El teatro en una sociedad mutante
El teatro en Espa?a no est¨¢ adecuado a la ¨¦poca. No es f¨¢cil: la ¨¦poca es mutante, insegura, desasida; buscadora por una parte, degeneradora por otra. Pero otros medios se adaptan o hacen un mayor esfuerzo de captura de la contemporaneidad. La inadecuaci¨®n del teatro es apreciable a simple vista. Sigue residiendo en un brev¨ªsimo n¨²cleo urbano de Madrid, en torno al mismo casco donde estuvieron los antiguos corrales: como en la ¨¦poca del auge de la burgues¨ªa capitalina, con 750.000 habitantes en Madrid. Hoy hay cuatro millones: el teatro no va a buscarlos, los deja alejar se cuando en cada barrio hay cines, en cada casa televisores. Sigue siendo un fen¨®meno madrile?o (llamando Madrid a ese apretado per¨ªmetro) y un desierto fuera de ¨¦l, salvo en las temporadas -ferias, fiestas- y salvo la riqu¨ªsima excepci¨®n de Barcelona, donde precisamente el cerco antiguo, la necesidad defensiva, la coherencia han podido crear una cultura teatral propia (Lliure, Els Comedians, Dagoll Dagom, Joglars ... ), pero tampoco ha producido un p¨²blico. La nueva descentralizaci¨®n est¨¢ produciendo ya algunos graves errores: un mimetismo madrile?o, un teatro-espect¨¢culo-prestigio de las autonom¨ªas, una cultura a la fuerza (subvenci¨®n sin p¨²blico, o p¨²blico como fen¨®meno pol¨ªtico de protecci¨®n a sus diferenciaciones).Est¨¢ inadecuado el teatro al lugar. Lo est¨¢ a otros efectos de la sociedad. Sus horarios no se ajustan a la vida cotidiana: siguen funcionando -como el lugar- como si hubiera una burgues¨ªa ociosa y no una sociedad que trabaja y a la que se llama a nuevos horarios y nuevos servicios. Sus precios no est¨¢n tampoco adecuados a la concurrencia: muchas veces est¨¢n muy por encima de lo que ofrecen. La infraestructura no funciona. Lugar, horario, precios, est¨¢n determinados por lo que era el teatro antes: un arte de la burgues¨ªa. La burgues¨ªa no s¨®lo ha cambiado por las nuevas tensiones sociales, sino que el teatro la ha destruido como p¨²blico: se ha producido contra ella, como parte avanzada de una revoluci¨®n intelectual y cultural (y pol¨ªtica) y la ha ahuyentado hacia ocios no mentales: ha elegido el consumismo. Pero no ha creado un p¨²blico alternativo porque ha mantenido la estructura burguesa.
T¨¦cnica cara y dif¨ªcil
Est¨¢ desajustado con lo que ha querido encontrar. Las escasas nuevas salas se construyen sin telares, sin foso, sin hombros; la t¨¦cnica que se ha querido introducir es cara y dif¨ªcil de manejar (sonido, luminotecnia, efectos). Lo que le pasa en su exterior le sucede en su interior: no encuentra qu¨¦ decir ni sabe a qui¨¦n se lo est¨¢ diciendo. Ha roto su tradici¨®n (no hay repertorio) y su escuela pr¨¢ctica (no hay compa?¨ªas estables), ha abolido a los maestros y no ha conseguido la colectivizaci¨®n. Ha destronado al autor -los escritores buscan hoy otras formas de ex presi¨®n- y los ha subdividido en una multitud de artes y oficios varios, que a su vez engendran subespecies, y cada uno de ellos cae en el protagonismo, en el gre mialisino. Hay pocas artes, quiz¨¢ ninguna, en las que se puedan mezclar con tanta impunidad en una sola acci¨®n personal con ta lento y absolutos ineptos; el cine ha resuelto mejor el problema; la televisi¨®n, en Espa?a, no. Un genio no puede convertir en aptos a quienes trabajan con ¨¦l; un inepto puede borrar los genios con los que colabora.Nada de esto es irreparable. Nada es exclusivamente espa?ol, aunque s¨ª sucede que nuestra sociedad sufre una crisis m¨¢s grave que las de otras sociedades donde florece el teatro. El teatro no muere: se transforma. Puede que las formas nuevas de expresar el mensaje dram¨¢tico, la reflexi¨®n representada de s¨ª misma, no sean m¨¢s que una continuaci¨®n de un desarrollo t¨¦cnico, que podr¨ªa empezar con la m¨¢scara y el coturno y llegar hasta el v¨ªdeo. Estar¨ªamos, sin saberlo, dentro de unas formas de teatro que se llaman de otra manera.
Dentro de ellas el teatro-artesan¨ªa, el teatro de comunicaci¨®n directa -teatro-actor-p¨²blicotiene su lugar: ahora no sabe buscarlo. El cine, la televisi¨®n o la radio lanzan mensajes masificados (lo cual no quita su importancia), globales, generales. El teatro tiene que encontrar el ¨¢mbito propio: no tratar de cubrir ese terreno ni esas formas, sino hacer los suyos propios. El teatro de las peculiaridades, de la ciudad, del barrio, del problema directo -que se universaliza por s¨ª solo-; que tiene que renunciar al gran espect¨¢culo sin negar la calidad. Un teatro donde la grandeza est¨¦ en un principio de humildad y en una seguridad de oficio: un aguzamiento de lo teatral, de lo que otros medios no pueden sustituir. Calidad de autores, calidad de actores, y de directores. El teatro del viejo casco de Madrid como foro ¨²nico, y de excursiones limitadas y previstas, ya no sirve. No sirve el teatro de subvenci¨®n sin p¨²blico. Este viejo hidalgo, venido a menos por la aparici¨®n de la sociedad industrial, tiene que salir de su caser¨®n que se derrumba; desparramarse, alargarse. Especializarse.
El Estado le puede ayudar: en el momento en que cese la vieja oposici¨®n teatro-Estado, la antigua lucha, y haya un cierto pacto. Para ayudarle, el Estado necesita salir de su simple pol¨ªtica de subvenciones; pero tampoco lo puede paternalizar. Tiene que ayudarle casi como un psiquiatra: a sacarle de su autismo, de su inmovilidad, de su involuci¨®n hacia los viejos t¨ªtulos, del juego de prestigio y de diversi¨®n interna. Pero el movimiento tiene que partir del propio teatro: de una reflexi¨®n que sepa hacer sobre s¨ª mismo.
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