La dictadura de la vida cotidiana
Manuel Pic¨®n es un monologuista argentino: autor y actor. Hace ahora su relato delante de un p¨²blico dif¨ªcil por su desapego al g¨¦nero, por su costumbre de otros medios: habla en voz alta, como se hace ante la pantalla de televisi¨®n, en familia; como si el ser vivo que hay en el escenario fuera un mecanismo inalterable. Alguien enciende un transistor para o¨ªr la retransmisi¨®n del f¨²tbol. Echan de menos las pausas de los anuncios; rega?an a los ni?os, que, inc¨®modos, cambian de butaca. Algo m¨¢s habr¨ªa que hacer en teatros de barrio -como, en este caso, el Gayo Vallecano- para prender, sujetar determinar al p¨²blico.En la calle, a pocos pasos, hay una mesa petitoria de firmas contra la OTAN -"En primavera, bases fuera"-; se derrochan decibelios en un baile parroquial (los curas han cambiado la doctrina cl¨¢sica de "j¨®venes que vais bailando al infierno est¨¢is llegando") y, en un casinillo, los mayores juegan al domin¨®. Una mujer pide al marido dinero a la puerta de la iglesia de San Diego: "Voy a poner un par de velas..."; y ¨¦l se queda a la puerta, respetuoso, pero lejano de la devoci¨®n de su c¨®nyuge. Zumba, abajo, la M-30. Algo habr¨ªa que hacer para que esa vida fuese al escenario y fuera contemplada desde la sala.
Un argentino en Madrid
Autor e int¨¦rprete: Manuel Pic¨®n. Escenograf¨ªa: Abel Raskin. Iluminaci¨®n: Juan Carlos Madri?o. Vestuario: Jos¨¦ Mar¨ªa Montenegro. Direcci¨®n: Olga Manzano. Estreno: sala de El Gayo Vallecamo, 18 de marzo.
Manuel Pic¨®n cuenta lo suyo: o lo de su personaje, El Cacho, un argentino de infancia dif¨ªcil, trabajo subestimado, soledad en la casa de hu¨¦spedes, amigos en el boliche, y una enorme soledad, con un loro como amor y compa?a. A ese ser insignificante le alcanza la pol¨ªtica cruda: los milicos, las palizas, las comisar¨ªas de Buenos Aires, el horror de un pa¨ªs bajo la opresi¨®n. ?C¨®mo no entender que lo suyo es tambi¨¦n lo nuestro? Lo ha sido, puede volver a serlo. Est¨¢ si¨¦ndolo en el pa¨ªs de donde viene Pic¨®n. Pero alguien, en la sala, dice en voz medio alta: "Yo preferir¨ªa a Juanito Valderrama". Todo esto est¨¢ pasando as¨ª; Manuel Pic¨®n ha compuesto -parece, al o¨ªdo- de retazos breves, de mon¨®logos m¨¢s cortos. Les ha dado una unidad, una cohesi¨®n de relato, y una especie de pr¨®logo que justifica el t¨ªtulo de Un argentino en Madrid y que es poco brillante. Transmite bien en el texto la desolaci¨®n del personaje; tiene una buena voz, la coloca con justeza. Crea, como actor, el personaje. Un poco m¨¢s breve, un poco menos t¨®pico al principio, har¨ªa ganar en densidad el espect¨¢culo.
Hab¨ªa argentinos en el p¨²blico -San Jos¨¦, s¨¢bado por la tarde-; aplaudieron con m¨¢s entusiasmo porque se les hablaba de lo suyo. Tampoco el p¨²blico medio del barrio -el que resisti¨® sin irse- regate¨® sus aplausos. Pero estaba claro que prefer¨ªan Dallas o Dinast¨ªa.
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