Todo empez¨® con Walker
Fue un poeta nicarag¨¹ense, Fernando Gordillo, quien hace unos 20 a?os escribi¨® este epigrama: "En otros pa¨ªses / podr¨ªamos crecer / al margen de la muerte. / En Nicaragua no, no en Nicaragua". Ese porfiado ritual de muerte ha tenido en Nicaragua tres oficiantes fundamentales: los terremotos, la dinast¨ªa Somoza y el poderoso vecino del Norte, aunque debe admitirse que los dos ¨²ltimos han sido m¨¢s devastadores que los se¨ªsmos.En este agitado presente, cuando las naves de guerra estadounidenses llevan a cabo un inquietante y veros¨ªmil simulacro de bloqueo a ese pa¨ªs (102 veces m¨¢s peque?o que Estados Unidos) y cuando el pretexto de esta hostilidad manifiesta es un eventual peligro sovi¨¦tico o cubano, as¨ª como el reclamo de un pluralismo democr¨¢tico, vale la pena recordar que una probable invasi¨®n norteamericana a Nicaragua no ser¨ªa la primera, sino la quinta o sexta (es dif¨ªcil llevar la cuenta), y que las anteriores tuvieron excusas muy distintas (por ejemplo, apoyar a implacables dictaduras, nada pluralistas, por cierto) y un s¨®lo denominador com¨²n: Nicaragua ha sido codiciada desde siempre por Estados Unidos.
Es probable que todo haya comenzado con Walker. Willian Walker, aventurero procedente del Sur esclavista, que habr¨ªa bregado en M¨¦xico para obtener la anexi¨®n a Estados Unidos del territorio de Sonora, fue reclutado por otro sure?o, el no menos aventurero Byron Cole, a fin de comandar la llamada Falange Americana, cuya misi¨®n era asegurar el tr¨¢nsito a trav¨¦s de Nicaragua (en buques, luego en diligencias y finalmente otra vez en barcos) entre el Atl¨¢ntico y el Pac¨ªfico. Pero Walker ten¨ªa m¨¢s encumbradas ambiciones y, aprovechando las contradicciones entre liberales y conservadores nicarag¨¹enses, se apoder¨® en 1855 de la ciudad de Granada y all¨ª fusil¨® a dirigentes de ambos partidos y un a?o despu¨¦s se proclam¨® presidente de Nicaragua. Es ¨¦ste el ¨²nico pa¨ªs latinoamericano que ha tenido un presidente norteamericano. A pesar de su curr¨ªculo de filibustero, Walker fue de inmediato reconocido por el Gobierno de Estados Unidos.
Durante los meses que estuvo en el poder, Walker dict¨® medidas tan progresistas como el restablecimiento de la esclavitud y el uso del ingl¨¦s como idioma oficial del pa¨ªs. A corto plazo fue derrotado por los ej¨¦rcitos centroamericanos. El Gobierno de Estados Unidos protegi¨® su retirada y le organiz¨® un recibimiento de h¨¦roe en Nueva York. Pero a Walker no le conformaban esos f¨¢ciles honores: una y otra vez intent¨® desembarcar nuevamente en distintas zonas de Am¨¦rica Central, y en una de ellas fue aprehendido en territorio hondure?o y pasado por las armas.
La invasi¨®n (extraoficial, pero oficialmente consentida) de aquel pirata decimon¨®nico fue seguida, medio siglo despu¨¦s, por un desembarco estrictamente oficial. En 1909, en plena era del Big Stick del primer Roosevelt, el presidente Zelaya, calificado por los norteamericanos como "nacionalista impertinente", al comprender que Estados Unidos hab¨ªa elegido a Panam¨¢ para la construcci¨®n del canal, trat¨® de negociar una concesi¨®n canalera con Alemania y Jap¨®n. En r¨¢pida respuesta a semejante osad¨ªa, Nicaragua fue de inmediato invadida por los marines, que as¨ª consolidaban otra invasi¨®n, la de la United Fruit Co. y sus numerosas subsidiarias. La todopoderosa empresa pon¨ªa y quitaba presidentes, legislaba a su antojo, desataba guerras. Como Zelaya reclamara a otra gran compa?¨ªa, The Rosario and Light Mines Co., perteneciente a la familia Buchanan, una cuantiosa suma de impuestos no pagados, la empresa deudora organiz¨® y financi¨® un ej¨¦rcito insurgente, que inclu¨ªa mercenarios norteamericanos. Por fin el presidente fue obligado a renunciar y los conservadores fueron autorizados por el Departamento de Estado a forlar Gobierno, pero con una condici¨®n: el nuevo presidente deb¨ªa ser un tal Adolfo D¨ªaz, que casualmente era el contador-jefe de la Rosario and Light Mines Co.
En 1912 tiene lugar la tercera invasi¨®n. Cuando D¨ªaz advirti¨® que iba a ser destituido por uno de sus antiguos compinches, llam¨® en su auxilio a los marines, que consintieron en bombardear Masaya y apresar al rebelde. Frente ¨¢ la inestabilidad de los muy adictos gobiernos conservadores, esta vez las fuerzas norteamericanas se quedaron la friolera de tres lustros. Se van por unos meses en 1925, pero regresan apresuradamente para instalar en la presidencia a otro de sus fieles, el general Emiliano Chamorro. ?ste permanece en el poder apenas un a?o, pues los liberales se alzan en armas y la paz se firma en un barco norteamericano, The Denver, y de all¨ª emerge de nuevo como presidente el contador-jefe de marras, el tal Adolfo D¨ªaz.
'Pero es nuestro'
En 1926 (cuarta invasi¨®n) nuevamente desembarcan los marines (como se ve, habitu¨¦s casi fan¨¢ticos de Nicaragua), en esta ocasi¨®n para sostener a su hombre D¨ªaz contra Sacasa e incendiar de paso la ciudad de Chinandega. Como el ej¨¦rcito constitucionalista no se rinde, el presidente Coolidge env¨ªa a Simpson (el Richard Stone de aquellos tiempos) a fin de que negocie con Moncada la rendici¨®n de los insurgentes. Moncada, que no era por cierto un vocacional del escr¨²pulo, advirti¨® que con esa rendici¨®n era probable que los norteamericanos apoyaran sus ambiciones presidenciales, y en consecuencia convenci¨® a los dem¨¢s jefes rebeldes de que ¨¦sa era la ¨²nica salida. La oferta fue rechazada tan s¨®lo por el general Augusto C¨¦sar Sandino, quien ya contaba con un notable apoyo popular y que iba a constituir el Ej¨¦rcito Defensor de la Soberan¨ªa Nacional de Nicaragua y tambi¨¦n a fundar lo que luego se llamar¨ªa la guerra de guerrillas. En 1928 las tropas norteamericanas son sucesivamente derrotadas en los combates de Bramadero, Illiwas y Cuje.
Sandino hab¨ªa prometido deponer las armas no bien abandonara el pa¨ªs el ¨²ltimo soldado norteamericano, pero tuvo que esperar hasta 1933, a?o en que los marines por fin se retiran, no sin antes dejar instalada la Guardia Nacional bajo la jefatura de Anastasio Somoza, hombre de su confianza. Cumpliendo su palabra, Sandino depone ingenuamente las armas y a pesar del clamor popular declara no ambicionar ning¨²n cargo. Se retira a la selva, en la zona de Wiwil¨ª, donde proyecta organizar cooperativas agr¨ªcolas y mineras. Pero Somoza, debidamente autorizado por el embajador norteamericano, Arthur Bliss Lane, planea y lleva a cabo el asesinato de Sandino.
Entonces comienza para Nicaragua su tercera calamidad: la dinast¨ªa de los Somoza. Ernesto Cardenal, en su notable poema Hora 0, recuerda que el segundo Roosevelt le dijo a Sumner Welles esta frase reveladora: "Somoza is a sonofabitch, but he's ours" ("Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro"). Precisamente, por ser su hombre, el Departamento de Estado sostuvo, arm¨® y condecor¨® a ese Somoza y a los otros que le siguieron en el poder.
Reagan clama en 1983 contra un eventual intervencionismo sovi¨¦tico-cubano en Nicaragua, pero Am¨¦rica Latina no olvida que en 1976, con el fin de apoyar a Somoza, Estados Unidos organiz¨® la famosa operaci¨®n ?guila Z (?quinta invasi¨®n?). Altos oficiales norteamericanos asesoraron (como hoy lo hacen en El Salvador y en Honduras) esa maniobra, en la que participaron fuerzas salvadore?as y guatemaltecas, adem¨¢s de tropas especializadas del Comando Sur de Estados Unidos. Los Gobiernos de Honduras y Costa Rica se negaron a intervenir militarmente y s¨®lo mandaron observadores, en tanto que Panam¨¢, m¨¢s renuente, se neg¨® incluso a observar. Esa compleja operaci¨®n, durante la cual se emple¨® napalm contra los rebeldes sandinistas, fue una muestra flagrante del terror importado.
Ahora, el presidente Reagan declara enf¨¢ticamente que, en materia de intervenciones en Nicaragua, "nunca debe decirse nunca", pero los inocultables anales muestran que en ese tema infamante Estados Unidos "siempre han dicho siempre". A menudo en Europa se considera exagerada la reacci¨®n de los pueblos latinoamericanos con respecto a su omnipotente vecino. En Europa los norteamericanos fueron decisivos aliados en la lucha contra el fascismo y el nazismo, y ¨¦ste es l¨®gicamente un antecedente que no se olvida; en Am¨¦rica Latina, en cambio, fueron y siguen siendo permanente aliados de las dictaduras m¨¢s implacables y sangrientas.
Ojal¨¢ que esta sint¨¦tica cr¨®nica, que arranca del filibustero William Walker y llega hasta Ronald Reagan, ayude a comprender las razones hist¨®ricas de que en los castigados muros de Am¨¦rica Latina no se lea ning¨²n equivalente de "Bienvenido mister Marshall", sino el un¨¢nime y expl¨ªcito "Yankee go home".
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