La c¨¢bala y los prism¨¢ticos, elementos necesarios para el an¨¢lisis de la realidad pol¨ªtica sovi¨¦tica
No son coquetones binoculares de teatro de esos tan delicados que a¨²n se encuentran en los anticuarios de Mosc¨²; son recios prism¨¢ticos de campa?a. La tribuna de Prensa extranjera del Soviet Supremo (Parlamento sovi¨¦tico) termina pareciendo, inevitablemente, un rinc¨®n del hip¨®dromo.Las dos sesiones anuales del Soviet Supremo -cada una de ellas, por lo general, de dos d¨ªas de duraci¨®n- dan una de las pocas oportunidades que se tienen de ver, aunque sea de lejos, a los m¨¢ximos dignatarios sovi¨¦ticos. Entonces, con la fatal cara de bobo que siempre se pone cuando se mira fijamente a trav¨¦s de un par de binoculares, analistas que son de lo m¨¢s fino que hay en Occidente escrutan entre las filas del Politbur¨® en busca de cualquier detalle que pueda ser altamente significativo: una torpeza en el andar, un temblor de manos y, eventualmente, un rostro cansado, un gesto adusto, un amago de somnolienta e involuntaria cabezada...
Las ausencias -sobre todo las ausencias-, el orden de las intervenciones... Todo puede terminar confirmando un rumor que muchas veces no se sab¨ªa si era s¨®lo un chascarrillo de c¨®ctel o una filtraci¨®n de buena fuente.
Siempre -el m¨¦todo se impone, dada la imposibilidad casi absoluta de confirmar a fondo los hechos- se recurre a la b¨²squeda de antecedentes: ?Breznev (o Kruschev, o Stalin, o Lenin) permanec¨ªa a veces fuera de la sala del Soviet Supremo al principio de las reuniones, como por ejemplo hizo Andropov el pasado viernes? De no ser as¨ª, ?puede tener alguna interpretaci¨®n esta ausencia?
Generalmente, son hechos sin ning¨²n significado, como termina comprob¨¢ndose. La b¨²squeda de antecedentes, no obstante, es siempre dif¨ªcil, porque la media de estancia en Mosc¨² de un corresponsal o un diplom¨¢tico occidental alcanza apenas los tres a?os. Afortunadamente, hay alguna excepci¨®n, unos -pocos- buenos archivos y el inevitable memori¨®n, que es capaz de recordar la pugna Kruschev-Malenkov con el lujo de detalles con que un viejo aficionado de Sevilla adornar¨ªa el relato de una faena de Joselito en la Maestranza.
Pero todo esto es un juego de ni?os si se compara con las historias que se han contado tantas veces en los corrillos occidentales de Mosc¨², como esa que hace referencia a la batalla m¨¢s escatol¨®gica emprendida en la historia del espionaje, cuando servicios secretos del mundo capitalista trataron -al parecer, infructuosamente- de recoger unas muestras de los excrementos de Le¨®nidas Breznev durante sus viajes al extranjero para conocer su estado de salud, que siempre se vio envuelto por los rumores, excepto precisamente el d¨ªa en que muri¨® de verdad.
M¨¦todos dudosos
Los m¨¦todos de los llamados kremlin¨®logos no suelen ir, sin embargo, tan lejos, y ¨¦stos tienen que conformarse, muchas veces, con fr¨¢giles resultados. Esta semana, en la sala de Prensa extranjera del Soviet Supremo, se ve¨ªan muchas caras largas. Si no se puede decir exactamente que se jurase en s¨¢nscrito, s¨ª puede afirmarse que se utilizaba para ello al menos media docena de lenguas vivas.
La raz¨®n de tales enojos era simplemente, que fuentes informativas de probada eficacia anterior parec¨ªan haberse vuelto locas -todas de pronto y a la vez-, dando como seguros unos pron¨®sticos que, posteriormente, termi naban siendo desmentidos por lo hechos. Algo as¨ª comenz¨® a suceder ya al principio de la era Andropov, despu¨¦s de un a?o -el de 1982, durante el que se desarroll¨® la lucha por la sucesi¨®n de Breznev- que hab¨ªa sido especialmente rico en filtraciones de fuentes oficiosas. Pero esta vez las gruesas murallas del Kiremlin aguantaron bien los secretos y nadie fue capaz de adivinar, antes de que se diera informaci¨®n oficial, qu¨¦ se hab¨ªa decidido en el pleno del comit¨¦ central.
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