El pu?al del gurka
Cuando leo o escucho los comentarios sobre Latinoam¨¦rica, sobre su incesante drama, sobre la agresi¨®n yanqui, sobre la posible mediaci¨®n espa?ola en aquellos conflicto, etc...., en una palabra, todo lo que se dice en nuestro pa¨ªs sobre esos otros a los que no es demasiado ret¨®rico llamar hermanos, siempre pienso en lo dificil que resulta ser un amigo legal y un consejero justo de alguien respecto a quien se siente complejo de culpa. Porque la indignaci¨®n por los males presentes, tan evidentes, obnubila para rastrear sus ra¨ªces pasadas, complejas y discutibles; porque la urgencia de caracterizar negativamente al enemigo impide exponer con suficiente sensatez qu¨¦ debilidades de nuestros amigos han posibilitado e incluso exigido su agresi¨®n; porque una simpat¨ªa y una compasi¨®n embarazosamente silvestre ocultan a menudo una despreocupaci¨®n paternalista por los aut¨¦nticos datos del problema. Cualquiera es antiimperialista, pero muy pocos dedican 20 minutos al a?o a intentar ir m¨¢s all¨¢ de las proclamas ret¨®ricas para uso de bellas almas deseosas de catarsis por v¨ªa panfletaria. En lo tocante a nuestras sublimaciones, seguimos siendo colonialistas: estamos dispuestos a ser guerrilleros por procura y a compartir alucinatoriamente la batalla entre el bien y el mal que se libra confortablemente lejos. ?Aquello s¨ª que es vida y no la mediocridad de la cochina y burguesa Europa! Ser¨ªa una l¨¢stima que esos h¨¦roes doloridos que nos compensan de tantas frustraciones lograsen alguna forma de equilibrio y fueran decepcionantemente recuperados por la sociedad de consumo...Uno de los m¨¢s tristes productos del imperialismo colonial es la mitolog¨ªa tercermundista. Se trata de un arsenal de semi-explicaciones, donde se mezclan con m¨¢s ¨¦nfasis que raz¨®n la autoindulgencia, el sentimiento de inferioridad y la rabia por las ocasiones perdidas, todo ello abodabo con exaltantes promesas de radiante destino. Pero, sobre todo, se establece la imagen del gran culpable de todos los males pasados y presentes, el imperialismo como fase final del capitalismo (?se dice as¨ª?), que ayer pudieron ser espa?oles o ingleses y que hoy son fundamentalmente los yanquis. En la famosa carta a su padre escribi¨® Franz Kafka: "No voy a afirmar que soy lo que soy por tu culpa, pero tiendo a incurrir en tal exageraci¨®n". Menos cautos que el poeta checo, los ide¨®logos del tercermundismo no vacilan en responsabilizar totalmente de la miseria y violencia end¨¦mica de sus naciones al vampiro gringo. La caracterizaci¨®n diab¨®lica del imperio alcanza a veces acentos propios de La guerra de las galaxias, con las enormes bestias mec¨¢nicas del mal buscando por la jungla a los ¨²ltimos hombres libres para aniquilarlos. La desdichada guerra de las Malvinas, cuyos ¨²nicos frutos han sido varios cientos de j¨®venes muertos y la bienandanza pol¨ªtica de la se?ora Thatcher, brind¨® algunos de los ejemplos recientes m¨¢s obtusos de ret¨®rica tercermundista. La obsesi¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez por los gurkas y sus fechor¨ªas es el m¨¢s persistente de ellos. Los gurkas son ya para el gran Gabo como las Vulpes para el m¨ªnimo Ans¨®n: un esc¨¢ndalo truculento con aceptables posibilidades propagand¨ªsticas. La imagen de los sicarios del imperio que contraataca, agitan do sus yagatanes y lanzando espumarajos de rabia como posesos, aullando, decapitando y sodomizando a los alarmados porte?os que esperaban m¨¢s fair play, se le ha vuelto casi imprescindible al autor de Cien a?os de soledad. Tal se dir¨ªa que las colonias se defienden hoy a cuchilladas y que los Exocet est¨¢n s¨®lo para promocionar la feria de muestras tecnol¨®gicas... Pero lo malo no es que se pinte a los gurkas (o a las Vulpes) como peores de lo que son, sino que de ese modo se pretenda ocultar, bajo una m¨¢scara gesticulante, tendencias hist¨®ricas poco edificantes y aspectos concretos de la cuesti¨®n americana que la ideolog¨ªa no logra maquillar.
La ortodoxia tercermundista establece que los pa¨ªses latinoamericanos viven en la explotaci¨®n cr¨®nica de los m¨¢s por los menos y en el gorilismo pol¨ªtico a causa del imperialismo yanqui, que no les permite otra opci¨®n. Sin negar ni un ¨¢pice del actual peso inhumano del matonismo gringo, ?no cabr¨ªa se?alar que fue la explotaci¨®n y el subdesarrollo pol¨ªtico quienes entregaron Latinoam¨¦rica al imperialismo yanqui, y no al rev¨¦s? La doctrina leninista de que los pa¨ªses ricos deben toda su abundancia al expolio de los pa¨ªses pobres sirve mejor para describir el resultado que para explicar la g¨¦nesis del proceso. La Norteam¨¦rica anglosajona entra en la historia (acepto, claro est¨¢, todas las reservas y precisiones que sobre esta expresi¨®n desaforadamente optimista hizo en estas mismas p¨¢ginas Rafael S¨¢nchez Ferlosio) m¨¢s tarde y m¨¢s desprovista que cualquiera de los pa¨ªses latinoamericanos. En 1700, un observador hubiera podido suponer que el destino de ese pu?ado de colonos era acabar bajo la f¨¦rula espa?ola o francesa. Tres cuartos de siglo m¨¢s tarde, cuando se proclama la independencia, ese experimento pionero de republicanismo igualitario era m¨¢s bien fr¨¢gil y, desde luego nada amenazante para sus vecinos. Todav¨ªa a finales de los a?os sesenta del siglo XIX, apenas repuestos de cinco a?os de cruel guerra civil, la marina de EE UU era inf¨¦rior a la de Chile, pa¨ªs triunfador de la guerra del Pac¨ªfico. Y ahora, ah¨ª lo tenemos. ?Se debe su ¨¦xito exclusivamente al saqueo de sus vecinos, puesto que sias recursos naturales no eran er, principio tan abrumadoramente superiores a los del resto del continente? ?O fueron m¨¢s bien esos vecinos, desiguales herederos del prestigio perezoso y paternal¨ªsta de los hacendados espa?oles, fascinados por el machismo pol¨ªtico de los caudillos, abrumados por un crecimiento demogr¨¢fico salvajey bendecido por el catolicismo romano (todav¨ªa suele ir de vez en vez un Papa por all¨ª para reforzar el mal), sectarios y tribales en la organizaci¨®n nacional, hipercentralista -?de nuevo la herencia espa?ola!- en lo administrativo, quiertes se pusieron bajo la protecci¨®ri americana contra Europa mediante la doctrina Monroe y luego acabaron enfeudados a sus m¨¢s afortunados y poco escrupulosos hermanos del Norte? Desde luego, en la histor¨ªa no hay pa¨ªses buenos ni malos, aunque todas las historias naci¨®nales se escriben de ese modo. Lo que ocurre es que hay f¨®rmulas pol¨ªticas que garantizan mejor que otras, no s¨®lo la libertad de los individuos, sino tambi¨¦n la gesti¨®n eficaz de lo colectivo. Para conocer la ra¨ªz del poder¨ªo de EE UU no hay que empezar por leer EL imperialismo, estadio supremo del capitalismo, de Lenin, sino La democracia en Am¨¦rica, de Tocqueville.
Ciertamente, el imperialismo yanqui -es decir, una desatada avidez econ¨®mica cada vez menos realista, ?adobada con anticomunismo paranoico- fue ayer y es hoy una permanente amenaza para la regeneraci¨®n social y pol¨ªtica de los pa¨ªses latinoamericanos. Norteam¨¦rica ha apoyado a los peores s¨¢trapas del continente (Somoza, Batista), ha intervenido con sus marines directamente en Nicaragua o Santo Domingo, ha intrigado para derrocar Gobiernos leg¨ªtimamente democr¨¢ticos (Chile). Hoy colabora con una represi¨®n sin perspectivas negociables en Guatemala o El Salvador y est¨¢ contrayendo una grav¨ªsima responsabilidad hist¨®rica al empujar con su cerco agresivo al Gobierno sandinista a una desesperada y a¨²n evitable tentaci¨®n totalitaria. Pero la pacificaci¨®n de la Am¨¦rica convulsa no puede ser antiyanqui; es decir, no puede ir contra el ejemplo de proyecto democr¨¢tico y de modernizaci¨®n pol¨ªtica que EEUU representan hist¨®ricamente frente a f¨®rmulas subdesarrolladas de jefatura caciquil, tan arraigadas en el resto del continente. Crear uno, dos..., muchos Vietnam es exactamente lo contrario de intentar liberar Latinoam¨¦rica del tercermundismo que la agobia. Porque lo que amenaza la garganta de nuestros medio hermanos de aquellas tierras no es s¨®lo el t¨®pico y ret¨®rico pu?al del gurka, sino tambi¨¦n la exaltaci¨®n beata del padre de la patria -ll¨¢mese Rosas, Per¨®n o Castro-, el indigenismo, no culturalmente diferencial, sino retr¨®grado y morboso, el milenarismo oscurantista y fatal que mezcla la nefasta sustancia cat¨®lica con el m¨¢s simple catecismo marxista. Si el Gobierno espa?ol pretende ayudar a la emancipaci¨®n y pacificac¨ª¨®n de Latinoam¨¦rica -y no s¨®lo por pujos de un arrogante liderazgo cultural, que ya nos viene grande- debera, propiciar cuanto razonablemente rechace la alternativa heroica entre imperialismo y tercermundismo. No vaya a ser que de correveidiles de los unos nos convirtamos de la noche a la ma?ana en tontos ¨²tiles de los otros, y siempre en detrimento de los mismos...
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