Donald Maclean, el comunista brit¨¢anico a quien Mosc¨² debe su poder¨ªo at¨®mico
El pasado d¨ªa 11 de marzo mor¨ªa en Mosc¨² Donald Maclean, de 69 a?os, uno de los esp¨ªas m¨¢s importantes de todos los tiempos. Procedente de una familia aristocr¨¢tica, se hizo comunista a muy temprana edad, y en la universidad de Cambridge perteneci¨® a la primera c¨¦lula comunista algamada en torno, a la sociedad secreta Los Ap¨®stoles, de la cual formaba parte la elite de la inteligencia brit¨¢nica. A esta sociedad pertenecieron otros tres de los m¨¢s grandes esp¨ªas de la URSS, los tambi¨¦n brit¨¢nicos Guy Burgess, Amold Kim Philby y Anthony Blunt, quien acaba de fallecer en el Reino Unido a la edad de 75 a?os. La labor de Donald Maclean, de extraordinaria importancia, consisti¨® en espiar para la URSS los secretos de la investigaci¨®n nuclear norteamencana en los albores de la carrera at¨®mica. El alcohol y una homosextiplidad nunca asumida acabaron con la cartera clandestina del hombre a quien la URSS debe una bu¨¦na parte de su poder¨ªo at¨®mico.
A?o 1945, 16 de julio: Estados Unidos realiza su primera prueba nuclear en Alamo Gordo, en el desierto de Nuevo M¨¦xico. Al d¨ªa siguiente da comienzo la Conferencia de Postdam, en la que Harry S. Truman transmite a Stalin la noticia de la nueva y poderosa arma norteamericana. Desde ese momento hasta septiembre de 1949, en que los rusos ensayan su primera explosi¨®n, tiene lugar la m¨¢s fren¨¦tica carrera del espionaje moderno. En ella, un papel esencial correspondi¨® a Donald Maclean, fallecido el pasado d¨ªa 11 de marzo en Mosc¨². Este brit¨¢nico que espi¨® para los sovi¨¦ticos estuvo en el centro de la cooperaci¨®n angloamericana en materia nuclear y lleg¨® a tener acceso a documentapi¨®n que les estaba vedada a los miembros del Ejecutivo norteamericano e incluso al propio general Groves, comandante del programa at¨®mico norteamericano.
Cuando Donald Maclean -de extracci¨®n social aristocr¨¢tica, que en su adolescencia se hizo comunista-, lleg¨® a Washington en 1944 para hacerse cargo del puesto de jefe de canciller¨ªa de la Embajada brit¨¢nica con rango de consejero, el programa at¨®mico norteamericano se hallaba considerablemente avanzado. Trabajaban en ¨¦l 200.000 cient¨ªficos, t¨¦cnicos y obreros, y se hab¨ªan gastado 2.000 millones de d¨®lares en la producci¨®n de la bomba.
La Uni¨®n Sovi¨¦tica, devastada por la guerra, no pod¨ªa realizar un esfuerzo similar. Con los recursos de que dispon¨ªa Mosc¨², la bomba hubiera tardado en construirse una d¨¦cada o quiz¨¢ m¨¢s. No cab¨ªa tampoco obtener ning¨²n tipo de ayuda de Washington, que se hab¨ªa negado repetidamente a suministrar a los rusos el uranio que ¨¦stos ven¨ªan pidiendo desde 1943. El 17 de abril de 1944, el secretario de Defensa norteamericano, Henry Stimson, transmiti¨® a Mosc¨² la negativa final de su Gobierno. Una semana antes, Maclean hab¨ªa tomado posesi¨®n de su cago en la embajada.
Mosc¨² hubo de dedicar todos los esfuerzos de sus servicios secretos a obtener por la v¨ªadel espionaje lo que los aliados se negaban a facilitarle de buen grado. Cont¨® con la colaboraci¨®n de un buen n¨²mero de cient¨ªficos occidentales, que, por razones de conciencia, accedieron a facilitar a la URSS incontables datos sobre la marcha del proyecto Manhattan e incluso peque?as cantidades de uranio.
La red de cient¨ªficos-esp¨ªas, en la que se integraban Fuchs, NunnMay, Pontecorvo, Gold y los Rosemberg, tambi¨¦n se encontraba ligada a los ap¨®stoles, el grupo de Cambridge del que formaban parte Kim Philby, Guy Burjuess, Donald Maclean y Anthony Blunt (qui¨¦n acaba de fallecer en Gran Breta?a). No en vano Fuclis, NunMay y Pontecorvo eran brit¨¢nicos. Adem¨¢s, todo el grupo era controlado por Boris Krotov, el enlace de Kim Philby en Londres.
Red de cient¨ªficos-esp¨ªas
A trav¨¦s de la red de cient¨ªficos-esp¨ªas, los sovi¨¦ticos fueron capaces de obtener, adem¨¢s de materiales b¨¢sicos como nitrato y ¨®xido de uranio (varios cientos de kilos de cada uno), uranio met¨¢lico y agua pesada, incontables detalles t¨¦cnicos que facilitaron enormemente la labor de los f¨ªsicos de Mosc¨². Los cient¨ªfic¨®s sovi¨¦ticos no tuvieron que gastar su tiempo en ninguna v¨ªa muerta, pues eran advertidos a tiempo de cu¨¢l era la correcta, como ocurri¨® con el proceso de difusi¨®n gaseosa.
Pero esta informaci¨®n no era en absoluto suficiente. Todos los cient¨ªficos occidentales que trabajaban en el programa at¨®mico hab¨ªan sido companimentados. S¨®lo ten¨ªan acceso a la informaci¨®n relativa a la parte del proyecto que se les hab¨ªa asignado.
Los sovi¨¦ticos segu¨ªan sin saber cu¨¢l era la extensi¨®n y el desarrollo del progreso at¨®mico norteamericano. Y s¨®lo un reducido n¨²mero de personas ten¨ªan acceso a la totalidad de los detalles. S¨®lo unos pocos conoc¨ªan la visi¨®n de conjunto, esencial para los rusos en aquellos momentos. Lograr esa visi¨®n fue la misi¨®n de Donald Maclean.
El intercambio de inf¨®rmaci¨®n sobre el proceso de las investigaciones at¨®micas fue el principal foco de tensiones entre el Reino Unido y Estados Unidos al final de la guerra mundial. Los norteamericanos ten¨ªan un gran recelo sobre la seguridad del establishment brit¨¢nico, y la defecci¨®n, en septiembre de 1945, de Gouzenko, funcionario de la Embajada sovi¨¦tica en Canad¨¢, que inform¨® de la existencia de una red de espionaje at¨¢nuico, no hizo sino confirmar sus temores.
Pese a todo, los norteamericanos no ten¨ªan m¨¢s remedioquemantener a sus aliados brit¨¢nicos puntualmente informados del progreso en el campo at¨®mico. Les obligaban una serie de acuerdos fundamentales. A finales de 1941, en vista de los peligros que representaba la permanencia en el Reino Unido, los dos pa¨ªses hab¨ªan acordado trasladar todo el personal dedicado a investigaciones nucleares al otro lado del Atl¨¢ntico, reparti¨¦lidose entre Canad¨¢ y Estados Unidos.
En agosto de 1943, en virtud de los acuerdos secretos de Quebec, Franklin D. Roosevelt se comprometi¨® ante sir Winston Churchill a compartir toda la informaci¨®n sobre desarrollo at¨®mico y a consultar al Reino Unido antes de usar la bomba.
Este compromiso fue revalidado, en Londres, en septiembre de 1944, y fue asumido tambi¨¦n en el compromiso secreto entre Truman y Atlee en 1945.
Cuando los congresistas norteamericanos redactaron la ley Mac Mahon, en julio de 1946, no conoc¨ªan el contenido de estos acuerdos secretos, que siguieron vigentes. El principal instrumento del intercambio de informaci¨®n entre los dos Gobiernos era el Comit¨¦ de Pol¨ªtica Combinada (CPC), del que depend¨ªa la Agencia del Desarrollo Combinado, ambos dedicados en exclusiva al desarrollo at¨®mico. Del CPC formaron parte, en distintos momentos, personalidades tan importantes como Edward Stettinius, Dean Acheson, James Forrestal y David Lilienthal. Donald Maclean fue nombrado miembro del CPC a finales de 1946, y se convirti¨® incluso en su secretario. Los aliados compran uranio
As¨ª, no s¨®lo asist¨ªa a las reuniones, sino que, como secretario, dedicaba todo su tiempo al CPC, teniendo libre acceso al archivo de la Comisi¨®n de Energ¨ªa At¨®mica de Estados Unidos y a todas sus f¨¢bricas y laboratorios. Como miembro de la Agencia, Maclean pudo transmitir a Mosc¨² puntualmente todas las adquisiciones de uranio por los aliados, y tambi¨¦n las previsiones para los pr¨®ximos a?os. As¨ª, la URSS pudo saber de antemano cu¨¢ntas bombas iban a fabricar los norteamericanos.
Maclean se tom¨® su labor en el Comit¨¦ de Pol¨ªtica combinada con una dedicaci¨®n que lleg¨® a sorprender a los norteamericanos. Visitaba continuamente todas las dependencias norteamericanas relacionadas con el programa at¨®mico, consultaba incansablemente sus archivos y charlaba y consultaba con cient¨ªficos, t¨¦cnicos y bur¨®cratas sobre todos los aspectos del programa.
El exagerado inter¨¦s de Maclean lleg¨® a llamar la atenci¨®n de las autoridades norteamericanas. El jefe de seguridad de la Comisi¨®n de la Energ¨ªa At¨®mica, almirante Gingrich, transmiti¨® a sus superiores un detallado informe en el que se?alaba su extra?eza por el uso que Maclean hac¨ªa de su pase de libre acceso. El diplom¨¢tico brit¨¢nico, no contento con visitar las dependencias de la CEA durante el horario de trabajo, lo hac¨ªa repetidamente fuera de horas de oficina.
Finalmente, en 1948 le fue retirado el pase, lo que produjo amargas protestas de la Embajada brit¨¢nica. Poco despu¨¦s, Maclean era transferido a El Cairo, para pasar pronto a ocupar la direcci¨®n del departamento americano en el Foreign Office. En 1951, cuando el cerco iniciado por. las sospechas del FRI se iba cerrando sobre ¨¦l, Maclean opt¨® por huir a Mosc¨², acompa?ado por Guy Burgess.
Resulta muy dif¨ªcil hacer un balance final de la informaci¨®n que Maclean pudo pasar a la URSS. Sin embargo, cabe concluir. que pudo transmitir a Mosc¨² una informaci¨®n inestimable sobre el progreso del programa nuclear norteamericano, al que tuvo acceso pr¨¢cticamente libre. Al propio tiempo, dispon¨ªa de todas las informaciones sobre el programa brit¨¢nico.
Plan imposible de la CIA
Del valor de Maclean como esp¨ªa da buena prueba el hecho de que fue el ¨²nico de los huidos a Mosc¨² cuyo rescate fue considerado por los servicios secretos occidentales. La CIA elabor¨® en 1956 un plan para secuestrarlo de su domicilio en Mosc¨², descart¨¢ndolo ¨²nicamente despu¨¦s de constatar la tremenda dificultad de la operaci¨®n.
Si Maclean ha pasado casi inadvertido en los anales del espionaje ha sido por dos razones: por un lado, tanto sovi¨¦ticos como brit¨¢nicos y norteamericanos han tenido poderosas razones para ocultar el alcance de su traici¨®n; por otro, Maclean no fue nunca el aventurero-esp¨ªa profesional al, estilo de Philby, Sorge o Burgess. ?l era, por el contrario, un diplom¨¢tico brit¨¢nico de la vieja escuela, atormentado por un conflicto de lealtades pol¨ªticas y sexuales que finalmente har¨ªan estallar su d¨¦bil personalidad.
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