Los marginados, amargos reyes de la noche
Tras ocultarse el sol, decenas de 'camellos', chulos, trileros, 'chaperos' y prostitutas salen a las calles del centro de Madrid mientras la ciudad comienza a recogerse
En este escenario de edificios viejos, callejuelas sucias, variopintas luces de ne¨®n y r¨¢fagas de distintas notas musicales, la oferta nocturna difiere sustancialmente: "?Choco! Dos mil y la cama. Pase, que las tengo buenas...".Un amplio elenco de prostitutas, chaperos, chulos, maricas y camellos pueblan estas calles. Su lenguaje, sus gestos, sus problemas, corresponden a un nuevo modelo social que tiene como fondo el cada vez m¨¢s extendido mundo de la droga. Es el lugar adecuado para muchos marginados cuyas inquietudes traspasan la frontera de lo particular.
La droga, en las esquinas
Estas callejuelas ofrecen a cada uno el ambiente que le gusta y, derivando directamente del aspecto anticonvencional y libertario del porro, se han convertido en uno de los mayores centros distribuidores de droga que hay en Madrid.
Principalmente son dos las drogas que se distribuyen: el hach¨ªs y la hero¨ªna. Como toda mercanc¨ªa de consumo, tiene sus mayoristas y minoristas, redes de distribuci¨®n, adulteraciones y calidades. En ninguna de ellas vamos a encontrar buena calidad; al contrario, gran parte est¨¢ adulterada y la cantidad a obtener con nuestro dinero es rid¨ªculamente peque?a.
Los revendedores que compran el hach¨ªs van a prensarlo y a hacer barritas o medios talegos para venderlo m¨¢s f¨¢cilmente (pueden sacar de 25 a 30 barritas de 25 gramos, cada una a 100 duros). Pero no todos son propietarios de la mercanc¨ªa, sino que algunos van a comisi¨®n: por cada dos barritas vendidas se quedan con una. La caracter¨ªstica general de casi todos es que suelen estar enganchados a la hero¨ªna. ?sta es la monstruosa relaci¨®n que existe entre las dos drogas. Los que venden una son adictos a la otra.
La Buti es una de las trapicheras m¨¢s populares del barrio. No es precisamente jovencita, pues tiene 28 a?os y dos hijos. Su marido, el Astuto, est¨¢ en la c¨¢rcel por tr¨¢fico de drogas, y ella no desprecia ninguna manera de ganar algunos talegos. Por supuesto, est¨¢ enganchada a la hero¨ªna y se chuta unas seis o siete papelinas diarias. Para conseguirlas hace de todo: prostituirse en la calle de Capit¨¢n Haya, vender chocolate por las calles del barrio, y aunque tiene ficha de piquera (carterista), ya apenas ejerce, pero si hay alg¨²n descuido puede volver a sus faenas.
El chocolate se lo puede confiar alg¨²n colega para que lo venda y se busque la vida. A veces, cuando est¨¢ muy asfixiada, adulterar¨¢ tambi¨¦n el jaco (hero¨ªna) con un poco de yeso raspado de pared e intentar¨¢ endosarlo a alg¨²n pringao que no se entere mucho. Pero la mayor¨ªa de las veces hace de intermediaria entre alg¨²n yonky (heroin¨®mano habitual) y los camellos, como el Emilio, el Fain, el Quique.
Sin embargo, su vida, como la de otros camellos, no es f¨¢cil. A una competencia desmedida hay que a?adir el constante acoso de la polic¨ªa, aunque el riesgo de verse colocados (detenidos) por los monos (polic¨ªa) disminuye llevando tan s¨®lo una o dos barritas y ocultando el resto en alg¨²n lugar ins¨®lito, alrededor del cual se va a mover. ?D¨®nde? Hay varios sitios: la parte posterior de una se?al de tr¨¢fico, o un registro de gas que hay en las fachadas de las casas antiguas, o bajo la rueda de un coche aparcado.
El camello m¨¢s veterano es un personaje singular apodado Chamberlain. Antiguo piquero al que el temblor de las manos, producido por el alcohol, alej¨® de los bolsillos y carteras de sus clientes. Sol¨ªa trabajar en el metro y en alguna l¨ªnea de autobuses. Tiene ya 60 a?os, y desde hace muchos se encuentra sentado sobre alg¨²n coche estacionado alrededor de la plaza del Dos de Mayo, gritando al o¨ªdo del que pasa: "?Choco!". Antes ten¨ªa un perro, al que llamaba Lobito y al que quer¨ªa con locura, pero la ¨²ltima vez que le colocaron y tuvieron una temporada a la sombra lo perdi¨®, sin conseguir encontrarlo todav¨ªa.
Hero¨ªna, reina de la noche
Como el hach¨ªs, la hero¨ªna pasa por muchas manos antes de su llegada al consumidor. Cada manipulaci¨®n significa deterioro de calidad: es corriente mezclarla con yeso raspado de la pared o aspirina pulverizada.
Toda hero¨ªna que llega es manejada por tres o cuatro camellos que cuentan con una red de distribuci¨®n estable y clientes fijos. Tal vez sea el Emi el camello m¨¢s afamado: sus principales clientes son los peque?os distribuidores de ha ch¨ªs, quienes, a duras penas, con siguen dinero para quitarse e mono (s¨ªndrome de abstinencia).
La manera que tiene el Emi de pasar el jaco es muy curiosa: en uno de los pubs de la calle de Velarde, que frecuenta habitualmen te, o alrededor del quiosco de la plaza del Dos de Mayo, susurra al primer cliente que se le acerca un punto de reuni¨®n y una hora.
Este habitual transmitir¨¢ la contrase?a a los interesados, y, a la hora y lugar convenidos, el Emi les vender¨¢ 15 o 20 papelinas.
?cidos de Amsterdam
La principal caracter¨ªstica de este tr¨¢fico reside en que la clientela no es necesario buscarla, porque ella solicita la droga, y adem¨¢s ansiosamente. As¨ª, todos los d¨ªas, antes de comenzar su trabajo, al gunas de las prostitutas que se ofrecen en la calle de la Ballesta se acercan por el barrio.
Son las cinco de la tarde. En el Rastrillo, Mita, la Negra, espera a uno de sus camellos habituales, y de una forma ansiosa, pues est¨¢ con el mono. Necesita tres o cuatro dosis para que la noche transcurra sin enterarse demasiado. Encuentra a la Buti, que har¨¢ de intermediaria llev¨¢ndola al lugar donde, est¨¢ apalancado (escondido) el Quique para conseguir una astilla (gratificaci¨®n).
De manera constante, aunque un poco m¨¢s soterradamente que la hero¨ªna o el hach¨ªs, aparecen los tripis (¨¢cidos) por la calle. Llegan desde Amsterdam, donde cuestan unas 200 pesetas la unidad. Aqu¨ª, dependiendo de su clase, alcanzar¨¢ las 1.000 pesetas. Los m¨¢s famosos son los supermanes y los ojitos.
Tal vez el m¨¢s caracter¨ªstico de los vendedores-consumidores de tripis del barrio de Malasa?a es el Jimmy. Lleva muchos a?os tomando ¨¢cidos y, seg¨²n todos sus colegas, est¨¢ ya "hecho una paraguaya". Pero no todos los comerciantes nocturnos son trapicheros; tambi¨¦n hay otras personas que se buscan la vida de una manera menos peligrosa y m¨¢s simp¨¢tica. Como volviendo de alguna antigua zarzuela, han resurgido las floristas. Ofrecen su mercanc¨ªa por los distintos pubs del lugar, y no se puede decir que les vaya mal.
Jacinta es una viejecita, de pelo blanco, peinada con un estirado mo?o en la nuca. Tendr¨¢ cerca de los 80 a?os. Enfundada en una bata casera, con bast¨®n y gruesos botines de fieltro, recorre las calles y establecimientos nocturnos con un grueso ramo de claveles. "?Guapet¨®n: c¨®mprale una flor a la se?orita!". A ¨²ltima hora, la podemos ver en el espect¨¢culo de Olga Ramos Las noches del cupl¨¦.
Droga, sexo y 'rock and roll'
Pr¨®ximo a Malasa?a, y en el centro neur¨¢lgico de Madrid, entre la calle de Alcal¨¢ y la Gran V¨ªa, encontramos las calles de la Montera, Caballero de Gracia, Desenga?o, Barco y la famosa Ballesta, donde existe uno de los focos de prostituci¨®n m¨¢s conocidos de la capital. Rameras ya ajadas y de toda la vida comparten las esquinas con chicas tan j¨®venes que bien pudieran ser sus nietas.
Paseando lenta e indolenternente, con un marcado contoneo, las podemos encontrar por docenas, intentando hacerse con alg¨²n cliente. Otras, m¨¢s c¨®modamente, esperan en garitos t¨ªpicos de la zona: Pototeo, ?l y Eva, T¨² y Yo... La Mary, una prostituta con muchos a?os de oficio, pero a¨²n sugerente, cuenta lo siguiente: "Estas chicas j¨®venes son peores que nosotras, que trabajamos por necesidad, porque yo tengo tres criaturas que alimentar. Ellas lo hacen s¨®lo por pincharse el burro, como dicen, y cada vez hay m¨¢s. Yo antes me hac¨ªa cinco o seis clientes todas las noches, pero ahora me contento con tres".
El chulo tradicional, aquel que ten¨ªa a tres o cuatro entretenidas, est¨¢ siendo sustituido por un nuevo tipo de proxeneta: el trapichero, que trafica con hero¨ªna y la consume en gran cantidad. Se sirve de ella para enganchar a las chicas j¨®venes que no encuentran ya nada en el porro, y cuando tienen la suficiente drogodependencia las pone en la calle a trabajar.
Cruzando las calles de Fuencarral y Hortaleza, junto a la plaza de Chueca, existe otro sector caracter¨ªstico del distrito Centro. Aqu¨ª, el ambiente cambia: es m¨¢s oscuro, m¨¢s misterioso. Coexisten bares de alterne, con sus t¨ªpicas luces rojas en la puerta, y pubs para una clase m¨¢s escondida de iniciados: los homosexuales.
Todas las man¨ªas, todas las rarezas, tienen en este lugar su santuario; la mezcla es impresionante. En el Phalos, con un ambiente selecto, se masca el vicio, porque el bujarr¨®n (viejo homosexual) trata de comprar los favores de una nube de adolescentes que s¨®lo ve el dinero delante de ellos. En la penumbra del local, las viejas manos hacen vibrar la sensibilidad del joven.
Pr¨®ximo a este ambiente de decadencia, la decoraci¨®n cambia totalmente: en el Leathers, unas siniestras escaleras negras nos conducen al mundo de cuero y cadenas del gay duro. Un olor fuerte y penetrante es el primer s¨ªntoma de la violencia que all¨ª se respira: chaquetones de piel curtida, cinturones claveteados, botas altas, m¨²sica ensordecedora, completan un panorama que destila masculinidad. En una reducida sala, 15 o 20 narcisistas contemplan embelesados c¨®mo el v¨ªdeo les transmite las im¨¢genes de dos fornidos machos haci¨¦ndose salvajemente el amor, y en uno de los rincones varios espectadores casi pon¨ªan en pr¨¢ctica lo que estaban viendo.
El trapicheo no existe tanto en la calle como dentro de los pubs. La hero¨ªna es para muchos homosexuales una manera m¨¢s de ganarse la vida y un complemento de su relaci¨®n sexual.
El dificil mundo de los 'chaperos'
En los alrededores del caf¨¦ Gij¨®n, la prostituci¨®n adquiere una nueva dimensi¨®n, porque en las calles de Prim, Almirante y Conde de Xiquena j¨®venes chaperos venden su cuerpo por 3.000 pesetas a una fauna muy particular de clase media-alta.
En una esquina espera uno de estos chicos que pasean esperando clientes. Le llaman la Carmen; es rubio, alto, con rasgos femeninos, aunque su voz algo ronca le delata. "Tengo 18 a?os y llevo tres haciendo esto. Mi primera experiencia homosexual fue a los 14; me gustan m¨¢s los hombres que las mujeres, y en estas relaciones hago siempre de f¨¦mina".
Observamos que tiene unos pechos incipientes y, despu¨¦s de mostrarlos, nos dice que se est¨¢ hormonando. Si tuviera dinero se operar¨ªa, porque piensa que es mujer, y, efectivamente, habla de s¨ª mismo en femenino. Acepta sin problemas las palabras maric¨®n y julay. Su sinceridad sorprende. Vive con un chico en una pensi¨®n, pero por motivos puramente econ¨®micos. La Carmen no utiliza ning¨²n tipo de jerga y sus movimientos son muy femeninos. "La polic¨ªa no nos deja trabajar, y cuando nos cogen compartimos las mismas celdas que los presos comunes, con lo cual nuestra estancia all¨ª es muy desagradable".
Travestidos y 'rockeros', dos disfraces distintos
La zona centro de Madrid acoge tambi¨¦n en su seno a grupos marginales, que afrontan la vida por medio de un disfraz que disimula la verdadera personalidad del que lo lleva.
La discoteca Los Centauros, con su espect¨¢culo gay, es el lugar de reuni¨®n de los travestidos m¨¢s llamativos del barrio. Entre el espect¨¢culo y el alterne, la Raquel ense?a sus pechos artificiales, de una perfecci¨®n sorprendente.
Los rockeros resumen su existencia en necesidades puramente fisiol¨®gicas: sexo, droga y rock and roll. Su aspecto parece salido de una pel¨ªcula de Hollywood. Han hecho de Elvis Presley su dios y un espejo en el que mirarse. Se re¨²nen en el Iris, uno de los bares de la Cava Alta de San Pablo, y en el pub Brillos.
Con brillantes flequillos engomados, cazadoras de cueros, pantalones tejanos, cinturones de grandes hebillas y zapatos puntiagudos de gruesa suela, manifiestan una violencia ya anticuada. Beben, fuman, se pinchan, hacen el amor indiscriminadamente; nada est¨¢ prohibido para ellos. Viven la vida de una manera violenta y consiguen el dinero de igual forma: sirlas (peque?os atracos), palos, y otros sistemas.
Ya es tarde y las ¨²ltimas luces de ne¨®n van apag¨¢ndose lentamente. Amanece. Los primeros camiones de reparto sorprenden a los rezagados hijos de la noche que se deslizan hacia sus guaridas. Dejar¨¢n transcurrir el d¨ªa en m¨ªseras buhardillas, pensiones destartaladas, s¨®tanos desangelados y hasta en lujosas casas de barrios elegantes, cuyos propietarios soportan el camaleonismo de sus hijos si durante el d¨ªa parecen ni?os normales de familias bien.
Y nuevamente, al empezar el d¨ªa, Madrid, distrito centro, recobra su identidad perdida, m¨¢s bien arrebatada, como zona sosegada y tranquila.
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