Muda de verano
He aqu¨ª a un sujeto que lleg¨® al fondo de su yo a trav¨¦s de la ensalada de apio. Era un ser rodeado de cosas. Ten¨ªa un perro, cuatro hijos, dos coches, una mujer tan redonda como ¨¦l mismo, un canario flauta, un jefe al que le ol¨ªa el aliento, una bicicleta est¨¢tica, una secretaria, un piso con terraza, una b¨¢scula a la que se le hab¨ªa saltado la aguja, un mes de vacaciones, una tarjeta Visa, un abono del Real Madrid, diversas porcelanas, fasc¨ªculos y bandejas de plata, cuarenta y tantos a?os de vida, algunas arrobas de m¨¢s y una mirada melanc¨®lica de buey. Estaba deprimido. Una masajista diplomada le pasaba la garlopa por los vol¨²menes del cuerpo y le sacaba virutas de manteca dos veces por semana. Era uno de esos gordos que hunden el catafalco del psicoanalista. Pod¨ªa suicidarse, apu?alar a su se?ora, huir a Brasil con la n¨®mina de la empresa o hacerse musulm¨¢n, pero ¨¦l s¨®lo deseaba meter la calva incipiente en el ¨²tero de su madre y convertirse en una carpa. Los se?ores, a cierta edad, suelen atravesar turbios lances de semejante estilo. ?Ve usted a ese subsecretario tan mayor sentado en la poltrona de mando? En el subconsciente, tambi¨¦n quiere navegar como un salmonete en la tibia placenta de su mama¨ªta, llenarse el bigote con los grumos viscosos de esa. mujer que est¨¢ en el retrato ovalado colgada de una pared del comedor. La depresi¨®n es un estado de lucidez. Este elemento hab¨ªa alcanzado una etapa de la existencia en la que se ve con claridad la peque?a bazofia rutinaria que a uno le rodea. Se sent¨ªa atrapado por un mundo de cacharros familiares, de amores usados, de horarios sometidos. Jam¨¢s podr¨ªa seducir a aquella adolescente rubia y amoral que le tentaba lascivamente desde el balc¨®n de la playa con la pompa del chicle en la boca entreabierta. Ella fue tal vez el dispositivo que le hizo saltar la neura. Por otra parte estaba el psicoanalista.-S¨®lo existe una f¨®rmula.
-?Cu¨¢l?
-Haz en cada momento lo que m¨¢s te apetezca.
-Eso no es f¨¢cil. Tendr¨ªa que causar mucho da?o.
-No importa.
-Hay personas a las que quiero todav¨ªa.
-Av¨ªsalas. Llega con ellas a un acuerdo.
Despu¨¦s de varias sesiones en el div¨¢n del psicoanalista comenz¨® a darle vueltas a una idea obsesiva: la falta de libertad produce c¨¢ncer. Aquella gorda que se pasaba los d¨ªas bordando almohadones y comiendo pasteles, los hijos que parec¨ªan cuatro m¨¢quinas tragaperras, el jefe de la oficina que le echaba el aliento podrido en el pescuezo, las babuchas, la butaca ra¨ªda por su inmenso trasero delante del televisor, el mes de vacaciones en Gand¨ªa, con la sombrilla, los flotadores y los cubos de pl¨¢stico; el tedio de media tarde dando leng¨¹etazos, en pantal¨®n corto, a un cucurucho de helado, seguido de la prole por la linde de la playa, era el horizonte cerrado de este padre de familia, antiguo h¨¦roe del espacio con mechero dunhill, convertido ahora en un volquete de tocino con los muslazos de paquidermo, el oleaje de la papada sumergido en la densidad de las tetillas y aquella barriga que doblaba la esquina cinco minutos antes que ¨¦l. ?D¨®nde ten¨ªa el yo? Probablemente, en el rinc¨®n m¨¢s insospechado debajo de aquel mont¨®n de grasa.
Tentaciones lascivas
Para mayor desgracia, fuera de su cuerpo era verano, un tiempo en que la gente trata de alargar el brazo hasta el infinito y s¨®lo consigue atraparse por detr¨¢s el propio culo. En la mar hab¨ªa torsos juveniles de aceite que agitaban la inocencia del esperma, la sal de los ovarios recientes contra la luz harinosa. Ante la mirada de este cuarent¨®n desvalido se suced¨ªan rel¨¢mpagos de carne en forma de cl¨¢usulas idealistas del cerebro, las muchachas bailaban en la arena sobre los dracmas perdidos, sobre los denarios enterrados en la orilla. Canoas de color naranja cruzaban por encima de ¨¢nforas naufragadas, y aquella adolescente del balc¨®n no cesaba de tentarle lascivamente haciendo estallar la pompa del chicle en la boca entreabierta. Ten¨ªa un deseo feroz de transfigurarse, de cogerse a un asa de viento y subir a un cohete espacial que lo llevara a un lugar donde nunca m¨¢s sintiera esa terrible ansiedad en el diafragma. En medio de la depresi¨®n, se contemplaba las grietas del viente, se palpaba las varices (esos gusanos azules con n¨®dulos que le trepaban por las pantorrillas), se miraba en el espejo las bolsas de pulpo, y entonces s¨®lo quer¨ªa huir, o apu?alar al ser m¨¢s querido, o meter la cabeza en el cubo de la basura; pero la mujer, casi tan gorda como ¨¦l, llena de melindres, acababa de sacar la cena a la terraza.
-Cari?o, aqu¨ª est¨¢n los canelones.
-?Santo Dios!
-Tienes cochinillo de segundo.
-Ac¨¦rcame el pan, oye.
-De postre hay tarta de fresa.
La barriga le funcionaba a toda m¨¢quina, se le hab¨ªa convertido en una hormigonera. Com¨ªa y odiaba. Se inflaba a¨²n m¨¢s, y luego los embutidos le sum¨ªan en una modorra poblada de sue?os de lolitas desnudas, aparatos de gimnasia, aventuras galantes, viajes, al tr¨®pico y anuncios de Martini. En el fondo de la postraci¨®n, balance¨¢ndose en la hamaca, este sujeto recordaba la advertencia' del psicoanalista: la ¨²nica forma de librarse de la tenaza consiste en imponerse la obligaci¨®n, como el que se toma una medicina, de hacer en cada momento lo que a uno le apetece, caiga quien caiga, por encima de las reglas sociales o los h¨¢bitos de la familia. Se trata de un envite entre la libertad o la destrucci¨®n. Detr¨¢s de la angustia del hombre que se siente atrapado acecha siempre el c¨¢ncer. ?l quer¨ªa cambiar de yo. Estaba esperando una oportunidad para huir. Lejanas bah¨ªas azules, islas de cal con palmeras, veleros atracando en Amalfi, dorada juventud de venas palpitantes bajo los bronces carnales. Hab¨ªa acariciado la idea de quedarse solo durante el verano despu¨¦s de pactar una tregua. Pod¨ªa haber dejado el d¨¢lmata en la perrera municipal, mandar los hijos a un campamento, imaginar que a su mujer se la hab¨ªa llevado la gr¨²a y ¨¦l no la reclamaba; pero all¨ª, en la terraza de la playa, estaba ella bordando almohadones, los ni?os gritaban y hab¨ªa que taparles la boca con un helado, el perro ladraba, y abajo, en el paseo, se ve¨ªan cuerpos imposibles de alcanzar.
-?Me quieres todav¨ªa?
-S¨ª.
-Ma?ana te har¨¦ una fabada.
-Est¨¢ bien. C¨¢rgala de morcilla.
Quer¨ªa escapar. ?D¨®nde ten¨ªa el yo? Tal vez en el fondo del propio laberinto de mantequilla, a la sombra del bazo. Le quedaban algunas salidas: suicidarse, matar a su se?ora y huir a Brasil con todos los sobres de la empresa en compa?¨ªa de una ramera oxigenada. Le faltaba arrojo de ese calibre. Pero de pronto se le ocurri¨® la ¨²ltima f¨®rmula de salvaci¨®n. Decidi¨® someterse a un riguroso plan para adelgazar. S¨®lo de este modo podr¨ªa fugarse hacia dentro de s¨ª mismo en busca de su yo. Comunic¨® la noticia a la mujer, y ella, soltando un grito de s¨²bita felicidad, le dijo que quer¨ªa acompa?arle tambi¨¦n en ese viaje. La pareja de gordos penetr¨® a continuaci¨®n, con un alegr¨ªa furiosa, en la alucinada marcha atr¨¢s de las calor¨ªas. Parec¨ªa una bobada, pero la obsesi¨®n por recobrar el esqueleto llen¨® de sentido toda una existencia. Se encontraba ante una filosof¨ªa con varias escuelas de peso ideal: el r¨¦gimen de los astronautas, la dieta del pomelo, de los hidratos de carbono, del huevo duro, del grano de arroz crudo antes de dormir. Al d¨ªa siguiente, su vida se llen¨® de un panorama de alcachofas, esp¨¢rragos, zanahorias, apio, remolacha, espinacas, jud¨ªas tiernas, puerros, calabacines, lechugas, escarolas, y en el horizonte vegetal ve¨ªa bailando a aquella adolescente del chicle que le incitaba imaginariamente a perderse con ella.
Nunca hab¨ªa experimentado una pasi¨®n tan desmedida. Acababa de iniciar las vacaciones, y para purificarse por completo se someti¨® durante tres jornadas seguidas a una cura de agua mineral con una infusi¨®n de t¨¦ diur¨¦tico. Lo hab¨ªa le¨ªdo en una revista del coraz¨®n. La vejiga de este hombre comenz¨® a drenar pelotas de sebo; muy pronto, una cierta espiritualidad herb¨®rea se le instal¨® en la cara, y el fanatismo acab¨® por inundarle la cabeza con una especie de b¨¢lsamo. Se hizo un experto en tablas de calor¨ªas, pesos, medidas, grasas, prote¨ªnas y metabolismos. S¨®lo com¨ªa ensaladas con la devoci¨®n m¨ªstica de una cabra, y de momento se sent¨ªa feliz. Era un explorador que se abr¨ªa paso con el machete en una selva de verdura hacia las fuentes de la eterna juventud. Un poco m¨¢s y podr¨ªa ponerse el pantal¨®n del a?o pasado. En el cuarto de ba?o ten¨ªa una b¨¢scula con la que hab¨ªa establecido una intimidad er¨®tica. Aquella aguja estaba bajando. La pareja entr¨® en competici¨®n. Se desinflaba unos cent¨ªmetros cada d¨ªa, y por casa se o¨ªgan gritos de victoria cuando ca¨ªan las marcas. Su mujer le acompa?aba en la huida, y actuaba de forma tan asc¨¦tica, que pr¨¢cticamente hab¨ªa clausurado el est¨®mago. A veces corr¨ªa la cremallera de la boca, se met¨ªa por el tubo una lechuga o un r¨¢bano y la cerraba. Estos dos globos sentados en sillones de mimbre en la terraza de la playa se deshinchaban en silencio con la mirada perdida en el infinito.
-Estoy encantado.
-Yo tambi¨¦n, cari?o.
-Ahora me pongo de pie, miro hacia abajo y ya casi puedo verme las rodillas.
En la primera semana perdi¨® un kilo diario y no sab¨ªa a d¨®nde iba a parar aquel alijo de grasa, aunque con ¨¦l pod¨ªa haber fabricado otro ni?o. En principio s¨®lo notaba una ligereza debajo de los alerones. Comenz¨® a imaginar mundos ex¨®ticos, aquel espacio de belleza juvenil cuando ¨¦l era campe¨®n en salto de altura en el distrito universitario y las novias le mord¨ªan el cuello. En la vida siempre hay un momento estelar: ¨¦se en que uno decide huir o romper la soga, y este h¨¦roe diet¨¦tico lo estaba consiguiendo. Dentro de poco alcanzar¨ªa a tocar con las manos el empeine sin doblar las corvas. Luego lograr¨ªa levantar la r¨®tula hasta las cejas. Despu¨¦s har¨ªa alpinismo, boxeo, lucha libre, yudo, nataci¨®n, remo, y finalmente se comprar¨ªa un equipo de tenis. Hab¨ªa una forma de escapar hacia dentro, de mudar la piel de serpiente, un m¨¦todo f¨ªsico para cambiar de yo sin abandonar el sill¨®n de mimbre. Bastaba con adelgazar hasta coger una silueta transparente y dejar la cabeza a los sue?os de inmortalidad. Mientras tanto, la zanahoria rallada y el huevo duro hac¨ªan su trabajo, le iban esmerilando las fibras del magro, y entonces unos pellejos como pergaminos comenzaron a colgar a modo de colada de los altos huesos del hombre; pero en este tiempo a¨²n se reconoc¨ªa en el espejo. Pod¨ªa decirse que todav¨ªa era el mismo ser.
-?Me quieres?
-S¨ª.
-En la farmacia venden un t¨¦ maravilloso. Te lo tomas y meas ya las criadillas.
-C¨®mpralo.
-?Me quieres?
-S¨ª.
Despu¨¦s de un mes de brega alucinante con la dieta, al final de las vacaciones, la pareja tambi¨¦n se reconoc¨ªa mutuamente. Estaban todo el d¨ªa juntos. Hac¨ªan un amor consabido. Incluso una ternura extra?a hab¨ªa brotado entre ellos. Pero algo espiritual suced¨ªa en aquella terraza. Hab¨ªan perdido alrededor de 30 kilos cada, uno y ten¨ªan la sensaci¨®n de que sus cuerpos volaban hacia una lejan¨ªa contraria. La cadena de ganglios del hombre fue la primera en romperse. Aquella ma?ana en que la familia hac¨ªa las maletas para volver a la ciudad, este sujeto sinti¨® un breve estallido, como si una burbuja le hubiera reventado bajo las costillas. En ese momento se hab¨ªa producido en su persona un salto cualitativo. Se mir¨® en el espejo y vio all¨ª a un se?or desconocido. La ¨²ltima ensalada de apio le hab¨ªa roto el yo. Cuando sali¨® del cuarto de ba?o, la mujer lanz¨® un grito de asombro en el pasillo.
-?Qui¨¦n es usted?
-Soy Pepe. ?Y usted?
-Leonor.
-Tanto gusto.
-El gusto es m¨ªo.
El antiguo Pepe y la antigua Leonor regresaron a Madrid en el mismo coche, con el perro, los hijos y los paquetes, haci¨¦ndose las caricias de esos seres que se acaban de conocer. En la playa hab¨ªan dejado entre los dos unos 60 kilos de grasa, el equivalente a otro individuo. Finalmente, el tipo hab¨ªa huido. En ese instante estaba solo en la playa, tomando una cerveza. Este mont¨®n de grasa, en adelante se llam¨® Nicol¨¢s. Era libre. Acababa de ligar con la adolescente del chicle.
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