'La historia del tesoro', seg¨²n Lorca
Relato sobre un gui¨®n de cine mudo que fue augurio de la muerte violenta del poeta asesinado
Una tarde de nostalgias lorquianas, en el estudio parisiense de Manuel Angeles Ortiz, de la Rue de l'Odeon, el octogenario pintor nos mostr¨® una serie de fotogramas que contaban una historia filmada, seg¨²n escueto gui¨®n oral, de Federico Garc¨ªa Lorca. Eran los a?os granadinos de 1918, por los d¨ªas en que el guitarrista Angel Barrios posaba para Manuel ?ngeles. El retrato lo pint¨® a plena luz, en la terraza de El Polinario. El Polinario era el nombre artistico de Antonio Barrios -padre del guitarrista-, el tabernero-pintor, que regentaba la taberna de su sobrenombre, en pleno coraz¨®n alhambre?o. La taberna se convirti¨® en centro cultural, donde adquir¨ªan y dejaban sedimento gentes del mundo entero, en su visita a la Alhambra.All¨ª fondearon los personajes m¨¢s extraordinarios: pintores, m¨²sicos, escritores. Para los j¨®venes del Rinconcillo, la tertulia de Federico y Francisco Garc¨ªa Lorca, Francisco Soriano Lapresa, Manuel ?ngeles Ortiz, Antonio Gallego Bur¨ªn, Ismael Gonz¨¢lez de la Serna, Juan Crist¨®bal, Miguel Pizarro, Manuel y Jos¨¦ Fern¨¢ndez Montesinos, Melchor Fern¨¢ndez Almagro..., los contactos con estas gentes cosmopolitas fueron esenciales y explican muchas cosas, como que Manuel de Falla, que ven¨ªa de las cortes de la cultura europea -Par¨ªs, Londres-, quedara tan fascinado por aquel ambiente que decidiera quedarse a vivir en Granada. Juan Ram¨®n Jim¨¦nez escribir¨ªa: "Se fue a Granada por silencio y / tiempo, y Granada le sobredi¨®/ armon¨ªa y eternidad".
A la ca¨ªda de la tarde, se reun¨ªan en la terraza de El Polinario con Manuel Angeles y su modelo, los amigos del Rinconcillo. Finalizada la sesi¨®n, sol¨ªan ir a contemplar la puesta de sol al Generalife o se quedaban en el patinillo de la taberna oyendo la guitarra y el cante de Antonio Barrios. Un d¨ªa, cuando ya estaba el retrato casi terminado, alguien lleg¨® con una m¨¢quina fotogr¨¢fica. Y Garc¨ªa Lorca hizo una fotograf¨ªa al cuadro y al modelo sentado en una silla de tijera, en la misma actitud del retrato y, a ambos lados, Manuel ?ngeles Ortiz y Miguel Pizarro. Y, de repente, Federico puso en marcha la m¨¢quina inagotable de su fantas¨ªa e ide¨® filmar La historia del tesoro.
Moros y sultanes
Uno de los alicientes de los turistas que visitaban la Alhambra era retratarse vestidos de moros y sultanes. Los Linares y otras casas de antig¨¹edades, de la calle Real de la Alhambra, dispon¨ªan de un estudio fotogr¨¢fico de ambiente arabesco y ante un decorado del Patio de los Leones retrataban a los turistas ataviados a la morisca. A Garc¨ªa Lorca le gustaba la teatralidad de este tipo de fotograf¨ªa, atuendo con el cual sol¨ªa disfrazarse. Existe una foto muy difundida del poeta, fechada en 1924, en la Residencia de Estudiantes, con chilaba y turbante blanco. Y en una carta le dec¨ªa el poeta a Barrios: "Angel, que nos vamos por fin a convertir al mahometismo. Puedes ir preparando las t¨²nicas y los turbantes".Para filmar La historia del tesoro necesitaban trajes ¨¢rabes y a por ellos fueron. Un fot¨®grafo vecino les dej¨® el vestuario de su estudio, con todo lujo de turbantes, bonetes, chilabas, capas, espadas, espingardas, cojines, alfombras y peque?os enseres dom¨¦sticos. El escenario fue la terraza de El Polinario.
En la primera escena, Garc¨ªa Lorca, Manuel Angeles y Miguel Pizarro, disfrazados de moros, est¨¢n sentados sobre cojines y tienen en sus manos el vaso del brebaje que les ha ofrecido Angel Barrios, postrado ante ellos, rodilla en tierra, sosteniendo una bandeja. A Federico, guardi¨¢n de un tesoro, tratan de convencerlo para que les descubra el lugar donde se oculta.
En la segunda escena, Garc¨ªa Lorca, de pie ante la puerta de la cueva donde est¨¢ el tesoro, en actitud hier¨¢tica, se muestra indiferente al soborno de un collar de piedras preciosas que le ofrece Barrios. Manuel Angeles, de rodillas ante ¨¦l, con las manos extendidas en se?al de pleites¨ªa, le suplica que le franquee la puerta. Mientras, Miguel Pizarro permanece en postrada actitud, pero el guardi¨¢n siente menosprecio al soborno, a s¨²plicas y zalemas.
Tercera escena: el guardi¨¢n sigue custodiando la entrada de la cueva. Ante su desinter¨¦s e imposibilidad de lograr su objetivo, deciden atacarle y darle muerte para robar el tesoro. Miguel Pizarro le sujeta un brazo y un pie, inmoviliz¨¢ndole, mientras que, Barrios le clava un pu?al en el pecho y Manuel Angeles se lanza hacia ¨¦l blandiendo un sable.
Cuarta escena: Garc¨ªa Lorca yace en el suelo, muerto, con las manos cruzadas, entre las cuales tiene un pu?al. A su alrededor, Manuel Angeles, de rodillas, sostiene en sus manos el Cor¨¢n, Angel Barrios le se?ala el salmo que debe leer y Miguel Pizarro, en cuclillas, contempla, ensimismado, a la v¨ªctima.
Nacidos con el cine
Para las gentes de la Generaci¨®n del 27, el cine constituy¨® una experiencia fundamental. Nacieron con el cine y desde ni?os se sintieron participantes, m¨¢s que espectadores, fascinados por aquellas im¨¢genes animadas que encrespaban su entusiasmo. Ah¨ª est¨¢n los testimonios de Bu?uel, Dal¨ª, Aub, Altolaguirre, Ayala y Alberti, quien, en su Arboleda perdida, dice: "Yo nac¨ª -?respetad me!- con el cine / bajo una red de cables y aviones, / cuando abolidas fueron las carrozas / de los reyes y al auto subi¨® el Papa". Los travelines, los ingeniosos gags y los trucos del cine americano constitu¨ªan un espect¨¢culo m¨¢gico, incomparable, que estimulaba su poderosa fantas¨ªa. Para una gran parte de los mayores, el cine tardar¨ªa en calar, y de la incomprensi¨®n del innovador lenguaje naci¨® el considerarlo como una diversi¨®n de barraca de feria, su primer cuna, como algo sin preciso futuroEn Granada, al principio, el cine fue una atracci¨®n exclusiva de las fiestas del Corpus. Luego, la barraca de la sala oscura se hizo estable en el Embovedado con el nombre de Cinemat¨®grafo Pascualini. M¨¢s tarde, se traslad¨® a un solar de la Gran V¨ªa de Col¨®n, la calle ancha y larga, para cuyo trazado cierta burgues¨ªa granadina destruy¨® un barrio noble de casas ¨¢rabes y palacios. Era la calle adoquinada e iluminada por arcos voltaicos, exposici¨®n de todo lo nuevo, de lo moderno. El cinemat¨®grafo se emplaz¨® en la esquina de recha, seg¨²n se entraba por la calle de Reyes Cat¨®licos; muy cerca estaba la barraca de otro cinemat¨®grafo, el Luz Ed¨¦n. Ten¨ªan el barroco frontispicio de las barracas fleriantes cinematogr¨¢ficas: un ¨®rgano, de estrepitosa trompeter¨ªa, con un retablo de mu?ecos m¨²sicos aut¨®matas, dirigidos por la grave figura del director de aquel pintoresco y mecanizado retablo musical. Este mov¨ªa la cabeza a derecha e izquierda, con una barbilla articulada y en la mano derecha una batuta con la que dirig¨ªa la orquestg. Todo era brillante de luz y purpurina, con relucientes bombillas de colores.
En la puerta, un charlat¨¢n llamaba la atenci¨®n del p¨²blico: "Pasen, se?ores, pasen". Dentro de la barraca, la pantalla centraba el local. Exist¨ªan dos localidades: preferencia, con sillas de anea, y general, con bancos corridos de madera. Una voz de hombre explicaba presurosamente las escenas de la cinta, como se llamaba a las pel¨ªculas entonces, mientras un piano o pianola desgranaba acelerados o lentos compases, seg¨²n lo que ocurr¨ªa en la pantalla. Las pel¨ªculas eran cortas y sus im¨¢genes trepidantes. Su realismo llegaba a impresionar tanto que, en secuencias de peligro, los espectadores se convert¨ªan en participantes, avisando a voz en grito: "?No salgas, no vayas... que est¨¢ ah¨ª!", y cosas por el estilo.
Grandes cin¨¦filos
Manuel Angeles Ortiz, amigo de infancia de Federico Garc¨ªa Lorca, recuerda especialmente las cintas La hija del guardabosque y El viaje a la Luna, de Julio Verne. Estos fueron los cines y algunas de las pel¨ªculas de la ni?ez de Garc¨ªa Lorca, cuando iba de Fuentevaqueros a Granada con su madre en una vieja diligencia, "cuyo mayoral tocaba un aire salvaje en una trompeta de cobre". Y, m¨¢s tarde, en 1908, cuando se trasladaba con su familia a vivir a la capital. Entonces debi¨® nacer su afici¨®n al mundo de la imagen filmada, que iba a propiciar su gran cultura cinematogr¨¢fica. M¨¢s tarde, esta vieja afici¨®n la cultiva en la madrile?a Residencia de Estudiantes, junto a Bu?uel y Dal¨ª, grandes cin¨¦filos. En Nueva York, 1929-1930, una de sus principales distracciones fue la frecuencia de las grandes filmotecas del mundo.Lorca y su generaci¨®n tuvieron plena conciencia de lo que representaba el futuro del cine. Cuando se revisa la experiencia del poeta en este campo, se recuerda El paseo de Buster Keaton, homenaje al c¨®mico americano, que Lorca escribe en 1928 y que publica en su revista Gallo; su colaboraci¨®n sobre temas populares para la banda sonora del cortometraje Almadrabas, documental sobre la pesca del at¨²n, que le pide Carlos Velo, en 1935; y sus declaraciones a la Prensa barcelonesa, en el oto?o de este mismo a?o, en las que expresa su inter¨¦s en hacer en im¨¢genes "...cuanto se relaciona con la lidia, con el toro de lidia. No el acto de la lidia, no. El ambiente: coplas, bailables, leyendas". Esta idea hab¨ªa nacido en agosto, durante su estancia en el palacio de la Magdalena, en Santander, en largas y enjundiosas conversaciones con Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo.
Pero lo m¨¢s importante, hasta ahora, de Garc¨ªa Lorca en el cine es el gui¨®n, de pel¨ªcula muda, porque todav¨ªa no se hab¨ªa inventado el cine hablado, de Viaje a la Luna. Lo escribi¨® en Nueva York, a solicitud y en casa del pintor cineasta de vanguardia mexicano Emilio Amero. Hoy a?adimos a esta lista La historia del tesoro, que idea y protagoniza el propio Lorca. Si bien este primer intento est¨¢ lejos de la originalidad y novedad de Viaje a la Luna, nos habla de su inter¨¦s por el mundo de la imagen, ya en 1918, un a?o antes de que el poeta entrase en relaci¨®n con sus compa?eros de la Residencia. En La historia del tesoro, entroncada en las viejas leyendas granadinas de tesoros ocultos, encontramos al ni?o Federico espectador de las cintas de las barracas cinematogr¨¢ficas de su cercana ni?ez y... en su juego f¨ªlmico, nos augura, temprana y estremecedoramente, su muerte violenta.
Babelia
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