Lo imperdonable
En marcha, a¨²n la feria tauroisidra, no ser¨¢ malo recordar que si en ella y en todo el calendario taurino unos espaciados fulgores de arte, la antigua est¨¦tica de su escenograf¨ªa ritual, o tal o cual gesto o instante de verdadero valor o abnegaci¨®n, a¨²n pueden justificar precariamente la supervivencia de las corridas de toros y novillos, tales elementos brillan del todo por su ausencia en otras celebraciones corr¨²petas que no suelen llegar a los medios de difusi¨®n y que sostienen sumamente abyectas realidades e im¨¢genes de la Espa?a negra.Bien pocas pel¨ªculas me han sacado de un cine por conmoci¨®n; una, nacional, de hace algunos a?os, Espa?a ins¨®lita, lo consigui¨®: apenas pude remontar el aterrado alucine que me estaba causando ver en ella la larga, cruent¨ªsima y cobard¨ªsima muerte de un toro, a cargo de un pueblo entero, mediante sogas, navajas, garrotes y hasta a mordiscos. Encantadora fiesta, que se repetir¨¢ esta primavera, verano y asomo de oto?o en 10, 30 o 100 localidades de Espa?a, y en nombre de ib¨¦ricas tradiciones, costumbres inveteradas y otros biensonantes etc¨¦teras, incluido el sociopopular.
Quieras que no, se pregunta uno hasta qu¨¦ punto puede llamarse y ser soberana la voluntad mayoritaria de una poblaci¨®n, Matilla del Remolachar, Montecueque o San Seren¨ª de la. Pur¨ªsima, cimentada para esas diversiones en las m¨¢s desamparadas sordidez, incultura y burricie, y hasta d¨®nde es permisible tal soberan¨ªa, que, seg¨²n entiendo, un Gobierno y un ayuntamiento socialistas, si no lo hicieron otros, parecen llamados a encarar y a interferir antes o, despu¨¦s, aun por decreto y aun contra toda argumentaci¨®n de voluntad popular, ra¨ªces seculares y otras defensas de lo que no es m¨¢s que atroz salvajismo mondo y lirondo.
Voluntad y ra¨ªces
Por supuesto que tales voluntad y ra¨ªces est¨¢n ah¨ª, llueven de lejos y su realidad no es cuestionable. Es su continuidad la que lo es. Peliagudo asunto, ciertamente. Pero, en ceremoniales como el referido, lo que es a uno ni le vale su no an¨¦mico esp¨ªritu libertario ni cuanto de saludable tiene aferrarse a todo lo propio como vindicaci¨®n de lo iaacional y rechazo de la. pestis yanqu¨ªfera que nos pringa la boca de ok¨¦is, y hace por arrodillarnos y dar al traste con lo que somos. Pertrechos hay para combatirla, y muchos, que no sean aqu¨¦llos.
?Qu¨¦ sangrientas, subconscientes transcripciones inquisitoriales, cidios soterrados, reprimidos atavismos de muerte, trenes de barbarie prehist¨®rica, hacen que todo un pueblo, una vez al a?o, se ensa?e, festejada y jaleadamente en su antiguo t¨®tem, en un bicho amarrado y entregado a sus calles?
Pero tampoco hay que llegar tan lejos (que se llega en muchos lugares): no tan terror¨ªficas e inmundas, pero no menos negativas y de recomendable desaparici¨®n (o, al menos, razonable reglamentaci¨®n), son tantas pueblerinas capeas, y cuchipandas con vaquillas inermes. Su fondo viene a ser lo mismo, y a¨²n cabe agregar a ellas, las preparatorias y degradantes charlotadas y los toros del aguardiente, recientes y just¨ªsimos promotores de muertos, tuertos y lisiados. Podr¨ªa decimos alg¨²n Tiu. Pericu que ellos lo han sido por su gusto, pero habr¨ªa que pregunt¨¢rselo a los que de esos ca¨ªdos a¨²n puedan contestar.
Como padre Flanagan, como caballero moralista o como resuelto autoritario (y lo digo por lo de los decretos y reglamentaciones), no creo que haya muchos que me piensen, y hacen bien. Lo que pasa es que, seg¨²n dijo Rafael, El Gallo, ante un toro que lo miraba demasiado a los ojos, hay cosas con las que uno no puede. Que no.
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