La cultura popular de Agapito Marazuela
El gran m¨¦rito de Agapito Marazuela como estudioso de la m¨²sica de los pueblos de la Espa?a central es res catar el elemento espiritual/musical de una capa social dominada, engarzado y celosamente guardado en la canci¨®n popular, por generaciones y generaciones de gentes de las dos mesetas, sobre todo de la alta.Es necesario saber que s¨®lo andando, explorando, analizando e investigando en las ra¨ªces y raicillas de la cultura madre, se llega a saber cu¨¢ndo lo nuevo es una trampa, cu¨¢ndo la imaginaci¨®n est¨¢ vac¨ªa, cu¨¢ndo el arte es un saber hacer de un no decir nada.
Es un ¨²til irremplazable para medir el grado de colonialismo cultural que la obra tiene. Es el sost¨¦n al que pueden s¨®lidamente agarrarse las nuevas sensibilidades, las nuevas cosas imaginadas, los avances revolucionarios del arte.
Marazuela era consciente de algo muy claro para un marxista: que en las ra¨ªces de estos aires de cultura campesinos, transmitidos de padres a hijos, encontraron las culturas ancestrales la energ¨ªa para, a trav¨¦s de los siglos y los siglos, prolongarse m¨¢s all¨¢ de las matanzas imperialistas y sobrevivirlas. Era consciente, tambi¨¦n, de la velocidad con la que se debe actuar, y, fundamentalmente, en el ambiente de la canci¨®n, por el caballo de Troya que representan los nuevos medios de comunicaci¨®n de masas para la cultura de cada pueblo, para evitar que el consumismo de masas y el comercio sea el objetivo a cubrir por el arte.
La canci¨®n antigua
El m¨¦todo de trabajo suyo no es dar a o¨ªr en s¨ª la canci¨®n antigua -eso es labor de los coros y danzas del fraguismo del ayer y del ma?ana y de los complejos y grupos musicales que buscan las galas y plataformas que el clientelismo electoralista del PSOE ofrece por un lado, provincialismo, y por otro, una invasi¨®n de lo exterior consum¨ªstico, concaten¨¢ndose, sin ponernos en contacto real con m¨¦todos creadores, hacen posible el avanzar art¨ªstico. Nos traen las m¨¢quinas de la cultura hecha y nos quitan los m¨¦todos para que nosotros podamos hacer cultura universal. Nos importan cultura y no nos dejan exportarla.
Agapito Marazuela es toda una otra cosa. Agapito no hace cantar a una vieja sin dientes y sin cuerdas vocales para arreglarla, ponerle dientes y cuerdas nuevas y meterla en un elep¨¦. Agapito Marazuela investigaba los elementos espec¨ªficos, y de espiritualidad popular que sobreviven a la erosi¨®n permanente de los contrarios.
Resultan, cuando menos, analfabetismo cultural los homenajes p¨®stumos como el que hac¨ªa Radio Nacional, reducir a Agapito Marazuela al t¨ªo Pito que tocaba la dulzaina, y darle diplomas, medallas u otros reconocimientos por esto, o es que somos tercer mundo aunque estemos en los puestos m¨¢s altos de la administraci¨®n cultural de Espa?a. 0, que las simpat¨ªas o antipat¨ªas pol¨ªticas nos ciegan. Y, si lo primero no es bueno, esto ¨²ltimo es vil. Y, ?por qu¨¦, en vez de dulzainero, no se lo damos por tejeretero, o por zambombero, o por guitarrero?
Para ¨¦l no consist¨ªa en ser solista de un instrumento, sino que ¨¦l utilizaba los instrumentos como herramientas de investigaci¨®n. Cuando yo empec¨¦ a o¨ªr a Narciso Yepes en Par¨ªs (fuimos becados en Francia durante los mismos a?os) ya hab¨ªa o¨ªdo yo los conciertos de Marazuela en el penal de Oca?a. Yepes me parec¨ªa de una espiritualidad cortesana por el tema y por c¨®mo lo hac¨ªa. Con Andr¨¦s Segovia, la guitarra era m¨¢s empastada, un tono entraba en el otro esfumado. En las manos de Agapito, la guitarra era otra cosa, un tono sal¨ªa limpio, lo ve¨ªas, no se velaba, no se fund¨ªa, entraba en acorde con otro sin perder su fisonom¨ªa. Era una interactividad su armon¨ªa. Cu¨¢ntas veces, andando por esas manchas castellanas, he pensado en la m¨²sica de Marazuela, lejos o cerca; una encina era una encina, y un olivo era un olivo, tanto si los ve¨ªas de uno en uno, como olivares o encinares, porque esto era Agapito, esencializar para no confundir. No era un artista tras el consumismo comercial, era un preocupado por buscar las esencias de su pueblo e injertar en sus ra¨ªces las sensibilidades de lo nuevo, de lo revolucionario; a ese Agapito, no al t¨ªo Pito, el dulzaneiro, a ese Agapito total, ant¨ªtesis del consumismo colonizador, a ese comunista fiel al PCE, iba dirigido el gran homenaje nacional que el PCE organiz¨® y la cultura dominante impidi¨®. Agapito sol¨ªa decir "La guerra civil tronch¨® mi carrera". Quer¨ªa decir con ello: 1931: la Rep¨²blica espa?ola cuenta con un investigador de la espiritualidad musical del pueblo. 1932: Primer Premio del Concurso Nacional de Folklore. 1933: becado por el Centro de Estudios Art¨ªsticos. 19341935: bienio negro. La derecha en el poder no hace nada con Agapito. 1936: Frente de Izquierdas (liberales, socialistas y comunistas ganan las elecciones).
El Gobierno le encarga la direcci¨®n musical del Folklore Espa?ol de la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs en 1937 (aquella del Guernica de Picaso, del escultor Alberto, de Calder, Mir¨® y tantos otros grandes). Con un ministro de Instrucci¨®n P¨²blica y un director de Bellas Artes comunistas es natural que tu carrera se desarrollara.
La guerra ha terminado; saliste como pudiste, solo y pobre; tocabas donde te llamaban; ibas a una boda lo mismo que a un bautizo.
Clandestinidad, c¨¢rcel. Aquella noche, cuando a tres de tu expediente los iban a fusilar, pidieron al director de la c¨¢rcel, como ¨²ltima voluntad, que bajaras a tocar, y t¨² tocaste para aquellos compa?eros, tocaste como nunca hab¨ªas tocado. Era en Alcal¨¢ de Henares, 1947. No quer¨ªas ya tocar m¨¢s una guitarra. Nos trasladaron a Oca?a, ibas atado por el codo a otro compa?ero por esos campos. En Oca?a, el maestro Fortea ten¨ªa dos guitarras, y t¨², que dorm¨ªas junto a ¨¦l, bajabas al patio por no sentir la m¨²sica. No quer¨ªas tocar.
Al final, comprendiste que nadie levantaba ya a aquellos fusilados y que otros camaradas necesitaban sentir la libertad que t¨² dabas con la guitarra. Hiciste durante tres meses tr¨¦molos sin parar, y un domingo diste aquel maravilloso concierto, que empez¨® con el Capricho espa?ol, y que fue lo ¨²ltimo que hab¨ªas tocado aquella noche cuando fusilaron a los tres compa?eros.
A?os m¨¢s tarde, cuando salimos de la c¨¢rcel los dos, tuve dificultades en Madrid y fui a verte para que me buscaras un sitio donde estar, en Segovia y cerca de tu casa.
En el ventorro de San Pedro Abanto pudimos vivir unos meses de clandestinidad juntos. Despu¨¦s, el exilio, muchos a?os despu¨¦s, la democracia y la vuelta. Aquel homenaje que te ofreci¨® el partido en Segovia. Despu¨¦s, aquel grande homenaje nacional que te quisimos ofrecer y que te merec¨ªas. ?C¨®mo nos doli¨® el alma con aquella prohibici¨®n!
Sabes, Agapito, que en tu entierro no hubo ninguna rosa. Nadie del Gobierno, ni del Ministerio de Cultura, ni del directorio de M¨²sica, ni un gobernador, ni el presidente de la regi¨®n, ni del Ayuntamiento, ni una rosa, con tantos alcaldes socialistas que hay en Castilla-La Mancha y Castilla-Le¨®n.
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