La proyecci¨®n del artista en la pintura moderna
Hay artistas que encarnan con tal perfecci¨®n un prototipo est¨¦tico que llegan a convertir su obra en un modelo de gusto intemporal. Tal es el caso, por ejemplo, de Rafael, que encarn¨®, durante tres siglos, el ideal de perfecci¨®n de la pintura clasicista, seg¨²n se entend¨ªa en el arte europeo de la ¨¦poca moderna. Para alcanzar una tan alta cima de prestigio, a pesar de morir prematuramente, Rafael tuvo que imponerse frente a dos aut¨¦nticos colosos del Renacimiento -Leonardo y Miguel Angel-, pero, a la postre, no logr¨®, por ajustarse mejor su estilo a esa ¨¢urea serenidad y equilibrio que demandaba la ideolog¨ªa ol¨ªmpica del clasicismo, superador de toda crisis hist¨®rica y subjetiva, principio de imperturbabilidad est¨¦tica y moral.De esta manera, tras la profunda crisis art¨ªstica que conmociona el siglo XVI italiano, cuyas manilfestaciones estil¨ªsticas m¨¢s agudas son las conocidas como Manierismo y Contrarreforma, el clasicismo triunfante a comienzos del siglo XVII sit¨²a ya a la cabeza a Rafael y all¨ª se mantendr¨¢ hasta la revoluci¨®n rom¨¢ntica en pleno siglo XIX.
El escenario del triunfo art¨ªstico de Rafael fue la Roma de comienzos del Cinquecento, esa espl¨¦ndida Roma del mecenazgo de los papas Julio II y Le¨®n X, que, antes del terrible saqueo de la ciudad en 1527, reuni¨® a los mejores artistas de toda Italia, entre los que destacaban Bramante, Miguel Angel y el propio Rafael. Este per¨ªodo, de duraci¨®n extraordinariamente breve, consigui¨® hacer cuajar, sin embargo, una f¨®rmula art¨ªstica original y sutil, la que los historiadores alemanes denominan como Alto Renacimiento y nosotros, muy expresivamente, Renacimiento maduro. Fue all¨ª, en efecto, donde Rafael, ayudado por el apoyo de escritores de la talla de Castiglione y el Aretino, no menos que por el de los te¨®ricos del arte veneciano, como Dolce, cada cual, eso s¨ª, defendiendo intereses propios, empez¨® a disputar la primac¨ªa absoluta a Miguel Angel, al que Vasari lleg¨® a calificar como vencedor insuperable de los antiguos, los modernos y la propia naturaleza.
Suprema s¨ªntesis
Era la primera se?al del posterior triunfo de Rafael considerarlo como punto de equilibrio, justo t¨¦rmino medio, suprema s¨ªntesis. As¨ª es defendido como el centro perfecto entre la dureza escult¨®rica del contorno de Miguel Angel y la mera sensualidad del Tiziano, el centro entre el dibujo florentino y el color veneciano. M¨¢s tarde, se proyectar¨¢ como medida de la armon¨ªa ideal lograda frente al irregular flujo de los tiempos: antes de ¨¦l, el Renacimiento de los primitivos; despu¨¦s de ¨¦l, el exagerado amaneramiento de los decadentes. Y aprende de tal forma en la historia esta imagen, que cuando, durante el siglo XIX, se quiera dar otra visi¨®n de los valores art¨ªsticos del Renacimiento, se hablar¨¢ elocuentemente de prerafaelistas, so metiendo, una vez m¨¢s, el discurrir hist¨®rico del arte contempor¨¢neo al dictado de su fortuna.
Esta impronta rafaelesca se deja sentir por igual en el terreno de la te¨®rica y de la pr¨¢ctica art¨ªstica. En la doctrina, salvo muy contadas excepciones, todos los tratados europeos, que defienden abrumadoramente la ideolog¨ªa clasicista, desde Bellori a Antonio Rafael Mengs, consideran a Rafael una cima est¨¦tica, el ideal de la belleza racional, aqu¨¦lla que, seg¨²n el ¨²ltimo cr¨ªtico citado, no necesita de los ojos para gustar, sino de la reflexi¨®n para satisfacer el entendimiento.
De manera que, para ver derrumbarse esta imagen legendaria, hay que esperar hasta muy avanzado el siglo XIX, con la imposici¨®n, como dije, de las escuelas rom¨¢ntica y realista.
No fue, sin embargo, un derrumbamiento repentino. Ingres, por ejemplo, le adora por encima de cualquier otro, Delacroix le admira y respeta, e incluso los revolucionarios escritores franceses se inclinan ante ¨¦l.
Musset le considera, junto a Rubens, el otro polo complementario de la perfecci¨®n; Gautier lo cuenta entre "los dioses y los semidioses de la pintura"; Alejandro Dumas le incluye, con Tiziano y Miguel Angel, en sus Trois maitres; Stendhal y Balzac no son menos pr¨®digos en el elogio...
En la Alemania rom¨¢ntica ocurre otro tanto, desde Wackenroder, que le considera un pintor santo, hasta el propio Hegel. En realidad, este coro de voces entusiastas no se quiebra hasta el triunfo precisamente de la Escuela Espa?ola, que se exalta en Par¨ªs como el paradigma anti cl¨¢sico, justo en el momento en el que el genial Baudelaire se permite decir lo siguiente: "Por puro que sea, Rafael no es m¨¢s que un esp¨ªritu material en incesante b¨²squeda de lo s¨®lido; pero ese canalla de Rembrandt es un poderoso idealista que hace so?ar y adivinar m¨¢s all¨¢".
Desde entonces, se dio la vuelta a este ideal de siglos y, con el vaiv¨¦n caracter¨ªstico, Rafael pareci¨® borrarse del mapa. Pero, entre las excepciones, no puedo dejar de recordar la de dos grandes maestros espa?oles del arte de vanguardia: por un lado, Picasso, que realiza una de sus familias de arlequines inspir¨¢ndose en una de las sagradas familias de Rafael y que incluso graba al pintor copulando con la Fornarina en una de sus m¨²ltiples variaciones sobre el pintor y la modelo; por otro, Dal¨ª, apasionado exaltador del clasicismo y, como es l¨®gico, de Rafael, s¨®lo superado por Vermeer de Delft.
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