Los nuevos virus
Lo QUE podemos llamar provisionalmente, y sin duda de una manera poco cient¨ªfica, los nuevos virus, va a?adi¨¦ndose a la inseguridad y la inquietud de la vida cotidiana. La legionella, los misteriosos agentes contenidos en el aceite de colza tratado de una determinada manera, el s¨ªndrome gay, que parece preferir a los homosexuales pero que es transmisible a todos y no s¨®lo por contacto sexual, forman parte de este juego del diablo de la entrop¨ªa para hacernos temer las condiciones de vida de la civilizaci¨®n. Probablemente no son agentes nuevos, sino que algunos est¨¢n pasando de una condici¨®n subinicrosc¨®pica y transparente a la de conocidos relativamente. Es la evoluci¨®n de la ciencia, y no s¨®lo de la asombrosamente multiplicada por los medios de observaci¨®n, sino tambi¨¦n por la acumulaci¨®n de conocimientos del investigador, lo que permite una mejor clasificaci¨®n y conocimiento de causas de enfermedad y muerte que antes aparec¨ªan como disfrazadas.Lo que parece, por tanto, que aporta la civilizaci¨®n actual no es la forma de muerte nueva, sino la de los conocimientos de causas y efectos. Una simple comparaci¨®n en las cifras de esperanza de vida en los pa¨ªses desarrollados es suficiente para rechazar el pesimismo. El espa?ol medio que nac¨ªa hace un siglo pod¨ªa esperar 35 a?os de vida; hoy puede esperar m¨¢s de 70. Esta duplicaci¨®n, aunque est¨¦ principalmente arrancada a la mortalidad infantil, no solamente se debe a la profilaxis y las otras ramas de investigaci¨®n de la medicina y su aplicaci¨®n, sino tambi¨¦n a programas sociales y pol¨ªticos en la reducci¨®n del riesgo de vivir y en la enorme ayuda que ha supuesto la t¨¦cnica para el esfuerzo humano.
Naturalmente, los nuevos virus y su alcance son grotescos en comparaci¨®n con lo que fueron las grandes epidemias; o simplemente algunas enfermedades ahora erradicadas pr¨¢cticamente como causa de mortalidad -la s¨ªfilis, la tuberculosismo hace demasiados a?os. Como es incomparable el riesgo de muerte en la carretera con los riesgos de viaje 100 a?os atr¨¢s. Sin embargo, el pesimismo actual est¨¢ alentado por tres causas principales. La primera es que no nos comparamos con ¨¦pocas pasadas, sino con una utop¨ªa de nuestra propia ¨¦poca: la imagin¨¢bamos mejor, m¨¢s segura de lo que en realidad es. La segunda es que la estad¨ªstica nunca es suficientemente consoladora: cada uno tiene la noci¨®n de su propia vulnerabilidad, de su fragilidad individual, y todo lo dem¨¢s le parece abstracto.
La tercera es la divulgaci¨®n, por otra parte necesaria, de las medidas preventivas y la informaci¨®n sobre riesgos posibles, que se ha convertido en una enorme productora de ansiedad. Los elementos de satisfacci¨®n se han te?ido exageradamente de miedo. Hasta hace muy poco tiempo, la creaci¨®n social de la ansiedad y el p¨¢nico se cargaban casi exclusivamente en el sexo y en el inmenso cat¨¢logo de males de todas clases, morales y sobre todo cl¨ªnicos, que pod¨ªa atraer su uso a menos que estuviera convenientemente exorcizado por un sacramento. Hoy est¨¢ pr¨¢cticamente anulada -dentro, al menos, de lo que llamamos civilizaciones occidentales, aunque en ellas existan todav¨ªa reductos-, se insiste m¨¢s bien sobre las inconveniencias de la represi¨®n y hasta podr¨ªa. llegar un momento en que la creaci¨®n de ansiedad artificial pudiera recaer sobre quien no lo usa.
En cambio, la angustia se fija en la comida y sus posibles adulteraciones; en el tabaco y sus destrozos cancer¨ªgenos, arteriales o pulmonares; en el autom¨®vil que nos lleva a la monta?a o a la costa; en el paseo por la ciudad cargada de poluci¨®n. Y en el tubo del aire acondicionado que puede hacernos respirar la legionella que nos va a matar. Todo tiene un sentido, y los medios de comunicaci¨®n colaboramos frecuentemente a ello con la divulgaci¨®n necesaria para que cada uno se preserve y para que la autoridad act¨²e en un trabajo protector. Pasar de eso a una sociedad de aprensivos es otra cuesti¨®n. La sustituci¨®n del placer por el miedo al placer, la de la actividad por el riesgo de esa actividad, no parece satisfactoria. Porque lo que tambi¨¦n advierten las estad¨ªsticas es que si la vida se ha alargado, incluso duplicado, y algunas enfermedades mortales han desaparecido mientras otras est¨¢n en v¨ªas de desaparici¨®n, hanaumentado, en cambio, hasta l¨ªmites muy exagerados los desarreglos mentales, ll¨¢meseles psicosis, neurosis, depresiones o como se quiera. Y ¨¦se es un precio que no hay que pagar.
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