Sert y la europeizaci¨®n de Am¨¦rica
En la historia de la cultura norteamericana, el a?o- 1933 (tan siniestro en la memoria europea) marca el comienzo del medio siglo de oro universitario, 1933-1983. Fue, 1933, por supuesto, el a?o inaugural del primer mandato del presidente Roosevelt, cuya acci¨®n y figura son inseparables del esplendor cultural aludido. Mas 1933 fue, sobre todo, el comienzo de la mayor emigraci¨®n intelectual y art¨ªstica de la historia europea, por no decir del mundo. No es necesario recordar que, hace ahora medio siglo la barbarie surgida en el mismo coraz¨®n de Europa desencaden¨® su primera guerra-rel¨¢mpago contra la propia cultura alemana. Aunque a las hogueras hitlerianas de entonces consiguieron escapar los m¨¢s destacados hombres de la ciencia, el arte y la literatura germ¨¢nicos.Se inici¨® as¨ª un magno y desgarrador trasvase cultural de Europa hacia Norteani¨¦nica, que culminar¨ªa (si se puede decir) en el verano de 1940, tras la ca¨ªda de Par¨ªs. No intentaremos ahora ni siquiera esbozar los variados efectos de esa emigraci¨®n europea en la cultura norteamericana, sobre los cuales existe ya una abundante bibliograf¨ªa. Una notoria ausencia -la de los espa?oles- se se?ala en el quiz¨¢ m¨¢s valioso estudio de dicha emigraci¨®n: el libro colectivo coordinado por los eminentes historiadores y profesores de Harvard Fleming y Bailyn. Ausencia espa?ola que se explica as¨ª: los profesores universitarios espa?oles (Am¨¦rico Castro, Pedro Salinas, Jorge Guill¨¦n, etc¨¦tera) elevaron extraordinariamente el nivel intelectual de los departamentos de estudios hisp¨¢nicos, pero su presencia apenas fue sentida en la cultura norteamericana fuera de las aulas universitarias. En primer lugar, porque los espa?oles conservaron su idioma como lengua de docencia y escritura. Pero, sobre todo, observan Fleming y Bailyn, porque en los epa?oles el destino de Espa?a fue su preocupaci¨®n
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dominante, casi obsesiva, pero tambi¨¦n esperanzada.
No es (la de Fleming y Bailyn) una apreciaci¨®n inexacta, aunque puedan mencionarse nombres de cient¨ªficos espa?oles tan ilustres como los de Severo Ochoa y Grande Covi¨¢n, cuya importancia en Estados Unidos ha sido visiblemente reconocida. S¨ª podr¨ªa sorprender, en cambio, la omisi¨®n de Sert al historiarse (en el estudio citado) la acci¨®n del grupo de arquitectos (Bauhaus) representado por Gropius, Mies y Breuer. Mas la fecha final, 1960, de la ¨¦poca estudiada en el libro aludido explicar¨ªa la ausencia de Sert, aunque figure (como Castro, Salinas y Guill¨¦n) en el ap¨¦ndice biogr¨¢fico. Porque fue justamente en las dos d¨¦cadas 1960-1980, cuando Sert realiz¨® sus obras principales en Norteam¨¦rica, particularmente en Boston y Cambridge. Y as¨ª, en las dos m¨¢rgenes del r¨ªo Charles -el Carlos del conocido poema de D¨¢maso Alonso- el arte de Sert enriqueci¨® sustancialmente el paisaje urbano de la capital universitaria de Estados Unidos.
Recordemos que Sert fue nombrado en 1953 decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard, al jubilarse su maestro Walter Gropius (1833-1969), marc¨¢ndose as¨ª muy simb¨®licamente la importancia de la europeizaci¨®n de la Am¨¦rica universitaria, aunque el arquitecto alem¨¢n no dej¨® en Harvard un conjunto de edificios comparable, en dimensiones y originalidad, al de su sucesor catal¨¢n, ya que, al coincidir Sert con una de las raras fases constructoras de Harvard, tuvo una singular oportunidad creadora. El estilo arquitect¨®nico predominante en Harvard hab¨ªa sido, hasta entonces, el de los edificios construidos en el primer tercio del siglo XIX; de ah¨ª que en los colegios mayores edificados en este siglo se mantuviera aquel estilo. Sert, por supuesto, rompi¨® con tal fijaci¨®n tradicionalista al dise?ar y construir los diversos edificios que han dado a la universidad de Harvard el inconfundible sello del arquitecto catal¨¢n.
Puede as¨ª afirmarse que ning¨²n otro exiliado espa?ol ha desempe?ado en la europeizaci¨®n de Am¨¦rica un papel equivalente, en permanencia y magnitud, al de Sert. Mas, en marcado contraste con la generalidad de los europeizadores n¨®rdicos, Sert no ces¨® de verse a s¨ª mismo como un mediterr¨¢neo exiliado, ni dej¨® de preocuparse por el destino de su tierra natal. En suma, Sert fue un europeizador de Norteam¨¦rica muy deliberadamente afirmador de sus ra¨ªces mediterr¨¢neas.
Otro espa?ol de Harvard -el gran fil¨®sofo y novelista Santayana (1863-1952)- dec¨ªa que "era una indignidad sentir el alma dominada por la geograf¨ªa". ?Nada m¨¢s opuesto a las creencias personales y a los principios profesionales de Sert! Porque en el arquitecto catal¨¢n actuaba la veneraci¨®n constante del que podr¨ªa llamarse legado mediterr¨¢neo. Esto es, Sert (como su fraterno compa?ero el pintor Mir¨®) ve¨ªa en la tradici¨®n mediterr¨¢nea -en la milenaria arquitectura sin arquitectos- una fuente creadora que podr¨ªa humanizar los modelos n¨®rdicos de otros europeizadores. Y, efectivamente, para los habitantes del centro de ciencias de Harvard (quiz¨¢ la obra m¨¢xima de Sert en Norteam¨¦rica), el clima humano generado por el arte de Sert ha sido notoriamente propicio para la convivencia y para la investigaci¨®n cient¨ªfica.
Sert ha quedado as¨ª en la historia de la europeizaci¨®n de Am¨¦rica como el representante de una conciencia cultural mediterr¨¢nea muy expresiva del Renacimiento catal¨¢n y de la Espa?a a la vez europeizada y tradicional del primer tercio del siglo XX. La generaci¨®n de Sert -la de 1931, la de Garc¨ªa Lorca- padeci¨® los efectos de la cat¨¢strofe de 1936 m¨¢s que ninguna otra generaci¨®n espa?ola: y los m¨¢s afortunados pudieron realizar sus obras en las hospitalarias tierras de Am¨¦rica. Sert fue uno de ellos, pero nunca abandon¨® las aspiraciones solidarias de 1931 y no ser¨ªa aventurado ver en esa fidelidad el matiz humanitario de su arte constructor.
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