Cuesti¨®n de neoc¨®rtex
Jacobo Antonio Hip¨®lito de Guibert fue un curioso ilustrado franc¨¦s, discretamente c¨¦lebre por las bellas cartas de amor que le escribi¨® Julie de Lespinasse y por haber compuesto un Ensayo general de t¨¢ctica que le convierte en el primer te¨®rico militar realmente moderno. En este libro, cuyo estilo literario elogi¨® Voltaire y que constituye el m¨¢s directo precedente de la famosa obra de Von Clausewitz, hallamos esta constataci¨®n irrefutable: "El arte de perjudicarse mutuamente es el primero que inventaron los hombres". Por lo que sabemos de las posibilidades destructivas de los ej¨¦rcitos actuales, bien pudiera suponerse que quiz¨¢ sea tambi¨¦n el ¨²ltimo que tengan ocasi¨®n de practicar. Entre aquel origen y el previsible final, el empe?o homicida va a ser el ¨²nico prop¨®sito colectivo al que todas las comunidades habr¨¢n permanecido invariablemente fieles. Los intentos de dificultar el crimen, en cambio, o de sustituir el cuerpo a cuerpo por enfrentamientos simb¨®licos menos sanguinarios, son bastante recientes y han obtenido resultados patentemente mediocres. A lo que con m¨¢s frecuencia suele llegarse en el intento de conjurar la riada de violencia es a canalizarla sobre alg¨²n chivo expiatorio, con lo que por lo menos se logra disminuir el n¨²mero de v¨ªctimas, pero sin dejar de dar gusto a nuestra fiera interior. Si hacemos caso a los bi¨®logos -lo cual, mientras no se convierta en costumbre, poco da?o puede hacernos-, la culpa de este inacabable zafarrancho mort¨ªfero la tiene nuestra disposici¨®n cerebral. Un neoc¨®rtex superficial y recientemente desarrollado trata de imbuir unos cuantos pellizcos de razonable concordia en las relaciones humanas, sublimando y codificando los inevitables conflictos entre intereses; pero contra sus esfuerzos conspira nuestro at¨¢vico paleoc¨®rtex de mazazo y tentetieso, mucho m¨¢s hondamente decisivo en nuestro tormentoso psiquismo. Y as¨ª nos luce el pelo.En un informe s¨®lo aconsejable para quienes no tengan propensi¨®n al insomnio, titulado Homicidios pol¨ªticos perpetrados por Gobiernos, Amnist¨ªa Internacional asegura: "Cientos de miles de personas durante los ¨²ltimos 10 a?os han sido v¨ªctimas de ejecuciones extrajudiciales, es decir, muertes ilegales y deliberadas llevadas a cabo por orden de un Gobierno o con su complicidad". Y siguen precisiones pormenorizadas de los casos m¨¢s relevantes: Camboya, Guatemala, la Uganda de Am¨ªn, Argentina, Libia... La lista no pretende ser exhaustiva, pues s¨®lo trata de eliminaciones de cierto volumen num¨¦rico; los asesinatos al detall har¨ªan inacabable ese estudio. Lo primero que le admira a uno de ese cat¨¢logo de cr¨ªmenes es la variedad de motivos ideol¨®gicos invocados para cometerlos. Se mata en nombre de la libertad y en nombre del socialismo, en nombre de la civilizaci¨®n cristiana y del Islam, por el honor de la patria y por la seguridad ciudadana. Todo se vuelve mortal en manos de esas estructuras de poder cuando han decidido aniquilar a sus oponentes o a sus rivales. El otro no puede ser escuchado, ni discutido, ni refutado, ni boicoteado, ni derrotado pol¨ªticamente, sino que ha de ser exterminado. Quiz¨¢ en este punto estribe la condici¨®n de la aut¨¦ntica democracia, ¨¦sa que nunca llega del todo, ¨¦sa en la que no pueden creer los c¨ªnicos ni los idiotas: pues dem¨®crata es quien renuncia institucionalmente al exterminio del adversario. Lo dem¨¢s es pistolerismo pol¨ªtico de mejor o peor estilo, con uniforme o de paisano, apoyado en un tipo de delirios legitimatorios o en otro.
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De modo que un dem¨®crata a estas alturas no pueda desear ni aceptar la pena de muerte, por la misma raz¨®n que un ateo no suele creer en el dogma de la infalibilidad pontificia (que, por cierto, tan contundente apoyo ha recibido con el donativo del Papa ese al Ya). No les falta a los Gobiernos, que tanta tendencia tienen por propia naturaleza a que se les vaya un poco la mano en la cosa homicida, m¨¢s que verse provistos de licencia para matar. Sin embargo, eso es lo que quieren regalarles la encantadora Margaret Thatcher y otros miembros no menos insignes del nuevo Imperio Conservador y Liberal. En efecto, ?qu¨¦ puede haber m¨¢s conservador que ejecutar a alguien? Luego se le puede conservar en salmuera o en el frigor¨ªfico para toda la eternidad. ?Qu¨¦ puede resultar m¨¢s liberal que liquidar a un pr¨®jimo cargante? As¨ª se le libera de todos sus males y vuela, por fin libre, a un m¨¢s all¨¢ sin crisis ni competencia desleal.
Afortunadamente, el Parlamento brit¨¢nico no ha refrendado el entusiasmo de esa dulce mujercita de su Inglaterra por la horca. Pues nada, ahora le toca a otro miembro del Imperio intentar la jugada en su correspondiente pa¨ªs. ?Buena suerte!
Pero no nos enga?emos: los Gobiernos son casi humanos. Se dedican al exterminio de sus adversarios como una colectivizaci¨®n de los sentimientos que tantos particulares albergan por su pr¨®jimo. El recambio de los equipos y f¨®rmulas actuales est¨¢ asegurado por otros entusiastas del asesinato, que ya est¨¢n haciendo los ejercicios de precalentamiento para cuando les toque saltar al campo.
Mientras en el Parlamento brit¨¢nico se discut¨ªa el tema de la pena de muerte y tantas buenas amas de casa inglesas encend¨ªan velitas a Enrique VIII para que Margaret Thatcher se saliera con la suya, el IRA hizo unas cuantas ejecuciones a su estilo, supongo que para contribuir a agilizar los debates. Si alg¨²n d¨ªa falta la dama de hierro, ya est¨¢n ah¨ª los chicarrones de la capucha para tomar el relevo. Y en Euskadi, otra de lo mismo. Si sobrevivimos al plan ZEN, los heroicos hijos del pueblo con la bomba en la gabardina y el tiro en la nuca seguir¨¢n ayudando a que las viejas tradiciones sanguinarias no se pierdan. Para qu¨¦ enga?arnos, nos va la marcha. Me temo que lo del neoc¨®rtex no termina de cuajar.
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