"Prestamos un servicio social", afirma el director de los centros municipales
Jos¨¦ Carlos Falc¨®n, casado, de 30 a?os, tiene un hijo, y es licenciado en Psicolog¨ªa. Trabajaba como administrativo en el ayuntamiento hasta que Narciso Torrente, entonces concejal de Sanidad, le dio la oportunidad de dirigir el albergue municipal. Desde entonces, hace ya dos a?os, el nuevo director se ha volcado -son palabras de los hu¨¦spedes entrevistados- en la atenci¨®n social y humana del personal a su cargo.Falc¨®n es largirucho y barbirrojo. Cuando torn¨® posesi¨®n de su puesto de director las cosas no estaban tan mal, los tiempos hab¨ªan cambiado algo, pero, aun as¨ª, lo que vio no se amoldaba a lo que ¨¦l entend¨ªa que debe ser un albergue para personas necesitadas.
"Albergue de mendigos" son s¨®lo palabras que enmascaran una realidad mucho m¨¢s compleja. No todos sus ocupantes son mendigos. En algunos casos se trata simple mente de personas que tendr¨ªan que estar en un sanatorio psiqui¨¢trico; otros son desesperados por la falta de trabajo o por alguna circunstancia personal, que podr¨ªan reincorporarse a la vida social si tuvieran la posibilidad de hacerlo. Otros son, simplemente, personas necesitadas de apoyo exterior, que no podr¨ªan valerse por s¨ª mismos
"En estos dos a?os lo que estamos haciendo es eliminar la con cepci¨®n de que un albergue es un sitio donde se recoge a la gerite por caridad, por otra que lo define como un centro en el que se presta un servicio social, y en el que la personas que lo habitan tienen que tener reconocido, como m¨ªnimo, el derecho a su propia dignidad", asegura Falc¨®n. "Hasta no hace mucho los refugiados en el albergue eran conducidos aqu¨ª por la polic¨ªa, se les fichaba -las placas de cristal en que figuraba su nombre y las fotos, de frente y perfil, son ahora limpiadas y utilizadas por Mariano Ortiz para sus trabajos manuales- y muy frecuentemente puestas a disposici¨®n del juzgado. Era una caridad que se confundia mucho con la represi¨®n, con eliminar de la v¨ªa p¨²blica personas que molestaban la conciencia de los ciudadanos".
Se comenz¨® por erradicar pr¨¢cticas degradantes, como el simple hecho de preguntarles a la entrada los motivos de su arribada al albergue y su situaci¨®n personal, cuando estaban todav¨ªa en grupo. Las entrevistas se hacen ahora
personalmente y, por supuesto, la estancia es totalmente voluntaria."Otra de las medidas fue pedirles que se reunieran para elegir sus propios delegados", contin¨²a Falc¨®n, "porque nos interesa tener personas que actuen como interlocutores. Cuandd se les propuso, algunos se quedaron con la boca abierta y yo creo que muchos no entendieron qu¨¦ era eso de tener representantes. Pero la f¨®rmula ha funcionado. Los talleres han tenido un auge muy fuerte precisamente porque ellos mismos dijeron qu¨¦ tipo de actividades pod¨ªan y quer¨ªan hacer, porque eran sus antiguos oficios. Ahora, hasta tenemos un alberguista que fue zapatero y que se encarga de remendar el calzado de sus compa?eros. Por un lado, el taller es un instrumento de terapia manual y ps¨ªquica muy efectivo; y por otro, la venta de los objetos les permite ganar alg¨²n dinero, que basta para sus necesidades".
El problema es c¨®mo llenar el tiempo libre de los que no est¨¢n en talleres, que son los m¨¢s. Desde las nueve de la ma?ana, hora de desayunar, hasta la comida, y luego hasta la cena, en el albergue s¨®lo pueden leer en la biblioteca, ver la televisi¨®n, charlar o jugar a las cartas, am¨¦n de salir a pasear cuando les apetezca.
El director cree que hay que buscar f¨®rmulas para evitar el deterioro de estas personas y, sobre todo, hay que diversificar el sistema asistencial.
"El albergue es un centro necesario, pero insuficiente a todos los niveles", reconoce Jos¨¦ Carlos Falc¨®n. "La atenci¨®n humanitaria real necesita de un programa de asistencia muy amplio y muy costoso, en el que yo incluir¨ªa residencias permanentes para los casos irrecuperables, plazas en centros psiqui¨¢tricos, conciertos con empresas p¨²blicas y privadas para dar salida a algunos que est¨¢n demostrado que quieren trabajar y que conocen un oficio; un programa que les permita el acceso a una cultura b¨¢sica, incluso a base de granja-escuelas. Ahora mismo, los albergues son, sobre todo, una especie de caj¨®n de sastre al que van a parar hombres y mujeres que no encajan en los esquemas burocr¨¢ticos de las instituciones habituales".
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