"Soy un defensor probado de la libertad de expresion", asegura el fiscal general del Estado
Pregunta. Las cr¨ªticas que ha despertado su querella contra Las Vulpes, ?las valora usted como un s¨ªntoma saludable?Respuesta. Hasta ah¨ª no llega mi masoquismo. Eso ha podido ser un error m¨ªo o un error de los cr¨ªticos.
P. ?Admite que ha cometido un error?
R. Puede. Yo no voy a creerme infalible. Tampoco lo son los cr¨ªticos. Quiero decir que la aplicaci¨®n de una norma a unos les puede resultar acertada y desacertada a otros. Pero las leyes est¨¢n ah¨ª, y hacer juicios de cr¨ªtica o de dem¨¦rito personales con respecto a la aplicaci¨®n de una de ellas puede ser irritante. Por otro lado, la cr¨ªtica es natural. Hay distintos modos de ver las cosas.
P. Cuando le¨ª lo de Las Vulpes se me ocurri¨® una explicaci¨®n, que puede ser falsa. Me dije: acaso este hombre que acaba de actuar en el 23-F de modo tan concluyente, en la direcci¨®n que el pueblo ped¨ªa, ha querido dar una muestra de independencia tajante, mostrar que es un fiscal diligente tambi¨¦n en otros terrenos m¨¢s del gusto de la derecha. Tal vez esto ha podido ser incluso una reacci¨®n inconsciente.
R. Es una conjetura. Pero, como usted bien dice, si operaba en un plano inconsciente no soy yo el m¨¢s capacitado para analizarlo. Mire: yo soy un fan¨¢tico de la libertad de expres¨ª¨®n. Y no digo m¨¢s porque tengo una idea muy poco sacralizada de los primeros principios. Ni siquiera lo que pudi¨¦ramos llamar los principios de las libertades. Porque si se hace de las libertades un principio absoluto se puede llegar a los mismos extremos, a las mismas aberraciones que con el suelo, la patria y la raza. Tengo tendencia al relativismo, como ve. El fanatismo de las libertades puede desembocar en el terror, como sucedi¨® en Francia; o en la opresi¨®n y la dominaci¨®n.
P. No me parece que por el momento corramos ese peligro.
R. Hablamos en sentido te¨®rico.
Soy un defensor probado de la libertad de expresi¨®n. Si la palabra se utiliza como informaci¨®n, como noticia, no tengo objeci¨®n. Pero a veces las palabras se dicen como Agresi¨®n m¨¢s que como el ejercicio de un derecho. Cuando usted diga ma?ana: todo lo que me explic¨® el fiscal est¨¢ desprovisto de sentido, pues me parecer¨¢ bien. Ahora si usted dice que soy chato, lo cual es evidente, pero innecesario, ser¨ªa una agresi¨®n, puesto que usted lo utilizar¨ªa como tal. Y, francamente, me fastidiar¨ªa mucho.
P. Pero usted es chato, don Luis, y tiene una cara muy graciosa.
R. Querr¨¢ decir usted muy rural.
P. Tambi¨¦n.
Luis Bur¨®n, fiscal general, naci¨® en Fuenteovejuna, en un ¨¢mbito campesino, Problemas econ¨®micos de su familia le obligaron a es tudiar muy r¨¢pido el bachillerato, que acab¨® a los 14 a?os. Estaba interno en un colegio de C¨®rdoba -Real Colegio de la Asunci¨®n- el d¨ªa que se proclam¨® la Rep¨²blica. Junto a sus compa?eros se neg¨® a comer en los platos decorados con el escudo real. "Bien", dijo el mayordomo del colegio; "en ese caso, tambi¨¦n deb¨¦is tirar todas vuestras monedas". El adolescente Bur¨®n aprendi¨® perfectamente la lecci¨®n, puesto que la recuerda. Una lecci¨®n de sensatez y de pragmatismo que no entraba en contradicci¨®n con su car¨¢cter d¨ªscolo. Exig¨ªa cierto pronunciamiento por parte de profesores. Algunos se pronunciaron en contra. Pero incluso ¨¦stos, cuando hab¨ªa algo que leer en clase, ped¨ªan que ¨¦l lo hiciera. Era el mejor lector de su clase. "Que lea Bur¨®n, que lea Bur¨®n", machacaban sus compa?eros. Y Bur¨®n le¨ªa. Ya ejerc¨ªa de maestro cuando decidi¨® estudiar derecho, lo que logr¨® en tres a?os. Luego, ya juez, fue, a varios pueblos, a Bilbao y por fin a Madrid. ?l se recuerda c¨®mo un estudiante de empuj¨®n y quiz¨¢ superficial.
P. Es usted un hombre que se ha hecho a s¨ª. mismo.
R. Ya sabe lo del presidente de EE UU Johnson. Alguien coment¨®: "Tenga en cuenta que es un hombre que se ha hecho a s¨ª mismo". Y el interlocutor, respondi¨®: "Eso libera a Dios de una gran responsabilidad".
P. Hacerse a si mismo es dif¨ªcil. Tambi¨¦n lo es ser uno mismo, sobre todo en algunos terrenos. Por ejemplo, en sus tiempos, la iniciaci¨®n sexual de los j¨®venes se hac¨ªa en los prost¨ªbulos.
R. En fin, esas son cosas muy personales. Pero la verdad es que era la verdad. La fuerza de la presi¨®n era tal... Y como no se tratara de casos de convivencia muy especial y tal. La mayor parte de mis conocidos... Se iba all¨¢ como quien va a la guillotina. Pero hab¨ªa que empezar, y se empezaba. Las primeras experiencias no eran muy halag¨¹e?as. Se iniciaban al grito de "?Ni?as, al sal¨®n!", y el muchacho all¨ª, temblando y efigiendo a lo mejor a la m¨¢s fea. Esta es al menos la experiencia que yo recuerdo. No tuve la menor posibilidad de relaci¨®n ¨ªntima que diera ocasi¨®n a una relaci¨®n sexual que no fuera de este g¨¦nero. Tuve algunos contactos con chicas y tal... Pero realmente, una relaci¨®n duradera, aparte de escarceos y noviazgos transitorios, s¨®lo la tuve con mi mujer. Recuerdo, que la primera que eleg¨ª estaba picada de viruelas y, la verdad, ni me fij¨¦. Uno llegaba all¨ª aturdido a graduarse en virilidad. Aquello ten¨ªa toda la agresi¨®n que supone el hacer esta cosa sin ninguna preparaci¨®n ni afecto.
P. ?Ha pensado usted que en el caso de Las Vulpes ha ca¨ªdo en una trampa perfectamente urdida?
R. S¨ª, s¨ª. Y adem¨¢s, yo... Claro que s¨ª; qu¨¦ duda cabe de que esa idea se me ha pasado por la cabeza. Y hay que decirlo. Pero incluso siendo as¨ª hay trampas en las que uno debe caer, o cree que debe caer. El hecho de saber defenderse de los obst¨¢culos no es un principio absoluto. Hay algunos puestos que tienen ciertas exigencias, hay que caer en la trampa, si es que existe. Porque a veces nosotros no lo sabemos todo, o somos apl¨¢udidos por malas razones. No digo que haya sido as¨ª; que conste que no lo digo. Pero uno sabe que se aprovecha nuestra conducta por malas razones. Pero hay que exponerse, aunque te usen como bandera. Este tema tiene una dimensi¨®n de protesta que... La canci¨®n ¨¦sta, digo yo, pues, al fin y al cabo, cantada en cualquier lugar..., ni a mi mismo me hubiera escandalizado. Pero a la mayor¨ªa del pa¨ªs ciertas cosas le suenan como agresi¨®n.
P. ?C¨®mo valora usted el hecho de que el verdadero esc¨¢ndalo haya surgido a ra¨ªz de la publicaci¨®n de la letra en un diario?
R. Eso ser¨¢ considerado, desde luego. En un delito de este tipo, como la injuria o el esc¨¢ndalo, hay que aclarar las circunstancias que rodean el caso. Ahora hay m¨¦ritos suficientes y por eso se ha interpuesto la querella. Si se desvanece, si las intenciones se ve que no han sido de..., pues, entonces...
P. El Gobierno est¨¢ legitimado para indicarle al fiscal general sus l¨ªneas pol¨ªticas, el juego en el que la justicia debe moverse. ?Consult¨® al Gobierno antes de presentar la querella?
R. Es verdad que no consult¨¦. No tengo por qu¨¦ hacerlo en ninguna materia que me parezca delictiva en el terreno de la persecuci¨®n de un delito.
P. Usted ha declarado que el Gobierno no le hizo ninguna indicaci¨®n en el recurso del 23-F.
R. As¨ª es. Podr¨ªa haber recibido indicaciones respecto al comportamiento del fiscal general. Por ejemplo: que no era prudente que se resaltara el caso ley¨¦ndolo el fiscal, por una raz¨®n de oportunidad pol¨ªtica; o, por el contrario, que era conveniente hacerlo. La distribuci¨®n de papeles fue m¨ªa. Yo decid¨ª hacer la impugnaci¨®n y que la contestaci¨®n de los abogados defensores, en cambio, se hiciera por el procedimiento normal. Eso s¨ª, el Gobierno quiso estar informado diariamente. Me lo hizo saber el ministro y yo diariamente pasaba una nota.
P. ?C¨®mo se enfrent¨®. usted con un recurso que hab¨ªa preparado su antecesor, Gil Albert?,
R. Lo dirigi¨® Gil Albert, pero lo prepar¨® la fiscal¨ªa en bloque. Se hab¨ªa hecho una v erdadera disecci¨®n de la sentencia. Yo lo que hice fue asumirla y dirigirla. El informe que hice fue personal. Es decir, las bases defendidas las he defendido de acuerdo a mis medios y a mi acento.
P. Sus palabras fueron muy alabadas.
R. Procur¨¦ que se entendiera. No tengo tendencia a la grandilocuencia. Se dice que la oratoria debe instruir, deleitar y conocer; no basta la aridez, de la argumentaci¨®n. Y bien, me gusta utilizar el verbo.
P. ?Estaba nervioso cuando hizo su exposici¨®n?
R. S¨ª, aunque siempre he tenido cr¨¦dito de expresarme bien, no s¨¦ si con raz¨®n. Pero no hab¨ªa ejercido la ret¨®rica forense. En ese sentido era un motivo de preocupaci¨®n y nerviosismo. Y adem¨¢s los aparatos de megafon¨ªa estaban vacilantes: ya se sabe que la malicia de las cosas siempre interviene. Pero pasados diez minutos me calm¨¦. Eso deduzco, puesto que no me call¨¦.
P. ?Le felicit¨® alg¨²n militar?
R. No. Es decir, s¨ª: uno del cuerpo jur¨ªdico.
Antes del d¨ªa fijado para la exposici¨®n del recurso del ministerio fiscal, Bur¨®n recibi¨® much¨ªsimas cartas con un ¨²nico argumento: que la divina providencia le diera luces para que interviniera en favor de los militares, para que tuviera en cuenta el impulso patri¨®tico que les hab¨ªa movido. Luego las cartas cambiaron de argumento. Se limitaban a insultarle. La que m¨¢s gracia le hizo fue una donde le llamaban menop¨¢usico y escler¨®tico.
R. Mire usted: si por lo menos me hubiera dicho climat¨¦rico...
P. Tal vez el insulto estaba ah¨ª.
R. Pues, mire usted, no se me hab¨ªa ocurrido.
P. ?Sabe usted ahora m¨¢s sobre el 23-F de lo que sabemos nosotros?
R. No. No s¨¦ m¨¢s de lo que estaba escrito. El car¨¢cter t¨¦cnico de la casaci¨®n impide chocar con los hechos probados.
P. ?Qu¨¦ le ha llamado m¨¢s la atenci¨®n?
R. La mezcla de sutileza y de cosa rudimentaria. El plan era una mezcla muy especial. Ten¨ªa probabilidades de ¨¦xito, seg¨²n mi criterio. Las acciones que depend¨ªan de los rebeldes parec¨ªan groseras y rudimentarias. Pero poniendo en combinaci¨®n esto con las reaccio nes calculadas -que fue lo que fall¨®- se ve¨ªa que hab¨ªa un gran entramado. Es decir, yo creo que se contaba precisamente con el modo elemental de actuar de Tejero, que eso estaba previsto, para contrib uir al juego de, acciones y reacciones.
P. La justicia ten¨ªa mala fama en este pa¨ªs. Se la ve¨ªa como algo que serv¨ªa para castigar, para fastidiar. ?Cree que la sentencia del 23-F ha servido para cambiar esta imagen?
R. Puede ser. Naturalmente, tampoco faltar¨¢n las actitudes apesadumbradas. Es la sociedad la que debe felicitarse. Hemos construido una sociedad que permite a los jueces asumir el papel de conciencia de la sociedad, en el limitado aspecto que las leyes lo permiten, naturalmente. Porque no es que se haga-una justicia en pura comunicaci¨®n con la conciencia social, en comuni¨®n. La mediaci¨®n entre los jueces y la sociedad es la ley. Y ¨¦sta muchas, veces representa esa conciencia social adecuadamente y otras veces no. Si la sociedad no tiene. fuerza suficiente para dar expresi¨®n de sus propios deseos, entonces los jueces le quedan atr¨¢s. Si la sociedad avanza, los jueces son expresi¨®n
de ello. De modo que los elogios a la justicia son elogios a la sociedad, que ha recuperado la confianza en s¨ª misma.
"La judicatura es m¨¢s reacia a los cambios"
P. ?Cree usted que en general los jueces responden a los deseos de la sociedad?
El fiscal general reconoce que la judicatura puede retardar los efectos de un cambio social a trav¨¦s de sus sentencias. Incluso aporta un ejemplo: el comportamiento de los jueces en el Chile de Allende. "La judicatura", a?ade, "es m¨¢s reacia a los cambios de orientaci¨®n social debido a lo estable de su profesi¨®n. La renovaci¨®n llega en primera instancia a los cuerpos m¨¢s vivos: al legislativo y al ejecutivo. Los jueces tardan m¨¢s en ajustarse, a no ser que el cambio sea de signo retr¨®grado". No cabe duda: don Luis Bur¨®n se expresa con claridad. Pero como la luna siempre tiene dos caras, a continuaci¨®n a?ade: "No hay que olvidar que el derecho es una pretensi¨®n de uniformidad, donde se introduce una cierta dosis de flexibilidad. Y es ah¨ª donde nos encontramos con el m¨¢s y el menos; con la gota de agua que hace rebasar el vaso de la irritaci¨®n de las personas. Los jueces est¨¢n tambi¨¦n metidos en este ambiente. Por otra parte, hay muchos conceptos est¨¢ndar en los que al juez se le conf¨ªa el papel de adivino de lo que podr¨ªamos llamar el deseo o aspiraciones sociales. Cuando se habla de las buenas costumbres se le remite a un tipo ideal que tiene que construir, y al hacerlo siempre se topa con alg¨²n sector social que no comparte su opini¨®n".
P. ?Cu¨¢l fue el grado de acomodo al que lleg¨® la judicatura durante el franquismo?
R. Los jueces se acomodaron como toda la sociedad. Mire: yo no tengo una idea muy sacralizada de la justicia. Pero no se debe olvidar que hubo un movimiento de anticonformismo dentro de la judicatura que tuvo adherentes formales, no muy numerosos, pero que nunca tuvo la antipat¨ªa completa de toda la carrera. Si no, hubi¨¦ramos sido peor tratados. Parte de la carrera, si no se asoci¨® al movimiento, al menos lo vio con simpat¨ªa y reconoci¨® su buena fe; que aqu¨¦llos no lo hac¨ªan para medrar, sino para exponer sus propias ideas de la relaci¨®n entre justicia y sociedad. Esto fue casi p¨²blico y los compa?eros no nos hicieron ning¨²n boicoteo. Claro que el movimiento surge en una ¨¦poca tard¨ªa, a finales de los sesenta y los setenta. Antes la justicia estuvo silenciosa, como el resto de la sociedad. Y que conste que el nuestro fue un movimiento ins¨®lito, porque ahondaba en la naturaleza de la funci¨®n judicial. Por eso fue ins¨®lito Justicia Democr¨¢tica. No tuvo parang¨®n. Recuerdo que cuando se pregunt¨® a los jueces portugueses sobre si al menos te¨®ricamente apoyaban la posibilidad de un cambio no hubo el menor eco.
P. ?Usted ha llegado a sufrir por la utilizaci¨®n pol¨ªtica que se hizo en la judicatura?
R. La verdad es que la mayor parte de la jurisdicci¨®n cr¨ªtica, la que se refiere a las zonas cr¨ªticas del derecho, la asumi¨® la jurisdicci¨®n castrense durante mucho tiempo. Eso los jueces lo vieron con alivio, salvo cuando se cre¨® el TOP y los delitos de opini¨®n. Pero a¨²n entonces los delitos de sangre pertenec¨ªan a los consejos de guerra, de modo que s¨®lo quedaba una cierta parte: los delitos de opini¨®n. Esto fue c¨®modo para los jueces.
P. Hac¨ªan el avestruz.
R. Pues s¨ª, la verdad. En una situaci¨®n en que no se ve¨ªa cercano un cambio, la tendencia normal era tratar de vivir oculto, tratar de comportarse con dignidad. En realidad, el papel del poder judicial estuvo disminuido durante a?os. Y pues s¨ª, se sufr¨ªa. Al fin y al cabo, la profesi¨®n tiene su atractivo y los que nos dedicamos a ella ve¨ªamos que no estaba ¨ªntegra. Pero, vamos, como digo, la justicia despu¨¦s de la guerra no fue cosa del poder judicial.
P. ?Las gratificaciones que tuvieron los jueces del TOP eran un premio o un est¨ªmulo necesario?
R. S¨ª, hab¨ªa gratificaciones. Tambi¨¦n es verdad que exist¨ªa una cierta peligrosidad: era un plus de miedo. Pero la gente no quer¨ªa ser del TOP por otras razones. A casi nadie le gustaba ocuparse de una jurisdicci¨®n cuya ¨²nica materia eran los delitos de opini¨®n.
"El cargo ¨¦ste es un zarandeo"
P. ?Todav¨ªa no ha sentido la tentaci¨®n de arrepentirse por haber aceptado su cargo?
R. Somos cambiantes. No puedo decir que sea un hombre p¨¦treo, siempre satisfecho de m¨ª mismo. A veces me abandono. A veces no estoy satisfecho de m¨ª ni de mi elecci¨®n, y creo que estar¨ªa mejor con el Aranzadi entre las manos. Porque el cargo ¨¦ste es una sacudida; se rompe la tendencia a buscar el hueco de la libertad positiva, tan alabada por los liberales. Aqu¨ª, en cambio, se tiene una libertad activa, de participaci¨®n. Y supone un zarandeo. A veces parece que te cojan por las solapas y te zarandeen. Entonces caes en las tinieblas exteriores. Cuando prest¨¦ m¨ª asentimiento para que se utilizara mi nombre para este cargo, lo hice porque me parec¨ªa, me parece, que los objetivos que se marcaban en el programa socialista eran dignos de que yo luchara por ellos, de que me esforzara por contribuir a su consecuci¨®n. Luego lo ves de cerca y, aparte de las peque?as ventajas de vanidad -que ya apenas cuentan- y del natural halago y de retribuci¨®n, pues quiz¨¢ pienses que no compensa. Pero esto lo ves cuando est¨¢s demasiado cerca.
P. ?C¨®mo se lleva con sus hijos?
R. Como padre, voy un poco a la deriva. Nunca he cre¨ªdo que los padres tengan la posibilidad de determinar por completo la direcci¨®n de sus hijos. No se sabe nunca los resultados de una influencia demasiado cercana o permisiva. No se sabe nunca por d¨®nde van a salir. Yo siempre he dicho que en problemas de amor y en problemas corporales no lo que no es improvisaci¨®n es obscenidad, y hay que dejarse llevar. Pero en esto de las relaciones paterno-filiales no me atrevo a decir lo mismo. Yo he sido a veces demasiado blando y otras demasiado duro, cambiante seg¨²n el car¨¢cter del momento. Cuando intent¨¦ corregir las desidias y las perezas con imposici¨®n no me sirvi¨® para nada. Y, desde luego, me he dado cuenta de que a lo que m¨¢s puedes aspirar es a no causar da?os irreparables. En cuanto al ejemplo, lo mismo puede ser bueno que malo. El prototipo que marca el padre puede ser exactamente el menos atractivo para el hijo. Creo que mis hijos, hacia m¨ª, han sentido un aprecio, un sentimiento de aprecio, pero no un enamoramiento.
Al fiscal general le digo que es un hombre encantador, comunicativo, simp¨¢tico y paciente. Sin embargo, acaso porque no me cree completamente sincera -y en eso se equivoca- se apresura a explicarse a s¨ª mismo. "Mire: no me parece agradable ser el perpetuo seductor, una de esas personas que est¨¢n deseando agradar. A veces soy comunicativo, pero otras veces soy silencioso y hostil. No tengo un car¨¢cter uniforme. En ocasiones soy incluso adusto. Y es m¨¢s, pienso que en ello encuentro cierta complacencia. Nunca me he esforzado en construir un car¨¢cter a contrapelo de mi temperamento. Pero, claro, hay gente que aprecia esto, un car¨¢cter enterizo, de una pieza. Y claro, me he dicho a veces, cuando se sube a acusar hay que adoptar un papel, hay que jugar. Como el c¨¦lebre camarero de Sartre, que ha quedado como muestra de la literatura universal. Es un camarero y se le nota en el modo perfecto de tomar la servilleta. Bien; pues ¨¦sta es una tentaci¨®n que le puede asaltar a uno a lo largo de su vida. Porque hasta se puede jugar a representar una determinada edad. Y yo hace a?os intent¨¦ jugar el papel de juez. Pero hab¨ªa algo en m¨ª que, no s¨¦, no me parec¨ªa que creara un personaje consistente. A ser fiscal general pues no me adapto, la verdad. Afortunadamente, hace tiempo que renunci¨¦ a construir mi propio tipo. Yo creo que la evoluci¨®n de la especie humana, m¨¢s que una evoluci¨®n hacia la adaptaci¨®n, va hacia la modificaci¨®n de las circunstancias. Y en este sentido me digo: si yo vengo aqu¨ª a ser fiscal, vengo a que las circunstancias se adapten a m¨ª y no yo a las circunstancias. No hago el esfuerzo completo de asumir el papel de fiscal. Y el tipo de di¨¢logo que establezco es el que se me ocurre en cada momento.
P. As¨ª, por fuerza, ser¨¢ usted un metepatas.
R. En efecto. Mi mujer dice que la meto constantemente. Muchas veces me he dejado llevar por el deseo de una r¨¦plica que me parec¨ªa ingeniosa. Ahora este tipo de reacci¨®n tengo que vigilarla forzosamente.
Caso Vinader: "Cuando el tema lleg¨® a mis manos, no hab¨ªa nada que hacer"
El tema Vinader apareci¨® al final de la conversaci¨®n. El fiscal general se detuvo para explicar y volver a explicar su actitud y su punto de vista. M¨¢s de una vez hizo referencia a su conocimiento de cu¨¢nto duelen a la Prensa sucesos as¨ª. "No hab¨ªa el menor resquicio; cuando el tema lleg¨® a mis manos ya no hab¨ªa nada que hacer. No se pod¨ªan mover los hechos de instancia, la ley no lo permit¨ªa. A m¨ª el hecho de anudar una informaci¨®n period¨ªstica, as¨ª en abstracto, con una consecuencia tan fuerte, nunca se me pasar¨ªa por la cabeza, salvo que otros informes vinieran a fundamentarlo. Es decir, en el caso de que usted escribiera que un se?or es malo y que luego apareciera muerto, nunca se me ocurrir¨ªa que usted respondiera por ello. Personalmente, nunca se me ocurrir¨ªa".
P. ?Quiere decir que ahora Vinader no tendr¨ªa problemas con la justicia?
R. Eso no lo digo yo.
P. Pero usted trata de que yo lo deduzca.
R. Usted puede deducirlo si quiere.
P. ?Pero ser¨ªa una ingenuidad por mi parte?
R. Algo precipitado. Ya he dicho que me abstengo de juzgar y de revisar el caso porque yo no puedo ni debo hacerlo. Digo, hablando en abstracto, que una informaci¨®n y un hecho que se refiere de una manera u otra al contenido de la informaci¨®n, para m¨ª no ser¨ªa apreciado como prueba.
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