Un compromiso entre la polic¨ªa y los sindicatos resta relieve a la marcha contra la Junta argentina
La marcha sindicalista de ayer en Buenos Aires no lleg¨® a la hist¨®rica plaza de Mayo, donde se alza la Casa Rosada -sede de la Presidencia de la Rep¨²blica-, en virtud de un compromiso entre el carism¨¢tico l¨ªder de la rama radical de la CGT, Sa¨²l Ubaldini, y la polic¨ªa. La manifestaci¨®n conmemor¨® la primera movilizaci¨®n contra la Junta Militar, en la que fue asesinado, hace un a?o, un obrero en la ciudad de Mendoza.
Ubaldini declin¨® responsabilidades en caso de que se integraran provocadores en la manifestaci¨®n, pero acab¨® accediendo a detener la marcha frente al monumento al Trabajo, a 100 metros del edificio hist¨®rico de la CGT argentina, hoy sede del sindicalismo moderado.Posteriormente, el propio Ubaldini intent¨®, infructuosamente, convencer a sus camaradas para reconvertir la marcha -que se inici¨® cerca de las diez de la noche (hora de Madrid)- en una simple concentraci¨®n ante su propia sede sindical. La CGT moderada se neg¨® a sumarse a la convocatoria.
No obstante, nadie esperaba anoche que la manifestaci¨®n sindicalista degenerase, como ocurri¨® hace un a?o en el centro de Buenos Aires, en un pandem¨®nium de gases, tiros y palos; entonces, y s¨®lo en la capital, el Ej¨¦rcito y la polic¨ªa detuvieron a 2.000 personas. Aquel d¨ªa Argentina empez¨® a cambiar, y 72 horas despu¨¦s la Junta Militar decid¨ªa la ocupaci¨®n de las Malvinas para disolver las tensiones internas.
Sa¨²l Ubaldini y Jorge Triaca (el otro l¨ªder sindical) coincidieron el martes en un di¨¢logo versallesco transmitido por Radio Mitre. Entre parabienes por el ¨¦xito de la huelga general del lunes, ambos coincidieron en que el pr¨®ximo Gobierno constitucional se encontrar¨¢ con una CGT unificada.
Sea como fuere, el protagonismo de los sindicatos en la transici¨®n democr¨¢tica argentina es imparable, quedando relegados los partidos pol¨ªticos a un modesto tercer puesto, detr¨¢s de aqu¨¦llos y de ¨ªos militares.
Es un secreto a voces todo el cuchicheo que entre bastidores se traen los militares y los sindicalistas. El Ej¨¦rcito, tremendamente elitista, siempre ha despreciado a esa chusma de descamisados peronistas que ni siquiera saben jugar al polo. Pero ahora necesitan con urgencia un aliado socialmente poderoso con el que pactar su impunidad e intentar controlar al peronismo. Los sindicatos, por su parte, no reprochan abiertamente al Ej¨¦rcito haber hecho desaparecer a 30.000 personas, sino haberse aliado con la oligarqu¨ªa agr¨ªcola y ganadera en vez de con la clase trabajadora. Y ahora buscan el pacto para ser hegem¨®nicos en el advenimiento de un Gobierno civil.
Los pobres pol¨ªticos dem¨®cratas, perdidos en los pantanos de sus elecciones internas (hay dos o tres l¨ªneas por cada partido que se tienen que decantar antes del verano espa?ol), colocando mesitas por las calles para recoger afiliaciones, han puesto el grito en el cielo y denuncian que un eje militar-sindical propiciar¨¢ el resurgimiento de una nueva izquierda radical y violenta.
La debilidad de los partidos
Pero el caso es que este pa¨ªs se parece en muchos aspectos de su vida pol¨ªtica a la Espa?a del a?o de 1976, y, o se pacta la salida hacia la democracia, o habr¨¢ que esperar un golpe a¨²n m¨¢s duro que el de Videla en ese peligros¨ªsimo interregno que va de las elecciones de octub re a la entrega del poder militar en enero de 1984.Los partidos son muy d¨¦biles, y, desde siempre, militares y sindicatos han jugado aqu¨ª al perro del hortelano. Los militares est¨¢n demostrado que ocupan el poder cuando quieren, pero nunca saben gobernar. Los sindicatos tambi¨¦n tienen demostrado que pueden hacerle la vida imposible hasta el fracaso a cualquier Gobierno democr¨¢tico. Y ahora ambos se est¨¢n mirando y dici¨¦ndose: "?Y por qu¨¦ no pactamos para darle una administraci¨®n fuerte a este pa¨ªs?". Esta es la corrupci¨®n de los pactos de la Moncloa y de nuestra ley de amnist¨ªa, que aqu¨ª te piden por doquier en cuanto te escuchan acentuar las palabras correctamente. Les falta un Adolfo Su¨¢rez, pero echan en falta a un Felipe Gonz¨¢lez, que aqu¨ª goza de notable popularidad (toda la Prensa le llama Felipillo, en el convencimiento de que as¨ª le tildan los espa?oles).
Por lo dem¨¢s, el teniente general Cristino Nicolaides, responsable del Ej¨¦rcito de Tierra, ha ordenado que todos los jefes y oficiales que hagan declaraci¨®n jurada de bienes.
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