba a que no fuera muy visible. De cualquier forma, ahora est¨¢n contados, y contados por el propio Gobierno; de cada cien uruguayos, 83 manifestaron expresamente su deseo de que el Gobierno se vaya, y los otros diecisiete no dijeron expresamente su deseo de que se quede.
5. El otro mito, y van cinco, es el de la seguridad hemisf¨¦rica. Esta estar¨ªa comprometida si en el continente se establecen Gobiernos no amistosos para con Estados Unidos. Uno dir¨ªa que hay aqu¨ª una conclusi¨®n que encierra un desolado pesimismo; la seguridad del hemisferio debe ser muy fr¨¢gil cuando puede comprometerla la existencia de un Gobierno democr¨¢tico en el pa¨ªs m¨¢s peque?o de Am¨¦rica del Sur. De todas maneras, no estoy dispuesto a admitir que el destino de mi pa¨ªs se decida en funci¨®n exclusiva de su condici¨®n de pe¨®n prescindible en un enfrentamiento global en cuyo planteamiento no interviene ni puede intervenir. Pero el mundo no es como desear¨ªamos que fuera, y hay realidades cuya existencia no depende de nuestros deseos o de su justicia simplemente son como son. Pero, aun as¨ª, las cosas son diferentes a como se dice.
En Uruguay, las cifras mismas lo demuestran, las opciones, todas las opciones viables, son democr¨¢ticas. Los dos grandes partidos tradicionales, que representan m¨¢s del 90% de la voluntad nacional, est¨¢n dedicados a lograr la vigencia de una democracia participativa y pluralista inspirada en los valores de una cultura humanista y cristiana.
En mi pa¨ªs, el riesgo no es que un d¨ªa demos la espalda a lo que se acostumbra a llamar los valores de Occidente, sino precisamente el contrario: que un d¨ªa podamos llegar a la conclusi¨®n de que es mentira que Occidente cultive realmente esos valores.
Todos estos mitos, o mentiras, o como ustedes quieran llamarlos, configuran conjuntamente una especie de seudodoctrina llamada de la seguridad nacional, en una colecci¨®n incoherente de falsedades y verdades a medias que no tuvo otra aplicaci¨®n posible que el establecimiento o la consolidaci¨®n de dictaduras militares en Latinoam¨¦rica.
La seguridad, desde luego, era la de otros, y no la nuestra; siempre fue eminentemente antinacional, desarm¨® nuestras econom¨ªas fr¨¢giles e hiri¨® nuestras soberan¨ªas limitando nuestra capacidad de decisi¨®n aut¨®noma.
Afortunadamente, el fracaso de los reg¨ªmenes que a su amparo se establecieron arrastr¨® consigo lo poco que quedaba de esta falsa doctrina.
El triunfo del pa¨ªs
Y a la luz de esto, perm¨ªtanme decir lo que los resultados de noviembre significaban desde un punto de vista estrictamente uruguayo. Bastan pocas palabras: esta vez, nada ni nadie podr¨¢ quitarnos nuestra victoria. No se trata del triunfo de mi partido, sino del triunfo del pa¨ªs.
Afirmo muy claramente que no estamos dispuestos a discutir con nadie el texto de ninguna nueva Constituci¨®n. Afirmo tambi¨¦n con la m¨¢xima claridad, posible que no estamos dispuestos a esperar hasta 1985 para que entonces se cumpla la voluntad nacional. Lo que s¨ª estamos dispuestos a negociar desde hoy mismo es la transferencia pac¨ªfica del Gobierno. Lo que estamos dispuestos a negociar desde hoy mismo son las condiciones para restituir la paz a nuestro sistema de convivencia nacional. Quiero decirlo muy claro: el futuro de mi patria es m¨¢s importante que cualquiera de nuestros agravios, aun los m¨¢s sagrados. Para que esto sea posible es indispensable el r¨¢pido acatamiento del mandato popular.
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