Una biograf¨ªa incompleta
Don Pedro Sainz Rodr¨ªguez evoc¨® recientemente desde la televisi¨®n la recia figura de don Indalecio Prieto Tuero. En ocasiones, el bibliotecario del Congreso muestra a los visitantes la mesa donde don Inda, como se le conoc¨ªa comunmente, escrib¨ªa sus cr¨®nicas. Seguramente que all¨¢ donde est¨¦, acaso en el "nubarr¨®n de sombras grises", como ¨¦l sol¨ªa decir, a don Indalecio le duela en el alma no poder intervenir en la vida de las Cortes, de las que hab¨ªa formado parte, mientras existieron, desde que en 1918 fue elegido diputado por Bilbao.Naci¨® don Indalecio Prieto Tuero en Oviedo el 30 de abril de 1883. Se celebra ahora su centenario, que espero se conmemore como merece. De muy ni?o qued¨® hu¨¦rfano de padre, un modesto empleado, y su madre se traslad¨® con sus hijos a Bilbao. All¨ª fue vendedor de peri¨®dicos, lo que le permiti¨® entrar en contacto con el periodismo bilbaino. Aprendi¨® taquigraf¨ªa y mecanograf¨ªa, y entr¨® muy joven a formar parte de La Voz de Vizcaya. Por entonces ingres¨® en las juventudes socialistas que dirig¨ªa Tom¨¢s Meabe. A los 28 a?os, siendo ya un prestigioso periodista y notable orador, fue elegido diputado provincial. M¨¢s tarde, en 1915, concejal del Ayuntamiento de Bilbao, y en 1918 diputado a Cortes por la misma ciudad, representaci¨®n parlamentaria que ostent¨® siempre, excepto en los a?os de la dictadura del general Primo de Rivera. En aquella ¨¦poca, 1923-1930, era ya director de El Liberal, de Bilbao, peri¨®dico del que lleg¨® a ser propietario. Su capacidad de asimilaci¨®n era asombrosa, m¨¢xime si se tiene en cuenta que apenas hab¨ªa terminado de cursar la ense?anza primaria.
Aunque yo hab¨ªa seguido la actuaci¨®n de don Indalecio en Espa?a, especialmente desde 1930, no le conoc¨ª personalmente hasta fines de 1939, en el destierro, en M¨¦xico. Se inici¨® entonces entre nosotros una amistad que perdur¨® hasta su muerte, acaecida el 11 de febrero de 1962, en la ciudad de M¨¦xico.
Pocas semanas antes hab¨ªa recibido yo en Nueva York, donde resid¨ªa desde que en 1946 fu¨ª invitado a colaborar en las Naciones Unidas, una carta suya en la que me ped¨ªa, como en tantas ocasiones lo hab¨ªa hecho, movido por su insaciable curiosidad, una informaci¨®n que le interesaba, en esta ocasi¨®n sobre el desarme.
Presentimiento del fin
En su pen¨²ltimo art¨ªculo semanal para Siempre, revista mexicana en la que ven¨ªa colaborando desde que apareci¨® hac¨ªa veinticinco a?os, escrito algunos d¨ªas antes de su fallecimiento, ya present¨ªa su muerte. Hac¨ªa tiempo que padec¨ªa una afecci¨®n card¨ªaca. El art¨ªculo era sobre Amadeo Vives y Santiago Rusi?ol, entre otras "sombras amigas". El presentimiento tard¨® poco en cumplirse. Nada mejor para mostrar el temple y reciedumbre de don Indalecio que conocer detalles de sus ¨²ltimos momentos, tal como fueron dados a conocer entonces en M¨¦xico. El 11 de febrero de 1962, despu¨¦s de ver por televisi¨®n la corrida de toros, se puso a escribir el que iba a ser su ¨²ltimo art¨ªculo. Lo acababa de rotular -as¨ª quer¨ªa ¨¦l que se dijera- cuando se sinti¨® mal. Sus hijas Blanca y Concha llamaron al m¨¦dico de cabecera, el doctor Santiago Villanueva, otro exiliado. Don Indalecio dijo que aquella noche no sal¨ªa. El doctor Villanueva despu¨¦s de atenderlo iba a abandonar la habitaci¨®n cuando oy¨® que don Indalecio le dec¨ªa: "?Adi¨®s doctor!". A lo que ¨¦ste contest¨®: "No, si no me voy hasta que se quede usted tranquilo y dormido". El enfermo con gran serenidad repuso: "El que se va soy yo". Poco despu¨¦s ocurr¨ªa el desenlace.De gran tribuno, de gran periodista, de gran socialista y, sobre todo, de gran espa?ol, calificaron a don Indalecio los medios de informaci¨®n mexicanos, haci¨¦ndose eco de las manifestaciones de condolencia que llegaban de todo el mundo. No conozco ninguna biograf¨ªa adecuada y completa suya. Cuando se haga, en ella deber¨¢n ocupar lugar preeminente las gestiones que hizo en 1939 cerca del entonces Presidente de M¨¦xico, general L¨¢zaro C¨¢rdenas, para que ese pa¨ªs, a quien tanto debe el pueblo espa?ol por ello, abriese sus puertas a los exiliados republicanos de 1939. En relaci¨®n con esto hay un episodio que, me parece, debe narrarse cierta ocasi¨®n, por necesitarlo para preparar un informe para el secretario general de la ONU en relaci¨®n con el tema de la Espa?a de Franco, escrib¨ª a don Indalecio pidi¨¦ndole que me explicara ciertas gestiones que yo ten¨ªa entendido que hab¨ªa hecho cerca de F¨¦lix de Lequerica cuando ¨¦ste era embajador de Espa?a en Par¨ªs, en 1939, en relaci¨®n con los exiliados republicanos espa?oles. En carta fechada en Veracruz (M¨¦xico) el 5 de enero de 1950, Prieto, despu¨¦s de precisar que no cre¨ªa que lo hubiese relatado antes ni que hubiera tampoco referencia escrita sobre las negociaciones con Lequerica, me cont¨® que a ra¨ªz de constituirse en 1939, en Par¨ªs, la Junta de Auxilio de los Republicanos Espa?oles (JARE), bajo la presidencia de don Luis Nicolau d'Olwer, convinieron un¨¢nimemente todos sus miembros -entre los que figuraba don Indalecio- hacer unas gestiones para averiguar si, previa la devoluci¨®n de los recursos en su poder sacados de Espa?a, el Gobierno franquista se avendr¨ªa, con las garant¨ªas necesarias, a admitir el regreso a Espa?a de la masa de refugiados entonces dispersos por Francia y ?frica del Norte, cuyo n¨²mero calculaba en alrededor del medio mill¨®n. Don Indalecio fue comisionado para hacer las gestiones y tuvo varias entrevistas con el Lequerica, a quien conoc¨ªa de muchos a?os, y con el entonces coronel -hoy general- Barroso, agregado militar a la embajada, en casa del doctor Te¨®filo Hern¨¢ndez, en Par¨ªs. Ambos acogieron favorablemente la idea, que consideraban tendr¨ªa buen fin. Sin embargo, siempre seg¨²n don Indalecio, s¨²bitamente Lequerica, cumpliendo instrucciones categ¨®ricas que desde Espa?a se le dieron, suspendi¨® las negociaciones. Quiz¨¢s alg¨²n d¨ªa se conocer¨¢n las razones que tuvo el r¨¦gimen franquista para rechazar una propuesta tan humanitaria y no aceptar el retorno a su patria de los naciones espa?oles, expatriados republicanos. El resultado fue que Espa?a se vi¨® privada de gran n¨²mero de sus hijos que, con el tiempo, han pasado a enriquecer con sus aportaciones la vida de los pa¨ªses que los acogieron. Para muchos, sin embargo, el rechazo tuvo consecuencias tr¨¢gicas. Buen n¨²mero cayeron durante la segunda guerra mundial luchando en las filas de los ej¨¦rcitos aliados... Otros desaparecieron en los campos de concentraci¨®n nazis. Siempre me ha parecido inexplicable que el r¨¦gimen que se instal¨® en Espa?a en 1939 perdiera una oportunidad tan magn¨ªfica para paliar los horrores de una triste guerra fraticida.
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