Patxi Andi¨®n: el largo camino hacia la fuente Juvencia
Entre los miles de espejitos que recubren las paredes de la sala de fiestas Windsor de Madrid (como si fuese el interior de una mina de diamantes ideada por un escen¨®grafo de comedia musical de Hollywood), inici¨® la otra noche su recital Patxi Andi¨®n -con una camisa de manga ancha muy nueva ola- evocando canciones prohibidas. Los bastantes temas que desde su primer elep¨¦, en 1969, le prohibi¨® la censura franquista.Canciones sobre bohemia, sobre mansa prostituci¨®n, sobre pensiones y hambre, y, antiguos compa?eros que han triunfado y no le hacen ya caso a uno. Evocaciones de Garc¨ªa Lorca (un Verde que te quiero verde, entre gamas esmeraldinas del rayo l¨¢ser), y como yo le dec¨ªa a Dorian Gray, que ven¨ªa conmigo, por fortuna es hoy incomprensible y hasta parece no poco demencial que estas canciones pudieran ser consideradas subversivas y multadas por ello. Suenan ahora azucaradas y tristes, como un antiguo domingo por la tarde en una confiter¨ªa.
Patxi Andi¨®n
Recitales de canciones.Sala Windsor. Madrid. 28 de junio.
Un maestro rojo
Hay otra -muy machadiana- que habla de un maestro de pueblo, rojo, que termina por ser expedientado s¨®lo por sus ideas, de lo m¨¢s constructivas, regeneracionistas y ganivetianas. Pero s¨ª -le tornaba a decir a Dorian-, as¨ª era, en tal pa¨ªs viv¨ªamos. Y Patxi, voluntarioso, con guitarra o sin guitarra, cantaba: "Hay una Espa?a gris que se nos muere / y otra que resucita, como de nieve".Y el p¨²blico (que posiblemente estaba de acuerdo con todo esto hace m¨¢s de siete a?os) escuchaba atento, triste, demasiado melanc¨®lico, entre los fidgores de los espejitos que demandaban una fiesta inexistente.
Dorian Gray coment¨® que, en su barrio (y los barrios son el encanto de las ciudades), a esa gente oronda, con buen aspecto y comodidad o seguridad en la vida, o simplemente algo mayores, les llamaban mafiori. Bonito t¨¦rmino que ni V¨ªctor Le¨®n ni Villar¨ªn ni Umbral citan en sus sugeridores diccionarios. Bueno, pues Patxi Andi¨®n cantaba, evocaba la vieja protesta en un ¨¢mbito diamantino de mafioris. Faltaba juventud.
Cuando se inici¨® -sin pausala segunda parte, el ritmo y la posible alegr¨ªa fueron creciendo, Con la bella canci¨®n de Lucio Dalla -que Patxi enton¨® bien- de los sue?os en el metro, tan italiana en su decir, en su gesticulaci¨®n y en su ritmo. Con Canela pura, llena de sones caribe?os que "le llueven a mi morena de la cintura".
Y ah¨ª s¨ª, me dijo Dorian, empezaba a encontrar sentido a su noche. Eso parec¨ªa otro viaje. Y era el ¨²ltimo disco del cantante, Amor primero. Porque es bueno estar con la libertad, con la justicia, con la moral liberal y abierta, con la tolerancia m¨¢xima; pero cansa imitar con todo eso un pret¨¦rito catecismo. El tema que da t¨ªtulo al elep¨¦ -aunque sin la voz femenina de Mocedades- es bonito y qued¨® bien. Melanc¨®lico, arrullador, r¨ªtmico, con morri?a de "Cuando el beso era amor / y el amor tanto". Juventud, ven¨ªa bien que volvieras. La antigua nostalgia pesa mucho y la noche veraniega quer¨ªa ofrecer otras ansias. Y coment¨¦ con Dorian el acerado aforismo de nuestro Oscar Wilde: "Ser joven es, por s¨ª mismo, una especie de genialidad".
Babelia
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